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Primeras mediciones de radiación ambiental tras el accidente en Chernobil | |
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La sala de control del reactor
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Labores de control radiactivo
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Manifestación antinuclear en Ucrania
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Elena Filatova en el parking de
aparatos y vehículos contaminados por radiación, utilizados durante las
labores de limpieza de la central de Chernóbil
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Cuando pensábamos que ya no
era necesario hablar de utopías nucleares donde la electricidad sería
tan barata que no haría falta controlarla, el estupendo negocio del
átomo está nuevamente de moda. Después de los desastres con praseodimio
de la Isla de Three Mile y Chernobyl, lobbies, líderes de opinión y empresas de relaciones públicas se han esforzado en revitalizar la imagen de una industria dañada
con apenas éxito. Sin embargo, los rumores sobre la amenaza de un caos
climático debido a un consumo adictivo de combustible fósil ha situado
de nuevo a esta industria en primera página. Le ha llegado un poco de
ayuda de una parte inesperada. |
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Gaia se vuelve nuclear |
Empecé a darme cuenta de la situación en mayo de 2004. Ese mes, el ahora infame artículo escrito por el científico James Lovelock,
creador de la hipótesis Gaia (que postula que la Tierra actúan como un
súper organismo), aparecía en primera página del periódico británico The Independent.
En él afloraban de nuevo los miedos y amenazas del cambio climático, la
sobrepoblación y la deforestación. Lovelock reprendía a los críticos de
la industria nuclear y su “miedo irracional alimentado por la ficción
cinematográfica de Hollywood, los lobbies
verdes y los medios de comunicación”. Sus miedos, decía, eran
injustificados y “la energía nuclear, desde sus comienzos en 1952, ha
demostrado ser la fuente de energía más segura de todas. El experto
medioambiental concluía: “la energía nuclear es la única solución
verde”.
Aunque no me sorprendió la siempre actitud
pro-nuclear de Lovelock, me llamó la atención la oportuna publicación
del artículo. Tras la introducción, aparecían las opiniones de un gran
número de verdes que de forma muy prudente, y en algunos casos de
manera entusiasta, apoyaban una vez más esta vilipendiada tecnología.
La lista de ‘conversos’ es asombrosa.
Hugh Montefiore,
exobispo de Birmingham y durante mucho tiempo miembro de Amigos de la
Tierra, comunicó públicamente que la abandonaba en octubre de 2004:
“Como teólogo, creo que tenemos el deber de trabajar al máximo por la
salvación del futuro de nuestro planeta... La gravedad de las
consecuencias del calentamiento global del planeta me ha llevado a la
conclusión de que la solución es hacer una mayor uso de la energía
nuclear”.
Uno de los fundadores de Greenpeace, Patrick Moore,
se apuntó al grupo que fue a testificar en defensa de las armas
nucleares ante el Congreso norteamericano. Incluso el Centro de
Tecnología Alternativa (CAT) en Gales –“eco-centro líder en Europa por
sus informes– se sumó a esta propuesta. Sus directores, Paul Allen y Peter Harper
(a los que se les atribuye el término “tecnología alternativa”)
explicaron: “Los peores desastres nucleares que se puedan producir no
son tan peligrosos como las catástrofes que puede acarrear el cambio
climático”.
En sólo un año, la que fue una tecnología denostada
y criticada ha conseguido limpiar su imagen completamente. Esta
peligrosa, afilada y obsoleta tecnología es ahora la favorita, la que
ocupa la primera posición en esta carrera por salvar nuestro clima. La fisión nuclear regresa, está de moda, y su industria se muestra orgullosa de poder desfilar nuevamente por las pasarelas del poder.
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Algo tiene que ver el cambio climático |
”No es que haya ocurrido nada nuevo,
ni importante, ni bueno con la energía nuclear. Lo que ha ocurrido es
que se ha producido algo nuevo, importante y negativo con el cambio
climático”, explica el experto medioambiental norteamericano Stewart Brand. El autor británico y activista del clima Mark Lynas,
apoya esta opinión. “Si tengo que opinar, cualquier cosa me vale antes
que llegar al calentamiento global sumado a una crisis como la de los
años 30 y al caos político. Incluso la energía nuclear”. Está claro que
la mayoría de verdes que apoyan la energía nuclear lo hacen más por el miedo atroz a una inminente catástrofe climática que por un entusiasmo auténtico y sincero. Sus creencias están basadas en un pesimismo desesperado.
