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Una imagen para nuestro mejor recuerdo.
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Josep Maria Serrano, el profesor de prácticas de ecología, que además nos transmitió su esencia de persona libre.
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Compartiendo con la naturaleza y los amigos
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La naturaleza fue parte de la esencia en la que nos criamos como profesionales.
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20 años después, cuando todavía su sonrisa estaba entre nosotros.
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Hace
más de 25 años, estaba entre el puñado de jóvenes que terminábamos la
carrera de biología en la Autónoma de Bellaterra. Éramos la promoción
1976-1981. Estudiamos en un campus que estimulaba a conocer la
naturaleza. Un marco excelente para aquellos que teníamos vocación de
ser biólogos de bota más que de bata. En la Autónoma no había
celebridades académicas, pero disponía de un profesorado joven,
competente, comprometido y, sobre todo, aire libre. Empezamos varios
centenares y terminamos unas pocas decenas. Nos formamos en un ambiente
de diálogo con el profesorado. En algunas asignaturas de los últimos
cursos, el docente era casi como un familiar.
Fuimos los penúltimos del sistema educativo del bachillerato y el
primer curso sin dictador ni policía en las aulas. La universidad se
despolitizó, porque los líderes se forjaban en la civitas donde el
auditorio estaba al completo y la obra a punto de estrenar. Nuestra
promoción se refugió en la amistad y la camaradería universitaria, ante
la imposibilidad de participar del futuro que se nos había adelantado.
A nuestra generación le arrebataron su destino. Nos educaron para ser
príncipes, pero sin oportunidad para adquirir pedigrí. Europa todavía
estaba por llegar y éramos un molesto estorbo para formar parte del
renacer democrático.
El gris ha sido, preferentemente, nuestro color de fondo. Nacimos a la
vida con un dictador en el poder. La democracia nos alcanzó apenas
reconocida la mayoría de edad y la sociedad nos puso en la parrilla
laboral y cada cual encontró lo que pudo. Algunos tuvimos suerte y
ejercimos a la primera de biólogos, otros se refugiaron en la enseñanza
y otros oficios. Pero a todos nos quedó el compromiso por una
planeta Tierra habitable y sostenible.
De toda aquella promoción, unos pocos estudiamos botánica, ciencia con
poco porvenir, pero que nos sirvió para establecer unos lazos de
amistad que permanecen y un compromiso ecológico sin resquicios.
Teníamos la vida por delante y cada cual ha hecho su propio camino, con
más o menos esfuerzo y avatares.
El 7 de noviembre de 2007 ha caído la primera flor de aquella
inflorescencia de botánicos de la promoción 1976-81. La muerte nos ha
arrebatado a Lourdes Alcón, una mujer menuda, de belleza serena, tenaz
y sensible. Las lágrimas nos han brotado por ella y por su familia: Jordi, Laura y Miquel. El otoño con su fresco ha nublado nuestros ojos
a pesar de ser un día soleado, con un sol que se ha puesto con un
esplendor que me ha parecido el mejor homenaje de un día sombrío para
las emociones. La nuestra no es una cultura preparada para la muerte y ésta hoy nos ha sacudido brutalmente. Lourdes ya no está entre
nosotros. En el 2006, coincidiendo con los 25 años de aquella
promoción, muchos se volvieron a reunir. Se editó un álbum fotográfico
de la época. Entre estas fotos recopiladas, resaltan unas de rojas
amapolas entre la cuales Lourdes está entre nosotros, con todo el
esplendor que nos daba la juventud. La juventud que nos enseñó el
nombre de las plantas y sus ciclos vitales. Ciclos que hoy nos han
recordado la esencia de la Vida. Estas viejas imágenes ahora se
convierten en el mejor recuerdo que podemos conservar, aunque no son
las únicas. Pero, a su vez, la partida de Lourdes es el primer aviso que todos nosotros, ya
cercanos a los 50 años, los que compartimos con ella tanta plenitud, hemos
iniciado el camino hacia el invierno vital.
