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Sentir
la tierra y sus frutos crecidos con la energía solar y mucho cuidado
humano cuando se trata de cultivos de la agricultura ecológica es algo
que deberíamos practicar todos de vez en cuando. Porque si algo tiene la
agricultura sin venenos es que requiere mucho amor. Y amar la tierra,
sentir su fuerza y a la vez la energía humana que requiere es una
experiencia imprescindible. El premio son alimentos seguros y
saludables que mantendrán al planeta y, por tanto, nuestra herencia con
más vitalidad de la actual.
Este fin de semana me he tomado un dosis de paciencia ayudando en el
trajín de una pequeña huerta familiar ecológica. Los que vivimos en la
ciudad nunca sabemos los cuidados que necesita la tierra a diario. Sin
embargo, ante el frío imperante, nuestros cuerpos se han entregado a la
árdua tarea de seleccionar garbanzos. En apenas unos minutos he captado
que teníamos saco para rato pues es que este minucioso trabajo no
permite velocidades mayores que 500 g por hora. Pero la selección de
garbanzos a la que me entregado me ha llevado a sentir en el alma que
lo bueno no tiene precio.
Los garbanzos (Cicer arietinum)
son originarios del Asia Occidental (Turquía), sin embargo, desde
el Mediterráneo hasta la India son muchos los pueblos que muestran una
gran afición por ellos. Se dice incluso que son afrodisíacos y que
incrementan la energía sexual. En España, tenemos garbanzos porque los
trajeron los fenicios y cartagineses y aunque entre la cultura romana
no gozaron de muy buena prensa, en la Europa mediaval constituyó una
fuente esencial de proteína vegetal. Esta legumbre tiene además
una muy buena adaptación a las condiciones extremas por lo que se
puede cultivar con climatologías duras, aunque en suelos bien
drenados. En España no hay propiamente una variedad con denominación de
origen, pero existen algunas tierras garbanzeras por excelencia. Este
es el caso de Fuentesaúco (Zamora) que ha alcanzado fama como tierra productora de
garbanzos. En Catalunya, ahora mismo, merced a la tozudez de agricultures esforzados
se ha recuperado el llamado garbanzillo (cigronet de l'Anoia) que se
produce en la comarca de Igualada (a unos 80 km entre Lleida y
Barcelona).
No voy a entrar en las virtudes gastronómicas del garbanzo,
aunque estas son sin duda apreciadas, especialmente entre los pueblos
árabes que lo convierten en puré y preparan croquetas (falafel) o
el humus
también conocido por paté de garbanzos (garbanzos triturados con pasta
de ajos, aceite y limón). Sea como sea, esta sabrosa legumbre no goza
de especial reputación en nuestros días y, sin embargo, debo recordar
que el garbanzo aporta a nuestra dieta excelentes calidades. Los
garbanzos, al igual que otras leguminosas, son tan ricos en proteínas
como la carne (19,4%) y contienen tantos hidratos de carbono (55%) como
la que aportan los cereales. La ingesta de 100 g de garbanzos se
convierten en 330 calorías y una buena dosis de fibra (15 g por
cada). Entre las vitaminas que contienen destaca el ácido fólico, la
B3, la B1 y la B2, así como minerales tales como el calcio, el
magnesio, el potasio y en menor proporción, el cinc, el hierro y el
sodio. Para que luego digan que no es un alimento completo y
energético.
La selección de garbanzos en la que he participado era para extraer todos los que se habían comido las orugas de la especie Helicoverpa armigera así como los rotos por la propia recolección. Esta oruga antes era muy sensible a tratamientos ecológicos con el Bacillus thuringensis var. kurstaki.
Sin embargo, hoy ha ganado en resistencia por los cultivos de maiz
transgénico que incorporan la toxina de este bacilo. Así las cosas, los
agricultuores ecológicos están quedando indefensos. Para que luego
digan que los cultivos transgénicos son inofensivos.
Debo admitir, sin embargo, que mientras iba seleccionando pacientemente
los garbanzillos uno a uno, los grandes almacenes estaban abiertos y
repletos de consumidores. Así las cosas no he podido sacarme de la
cabeza que no sabemos invertir nuestro dinero. La comida ya ocupa uno
de los menores porcentajes en la economía familiar. Somos capaces de
adquirir miles de productos inútiles porqué son baratos y en cambio no
valoramos pagar la calidad por lo que nutre nuestra vida: los alimentos
saludables y ecológicos. El kilo de garbanzo ecológico seleccionado se
paga a 1,5 euros que ni por asomo sufraga el esfuerzo que realizan los
agricultores y sin embargo, todavía existen cultivadores de la tierra
que su trabajo se convierte en amor puro. Una educación ambiental
contundente debería adiestrarnos para interesarnos por la comida, por
su procedencia y sus virtudes.
La granja ecológica que me ha brindado esta experiencia vital se
encuentra en el corazón de la gerundense comarca de la Garrotxa, entre
hayedos y tierra volcánica. Una mujer, joven agricultura (raro),
ecológica (rarísimo) ha convertido su vida en esforzado trabajo
terrenal. La paz del entorno sólo la interrumpe el canto de los gallos
criados para convertirse en exquisito y riquísimo manjar navideño. En
estas noches heladas cuando uno no se atreve ni a sacar la nariz
por encima del edredón estos gallos fuertes y hermosos anuncian
el alba más blanca a 6 bajo cero. Es hora de levantarse, un nuevo día
radiante que hiela las almas humanas nos empuja fuera de la cama
para empezar nuevamente con el interminable trabajo por la tierra feliz. En la granja no
hay sábados ni domingos, ni días de fiesta. Cada día es un constante
goteo de trabajos sin cesar. Con el tractor, fresar la tierra, luego
plantar, mientras en el obrador esperan trabajos de envasado de los
frutos de la cosecha. En la casa hay que arreglar cosillas mil,
seleccionar más garbanzos... necesitan 7 kg para el lunes y apenas hay
4...
Dicen que en la ex Unión Soviética a los estudiantes les obligaban a que
una parte de sus vacaciones veraniegas ayudaran a los agricultores en
sus tareas. No puedo valorar el valor pedagógico de estas experiencias,
si es que son ciertas, pero en cualquier caso está claro que todos
deberíamos enfrentarnos ni que sea por un fin de semana a lo que
significa el esfuerzo de cultivar buenos alimentos sin venenos. Quizás si todos
valorásemos más el trabajo de los agricultores no dejaríamos que los
intermediarios se hicieran ricos mientras ellos apenas pueden
sobrevivir. Desde ahí no puedo sino animaros a apuntaros a alguna
cooperativa de consumo ecológico, de convertiros en clientes asiduos de
estas tiendas cada vez menos raras donde distribuyen verduras,
hortalizas frescas y frutas del tiempo así como carnes todas con el
aval de la agricultura ecológica. La agricultura ecológica es nuestra
mejor inversión en salud propia y planetaria. Si queréis tener una experiencia inolvidable, apuntaros
como wwoofers en alguna explotación permacultora y veréis que es una experiencia de impacto...
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