Estamos frente a una crisis sociocultural de dimensiones épicas. Una crisis en la que por primera vez nos enfrenta con nosotros mismos ya que nuestra propia actividad ha puesto en jaque el propio entorno que nos acoge como especie. El ser humano ha actuado siempre como lo que es, un animal. Y su estrategia vital se ha basado en moverse de un sitio para otro para buscar su supervivencia. La historia de la civilización que conocemos se ha basado precisamente en explorar y explotar los recursos allá donde los hubiera- No nos hemos esforzado por encontrar soluciones y disfrutar del pedazo de tierra que acoge cada pueblo. Las guerras, las migraciones masivas no son más que un exponente de una estrategia que no tiene futuro.
Frente a este comportamiento, la capacidad de raciocinio humano nos permite observar como la naturaleza resuelve su supervivencia sin alterar las condiciones ambientales de su prole como está haciendo la sociedad del consumo exacerbado que impera hoy en la civilización humana. Un nuevo despertar puede darse cuando los seres humanos valoren la naturaleza como proveedora de soluciones (como la biomímesis, la economía azul, etc.). Las plantas nos muestran un nuevo paradigma que podemos adoptar para obtener adaptabilidad, flexibilidad y fortaleza a la vez que un estilo de vida más cooperativo y solidario. Cada vez más científicos aportan datos para avanzar en esta visión.
El libro El futuro es vegetal de Stefano Mancuso nos ofrece un nueva mirada, revolucionaria, sobre el mundo de las plantas. Las soluciones que las plantas encuentran a los múltiples retos a los que se enfrentan nos permiten reflexionar sobre el modo mejorar nuestras vidas, y por tanto, imaginar nuevos modelos ya sean de organización social o de nuevas tecnologías. Las plantas pues son paradigmas de la vida contemporánea por su flexibilidad y fortaleza frente a la fragilidad del mundo humano y animal. Veamos algunas de estas opciones que nos aportan las plantas descritas en el libro de Mancuso.
Nuestra idea de una vida compleja e inteligente se corresponde a la vida animal, y como, inconscientemente, no encontramos en las plantas las características típicas de los animales, las catalogamos como seres inferiores, pasivos (es decir, "vegetales"), negándoles cualquiera de las capacidades típicas de los animales, desde el movimiento a la cognición. Es por eso que, cuando vemos una planta cualquiera, debemos recordar que estamos observando algo que está construido a partir de un modelo completamente diferente que, comparados por ejemplo con el de posibles alienígenas del cine de ciencia ficción, estas no son más que simpáticas fantasías infantiles.
La primera diferencia y enorme es que las plantas al contrario que los animales, no poseen órganos individuales o dobles a cargo de las funciones principales del organismo. Las plantas distribuyen por todo el cuerpo las funciones que en los animales se concentran en órganos específicos. La clave está en descentralizar. Con los años hemos descubierto que las plantas respiran por todo el cuerpo, oyen con todo el cuerpo, que calculan con todo el cuerpo y así sucesivamente. Distribuir todas las funciones lo más posible es el único modo para sobrevivir a la depredación, y las plantas han sabido hacerlo tan bien que pueden permitirse que les extirpen grandes porciones del cuerpo sin que ello mengüe su funcionalidad. El modelo vegetal no prevé la presencia de un cerebro que ejerza un control central o imparta órdenes a los órganos que de él dependen. En cierto sentido, su organización es el símbolo de la modernidad: poseen una estructura modular, colaborativa, distribuida y sin centros de mando, capaz de soportar perfectamente depredaciones catastróficas y continuas.
Otra diferencia entre las plantas y los animales es que estas solucionan los problemas y los animales los evitan. Los animales todo lo resuelven con el movimiento o apartándose del problema. Si no hay alimento, se van adonde pueden encontrarlo, si el clima es demasiado caluroso o demasiado frío, demasiado húmedo o seco, migran adonde las condiciones sean más adecuadas. Siempre pues evitan la realidad cuando esta es adversa.