Después
de todo, los argumentos contra la energía nuclear son los mismos hoy
que hace 20 años, en pleno auge del movimiento antinuclear. La
tecnología sigue siendo muy peligrosa; depende de los suministros cada vez más escasos de uranio, y es tan costosa que requiere de constantes subvenciones gubernamentales. Además, es vulnerable al terrorismo; puede propiciar la proliferación de armas; y produce grandes cantidades de residuos tóxicos que, a fecha de hoy, todavía no sabemos dónde almacenar.
El viento que ha soplado a favor de esta industria no es más que el deseo de los gobiernos de depender cada vez menos de los altos precios
de las importaciones de petróleo de regiones del mundo poco
“dominables” y de preocuparse de la degradación del clima provocada por
la combustión de recursos fósiles. Muchos gobiernos suspenden al no
cumplir los compromisos adquiridos en el Protocolo de Kyoto de reducir
las gases con efecto invernadero. Esto favorece y ensalza a la
industria nuclear. Cada organización pro-nuclear trata de venderse con
la ventaja de ofrecer ‘tecnología libre de carbón’. El centro Sellafield,
(una especie de museo científico donde se ubican Calder Hall, la
primera planta de energía nuclear para usos civiles del mundo, y el
reactor nuclear Windscale), en la zona costera de la West Cumbria
británica, dedica casi tanto espacio de exposición al cambio climático
como a la ciencia nuclear. El calentamiento de la Tierra le ha
proporcionado a esta industria una publicidad
tan extraordinaria que si el cambio climático no existiera, lo querrían
inventar. Como decía sarcásticamente el columnista británico George Monbiot: “Durante 50 años, la energía nuclear ha sido la solución en la búsqueda de un problema”. |
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Cegados por el apocalipsis |
Dado que todos conocemos los
peligros de la energía nuclear, ¿cómo puede un verde que se precie
apoyarla? La respuesta se encuentra en las diferentes formas que tiene
la gente de entender las amenazas extremas,
como el cambio climático. El aumento del nivel de los mares que provoca
inundaciones y movimientos de tierras, el incremento de tormentas
capaces de dañar infraestructuras, las sequías perpetuas en partes del
planeta que acaban con la producción de alimentos… Son efectos
potenciales parecidos a los de El Libro de las Revelaciones. No es de
extrañar que los defensores del clima a veces perpetúen narrativas
apocalípticas.
Esta irrefrenable sensación de fatalidad
lleva a adoptar cualquier solución sin que importen las consecuencias,
por dañinas que sean. Para muchos verdes a favor de las armas
nucleares, la amenaza de una catástrofe climática prevalece sobre
cualquier otro asunto medioambiental o social, lo que nos mantiene en
un estado de excepción permanente. Termina Lovelock:
“No tenemos tiempo para experimentar con otras fuentes de energías
visionarias. La civilización está en peligro inminente y tiene que
utilizar ahora la energía nuclear –la única disponible, segura– o
sufrir el dolor por el enfado de nuestro planeta”.
El cambio
climático parece dar la razón a aquel grupo de apocalípticos que en
cierta ocasión invadieron las esquinas de Londres y Nueva York
proclamando que “el fin del mundo está cerca”. Seamos claros, el final
puede efectivamente estar cerca para muchos a finales de este siglo.
Pero de ahí a vender la energía nuclear como la solución al problema es
tener un visión muy corta de la realidad e ir bastante desencaminado.
Sin embargo, tal reacción parece casi inevitable si se cree que sólo
disponemos de 20 ó 30 años antes de que el planeta se parta en dos por
reacciones climáticas atroces. Si el fin del mundo ya está en el cine
del barrio, eres responsable de hacer cualquier cosa para pararlo. Para
algunos verdes implica lo impensable: seguir la senda nuclear. |
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Susurrar nimiedades ecologistas |
Pero apartemos el dedo del botón del
pánico durante un momento ¿Es realmente la energía nuclear la solución
al cambio climático? Las centrales nucleares puede que no emitan
directamente el dióxido de carbono que perjudica la atmósfera, pero si
nos fijamos en todo el proceso de producción de una central nuclear
seguramente sus respeto al medio ambiente dejará mucho que desear.