Somos ya una generación a la que, a pesar de estar en el cénit de la vida, ésta empieza a guiñarnos el ojo. La Canción de Añoranza del
comprometido cantautor catalán Lluis Llach me resuena ahora en la cabeza como
una campana en la lejanía de los campos que tantas veces compartimos
para aprender sobre la Vida:
Ni que sólo fuese por el suave deslizar de un tiempo perdido
a tu lado
Ni que sólo fuese
recorrer juntos el bello jardín de tu pasado
Ni que sólo fuese
para que sintieras cómo te añoro
Ni que sólo fuese
para reír juntos la muerte
Ni que sólo fuese
para decirnos adiós serenamente.
Ni que sólo fuese
para que sintieras como te añoro
Ni que sólo fuese
para reír juntos la muerte.
Hoy hemos llorado la muerte sonriente pero amarga, mientras los
escalofríos agolpados de una multitud decían su último hasta pronto
Lourdes en el Tanatorio de Castellar del Vallés, ciudad dónde vivía. Y
más allá de todos los recuerdos que cada uno de los presentes podamos
atesorar de la dulzura de Lourdes, su partida definitiva nos recuerda la
vulnerabilidad vital a la que estamos sometidos. Había ejercido de
maestra años atrás y entre los presentes en el funeral multitudinario
para despedirnos serenamente de su cuerpo estaba un nutrido grupo de exalumnos
apesadumbrados.
Es en estos duros momentos en que lamentablemente reaprendemos a
relativizar los enfados y muchas de las rabias cotidianas, pues nuestra
energía vital debe servir para amar con intensidad nuestro universo
familiar en el que los amigos representan uno de los mejores dones a
los que tenemos acceso en esta existencia terrenal. Hoy, aquellos
jóvenes botánicos de antaño, que ejercemos con profesiones diversas y diferentes situaciones familiares,
hemos coincidido una vez más. En esta ocasión, alrededor de un cuerpo sin vida y entre
las lágrimas derramadas que nos han brotado, se ha expresado la
necesidad de renovar esta inflorescencia que ha empezado a desprenderse
de sus flores y que nos indica que el momento de fructificar ya no
tiene vuelta atrás.
Tengo un nudo en la laringe mientras tecleo estas letras y a pesar de mi
capacidad librepensadora mis ojos siguen brillantes y húmedos. Me he
abrazado largamente al final de la ceremonia con su compañero Jordi. No
he podido pronunciar palabra alguna verbal y sólo he podido escuchar su
agradecimiento por la presencia de los amigos de Lourdes. Nuestros
cuerpos abrazados sin embargo han hablado más allá de lo verbal. Me
duele pensar que la última vez que nos vimos cara a cara con Lourdes y
Jordi, aunque posteriormente habíamos hablado por teléfono, fuera el 1
de octubre de 2005, cuando fui a dar una conferencia de ecología en la
biblioteca de Castellar del Vallés.
La vida sigue para los que estamos mientras otros nos dejan sus
recuerdos. Creo que a pesar de impulsar desde esta entidad el abordaje del tema de la muerte desde la visión
ecológica, en el fondo nos olvidamos de ella con demasiada facilidad.
Sin embargo, la ausencia de Lourdes me da ahora el coraje para afrontar esta
realidad y por una vez empezar ya a diseñar cómo quiero que sea la
ceremonia para el día de mi partida vital. Porque al final morir es un
acto vital por esencia. Y es en este paso que debemos facilitar la
tristeza que envuelve a los que permanecen. Una tragedia que superamos
con el sol que nace cada día, pero que no podemos olvidar que también
su ocaso es de una belleza infinita. Porque cada humano es “un hilo que
se alarga a través del tiempo, un finísimo nervio de la historia que
puede arrancarse y separar pero que permite determinar la vida misma.
Por esto al hombre no le asume la muerte, porque lleva en su interior
esta sensación de infinitud de este hilo histórico una parte del cual
es él mismo”.
Desde esta página en un portal de la ecología práctica, Lourdes ya es
parte de mi ser. Hasta ahora era un hilo más. Hoy se ha convertido en
parte de esta madeja compleja que por ahora soy. Y las bellas imágenes
de más de 25 años son el único homenaje que se me ocurre podemos
compartir sin olvidar las lágrimas que hoy han brotado a todos los que
la conocimos. Feliz viaje amiga Lourdes.
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