Los servicios de la naturaleza que no pagamos

Los ecosistemas sustentan todas las actividades y la vida de los seres humanos. Los bienes y servicios que proporcionan son vitales para el bienestar y el desarrollo económico y social en el futuro. Los ecosistemas proporcionan, según los expertos, beneficios tales como alimentos, agua o madera (servicios de aprovisionamiento), purificación del aire, formación del suelo y polinización (servicios esenciales), regulación del clima, del agua, de los nutrientes (servicios de regulación) y proporcionan belleza, inspiración, recreación, etc. (servicios culturales). Pese a ello, las actividades humanas están destrozando la biodiversidad y alterando la capacidad de los ecosistemas sanos de suministrar esta amplia gama de bienes y servicios.

Las sociedades de épocas pasadas no solían tener en cuenta la importancia de los ecosistemas. Los consideraban, con frecuencia, propiedad pública y, por tanto, los infravaloraban. Según los científicos, si la población mundial aumenta hasta 8.000 millones de habitantes de aquí a 2030, la escasez de alimentos, agua y energía puede ser muy grave. Si los ecosistemas naturales dejan de prestar sus servicios, las alternativas serán costosas. Invertir en nuestro capital natural supondrá un ahorro a largo plazo, además de ser importante para nuestro bienestar y supervivencia. Políticos y ciudadanos tenemos que ser más conscientes del valor económico de los bienes y servicios ecosistémicos. Si no actuamos ahora para detener esa pérdida, la Humanidad pagará un precio muy alto en el futuro.

La captación de agua para el consumo humano depende en gran medida de la capacidad regulatoria de los ciclos naturales.

La humanidad necesita bienes y sevicios ecosistémicos
Un ecosistema es una combinación compleja y dinámica de plantas, animales, microorganismos y el entorno natural, que existen juntos como una unidad y dependen unos de otros. Biodiversidad son todos los elementos vivos de estas asociaciones. Un ecosistema es, por ejemplo, una pradera en la que los insectos polinizan flores y hierbas, donde el ganado se alimenta de las hierbas y con sus excrementos contribuyen a la fertilidad del suelo y a fomentar los microorganismos descomponedores. Así, en el conjunto podemos ver los ecosistemas como un todo que contribuye con diferentes beneficios al progreso de la humanidad. Los ecosistemas, pues, producen alimentos (carne, pescado, hortalizas, etc.), agua, combustible y madera y prestan servicios que garantizan la salud y el buen funcionamiento de ellos mismos (mecanismos reguladores de los ciclos naturales, control de las poblaciones, etc.). Todos estos bienes y servicios han estado a disposición de la sociedad libres de cualquier carga, sin coste alguno, sin precio ni valor, lo que ha llevado a no considerar su verdadera función para nuestra supervivencia. Hoy la realidad es más tozuda, y es que la continua escalada de explotación de los ecosistemas para convertirlos en cultivos, extraer la madera o minerales, etc. amenaza gravemente estos servicios funcionales que nos ofrecen.

La polinización es un servicio de la naturaleza que el abuso de plaguicidas está amenazando.

El declive de la biodiversidad amenaza los ecosistemas
La biodiversidad es esencial para la supervivencia de los ecosistemas, a pesar de que está en jaque por todo el mundo. Estudios recientes demuestran que en el 2050 podrían haber desparecido el 11 % de las zonas naturales que había en el mundo en el año 2000; casi el 40 % de las tierras agrarias existentes pueden pasar a explotarse de forma intensiva; de aquí al 2030 podría desparecer el 60 % de los arrecifes de coral; el 80 % de los tipos de hábitats naturales protegidos de Europa están amenazados; las actividades humanas han multiplicado la extinción de las especies entre cincuenta y mil veces la de los últimos cien años.

Los cambios en los usos del suelo, la intensificación de la agricultura y la urbanización, la sobreexplotación, la contaminación, el cambio climático, la introducción de especies que compiten con la flora y fauna autóctonas, son todos ellos causantes de daños a los ecosistemas naturales. Una vez destruidos, su restauración puede resultar muy costosa. No hay lugar a dudas que estamos dilapidando el capital natural de la Tierra. Preservar los ecosistemas es, para las generaciones actuales y futuras, una obligación ética y una necesidad material. La Humanidad tiene que entender que no es más que una mota de polvo en el universo y que no podemos seguir explotando el Planeta sin pagar por ello.

Las plantas silvestres nos ofrecen la mayor reserva de sustancias químicas naturales para protegernos de plagas y enfermedades.

Si no actuamos lo pagaremos caro
Atribuir un valor económico a los bienes y servicios ecosistémicos es un trabajo nada sencillo. En 2007 la Comisión Europea encargó un estudio sobre el tema comparándolo con los costes de su pérdida si no se adoptaban medidas. El estudio –The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB) en su primer informe de 2008 ya presentaba un panorama cuantitativo a escala mundial por la pérdida de servicios ecosistémicos de 50.000 millones de euros, en otras, palabras, que de no tomar medidas adecuadas, la pérdida de biodiversidad podía costar el 7 % del PIB de aquí al 2050. La propia Agencia Europea de Medio Ambiente señala que sólo los servicios generales que proporcionan los humedales (como la depuración del agua y la absorción de carbono) podrían ascender a más de 2.500 millones de euros al año.

Entre las medidas señaladas por este informe, se advertía sobre la supresión de subvenciones perjudiciales para el medio ambiente y crear un “mercado” para los servicios ecosistémicos. Lo curioso es que esta última opción ha venido valorándose bien negativa en el caso de los “mercados de carbono” para luchar contra el cambio climático. La piedra angular de la política de conservación de la naturaleza en Europa es la llamada red Natura 2000 compuesta por más de 25.000 espacios protegidos a través de toda la Unión y que proporciona considerables beneficios socioeconómicos, algunos directos como los que se obtienen del turismo y las actividades recreativas, pero también los bienes y servicios ecosistémicos tales como el control de las inundaciones, la descontaminación del agua, la polinización, el reciclado de nutrientes, etc. Sin embargo, la conservación de los ecosistemas no puede desligarse de las políticas energéticas, de desarrollo urbanístico o del turismo. Si no se protegen los ecosistemas naturales, los bienes y servicios que proporcionan serán cada vez más escasos y codiciados, desde la inspiración artística hasta los alimentos o la ropa que nos proporcionan las praderas con sus animales de pasto.

La marisma de Molins de Rei (Barcelona) una antigua gravera convertida en un espacio natural acuático lleno de biodiversidad.

En algunos países han empezado a elaborarse programas de pago por servicios ecosistémicos que son fundamentales para recompensar adecuadamente a sus propietarios. Sin embargo, no es menos cierto que la legislación europea precisa de modificaciones importantes para que la salud de los ecosistemas tenga el reconocimiento que toca. Las directivas sobre el uso de plaguicidas deben contemplar la protección de las abejas, y la Política Agraria Común (PAC) debería reforzar la protección del paisaje natural.

La evaluación de los ecosistemas ya se puso en marcha en el año 2000 impulsada por Naciones Unidas. Sin embargo, ya en el 2005 mostró que dos tercios de los servicios de los ecosistemas están en declive o amenazados. Se espera una nueva evaluación para el 2015. La cuestión es si no vamos tarde ya para garantizar la funcionalidad de los ecosistemas y su biodiversidad para un planeta más saludable.

Elaborado a partir de un documento de la Comisión Europea titulado Bienes y servicios ecosistémicos de 2009. Fotos: Fundación Tierra.

 

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09/02/2017

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