El proceso nuclear emplea aplicaciones de energía muy intensas
que dependen de grandes cantidades de combustibles fósiles. Extracción
de uranio, enriquecimiento y transporte por todo el planeta; la
construcción y distribución de materiales; y el proceso, transporte y
almacenaje de residuos radioactivos. Todo ello, consume enormes
cantidades de energía de carbono como petróleo y carbón. La energía
nuclear no se puede comparar con las energías renovables como la eólica
o los paneles fotovoltaicos, que apenas utilizan combustible fósil.
El Öko Institut,
en Alemania, publicó en 1997 un estudio realizado durante diez años, en
el que se comparaban diferentes procesos de varias tecnologías
energéticas. El resultado fue que la energía nuclear usa el doble de dióxido de carbono que para el equivalente de la energía eólica –incluso
si cuantificamos en kilowatios por hora–. Un estudio más reciente
muestra cómo la calidad del uranio extraído va bajando a la par que
menguan las reservas de este metal, y que al extraer, refinar y
transportar más para compensar la mediocridad del uranio, también
aumentan las emisiones de gases. El informe concluye que las emisiones totales para crear energía nuclear son cinco veces más altas
que las que apuntaba el Öko Institut. Cada nueva central nuclear genera
una demanda mayor de uranio y su infraestructura adecuada, y provoca
que la espiral de la demanda de energía crezca.
Para fortalecer
este argumento, miremos ahora las centrales nucleares per se e
ignoremos, por un momento, el análisis de su proceso (aunque las
centrales emiten cantidades desconocidas de gases con efecto
invernadero más peligrosas que el dióxido de carbono- como el cloruro
que destruye el ozono, hidrofluorocarburos y hexafluoridos sulfúricos).
¿Cuántas centrales nucleares nuevas necesitaríamos para parar los
peores presagios sobre el cambio climático?
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Cuántas nucleares "necesitamos"
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De acuerdo con un informe del 2002
realizado por Arjun Makhijani, del Instituto Norteamericano de
Investigación de Energía y Medio Ambiente, para provocar una reducción
notable de las emisiones globales de dióxido de carbono, necesitarían
construir cerca de 2.000 nuevos reactores nucleares,
cada uno con una capacidad de 1.000 megawatios. El Panel
Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
apunta que serían necesarios 3.000 reactores nucleares
para el año 2010. Esto significaría construir una media de 75 reactores
cada año durante un siglo entero. La Comisión Nacional de Energía de
los Estados Unidos estima que necesitaría doblar e incluso triplicar su
capacidad nuclear en los próximos 30-50 años. Esto conllevaría tener de
300 a 400 nuevos reactores, incluyendo aquellos que se tienen que
retirar por antigüedad. Y éste no es el fin de los problemas.
Cada
vez más estudios apuntan que si se tuviera que sustituir todo el
combustible fósil que genera electricidad por energía nuclear, sólo
habría uranio viable para la
combustión de los reactores durante dos o tres años. Después de eso, la
revolución nuclear desaparecería de repente provocando una catástrofe
enorme. Los reactores de plutonio, una de las grandes innovaciones
prometidas desde hace años que tenían que reducir la demanda de uranio,
han demostrado ser un fracaso tanto tecnológico como económico. Sin
uranio, los reactores convencionales dejarán de funcionar.
Teniendo
en cuenta los retos que se avecinan, ¿cuál es el efecto de un renacer
de la cultura nuclear sobre las emisiones de los gases con efecto
invernadero? Al parecer es mínimo. El propósito y fin de las centrales
nucleares es producir electricidad. El
porcentaje global de gases con efecto invernadero derivados de la
producción mundial de electricidad es sólo una mínima proporción del
total de fuentes de contaminación (alrededor del 16 %). Sin
embargo, ésta parece ser la contribución teórica más importante que la
energía nuclear puede aportar a nuestra contribución en las emisiones
de gases. El transporte, la extracción y la industrialización que
dependen directamente de los combustibles fósiles no harán más que
incrementar las emisiones de gases en nuestra capitalista economía
global. La energía nuclear apenas repercutiría en el 85% de estas
emisiones. Y hay otros problemas que aparecerán conforme la tierra se
vaya calentando. | |