Las plantas al estar arraigadas al suelo deben encontrar soluciones a los cambios en su entorno y eso les permite un conocimiento mucho más detallado de éste. Cómo no pueden huir de adonde están, si sobreviven es tan sólo porque pueden percibir en todo momento y con gran fiabilidad, multitud de parámetros químicos y físicos como la luz, la gravedad, los elementos minerales disponibles, la humedad, la temperatura, los estímulos mecánicos, la estructura del suelo, la composición de los gases de la atmósfera, etc. Una confirmación más que asociar la idea de vegetal a la falta de sensibilidad es un colosal disparate. Las plantas pues responden a un contexto siempre cambiante mediante la adaptación.
Las plantas hay que considerarlas más que un ser vivo una colonia compuesta por módulos vitales. Esta idea no es nueva, de hecho el filósofo griego Teofrasto (372-287 a C) señaló que "la repetición es la esencia de la planta". Hoy sabemos que las plantas se comportan como las colonias de hormigas o abejas. Eso es evidente en la conducta de los ápices radicales que actúan transmitiéndose la información de unos a otros en lo que se llama estigmergía, término que designa la técnica que se sirve de los cambios en el entorno como instrumento de comunicación. Las plantas son, por tanto, organismos capaces de utilizar las propiedades emergentes de las interacciones entre grupos para responder a problemas y adoptar soluciones que, en ocasiones, pueden ser muy complejas. La organización distribuida y la ausencia de niveles jerárquicos, posee una eficacia muy elevada por las plantas han conseguido estar presentes en todos los rincones de la naturaleza.
La sociedad humana está aprendiendo de esta forma de vivir y relacionarse, como lo demuestra la comunicación vía internet en la que los usuarios depositan en un entorno compartido sus observaciones o apreciaciones y con ellas se consiguen soluciones innovadoras (caso del software libre, de wikipedia, de la ciencia ciudadana, etc.). Cómo decía Harry Emerson Fosdick "la democracia se basa en la convicción de que en la gente ordinaria hay posibilidades extraordinarias". De hecho los recientes avances en biología acerca del estudio del comportamiento grupal indican, sin sombra de duda, que cuando las decisiones las toman un número elevado de individuos casi siempre son mejores que las que adoptan unos pocos. La evolución premia la participación en la toma de decisiones, las decisiones en grupo responden mejor a las necesidades de la mayor parte de los miembros de la comunidad. Las plantas presentan esta organización participada por miles de millones de ápices radicales que exploran el entorno sin cesar. La naturaleza nos muestra en múltiples ejemplos que tomar decisiones consensuadas es la mejor garantía para resolver de manera correcta los problemas complejos.
Las sociedades van hundiéndose bajo el peso de su sólida organización, la cual impide la flexibilidad necesaria para plantar cara a un entorno en cambio perpétuo. El modelo animal, pues, es más estable y eficiente sólo en apariencia: en realidad es un modelo acartonado. Toda organización cuya jerarquía confia a unos pocos la misión de decidir en nombre de muchos está irremediablemente destinada al fracaso, y más en un mundo que lo que requiere son, ante todo, soluciones diferentes e innovadoras.
El futuro está obligado a hacer suya la metáfora vegetal. Las sociedades que en el pasado se desarrollaron gracias a una rígida división funcional del trabajo y a una férrea estructura jerárquica se veran obligadas a arraigarse en el territorio y a descentralizarse, a desplazar el poder de decisión y las funciones de mando a las distintas células de su organismo y a dejar de ser pirámides para convertirse en redes distribuidas horizontales. La revolución ya está en marcha, internet y las organizaciones no jerárquicas y dstribuidas, similares a las estructuras vegetales, se multiplican y ganan aceptación y, sobretodo, obtienen óptimos resultados.
En el 2050, la Tierra tendrá diez mil millones de habitantes, tres mil millones y medio más que hoy. Este crecimiento alarma a muchas personas convencidas de que no dispondremos de recursos suficientes. Yo no me cuento entre ellas. Tres mil millones y medio de cabezas pensantes más, simpre y cuando tengan la libertad para crear no son un problema sino un enorme recurso. Tres mil millones y medio de personas son capaces de resolver cualquier problema, siempre y cuando tengan libertad para pensar e innovar. Puede parecer una paradoja, pero en el futuro próximo tendremos que inspirarnos por fuerza en las plantas para volver a "movernos".
Artículo elaborado a partir del texto del capítulo VI "Democracias verdes" del libro El futuro es vegetal de Stefano Mancuso.