Septiembre 2008.
La central nuclear de Vandellós ha vuelto a arder (24 de agosto 2008).
Igual que en 1989, cuando el reactor Vandellós-1 sufrió un accidente,
consecuencia de un mal funcionamiento del grupo turbogenerador. Esto
ocasionó un incendio que se propagó por todo el cableado de control del
reactor (pues no había sido tratado ignífugamente), lo que dejó al
reactor sin control. Desde entonces, Vandellós-1 pasó al baúl de la
historia. El domingo 25 de agosto, de buena mañana, se declaraba de
nuevo un incendio en la nuclear de Vandellós. En esta ocasión en la
sala del turbogenerador del reactor nuclear Vandellós-2.
¿Por
qué se declaran incendios en los turbogeneradores que hacen posible la
generación de electricidad a partir del vapor producido por el calor
liberado por la fisión de los núcleos de los átomos del Uranio-235? Los
turbogeneradores de potencia muy elevada, como los que equipan las
nucleares, necesitan aceites lubricantes y también hidrógeno. Cualquier
mal funcionamiento que conlleve vertidos de aceites o fugas de
hidrógeno suele ir asociado a un incendio. Y, como todos los
componentes de una central nuclear trabajan en unas condiciones muy
duras (muy elevadas presiones y temperaturas, además de radiactividad),
esto produce que todos los componentes de la central, y también los
turbogeneradores, sufran un proceso de envejecimiento acelerado que, si
no se controla de forma adecuada, acaba con problemas que pueden ser de
bastante gravedad.
En Catalunya, las centrales nucleares en
funcionamiento llevan más de 20 años produciendo electricidad. En los
últimos meses estamos viendo cómo experimentan fallos de funcionamiento
que hacen que se tengan que parar con frecuencia. Y, una vez paradas,
han de pasar unos días para ponerlas de nuevo en funcionamiento,
suponiendo que no hayan sufrido averías que demoren aún más su
arranque. Y las empresas explotadoras de las nucleares dejan de
ingresar ingentes cantidades de dinero por no vender electricidad al
mercado. Ello provoca que, cuando funcionan, los técnicos que están al
servicio de las empresas explotadoras las hagan funcionar con la máxima
potencia y con factores de carga muy altos, sin que les preocupen
demasiado, al parecer, las implicaciones de seguridad que conlleva
hacerlas trabajar a ritmos muy forzados.
El incendio de Vandellós-1 ocurrió (19 d'octubre del año 1989)
justo después de que la empresa propietaria y explotadora de la central
(Hifrensa-Hispano Francesa de Energía Nuclear, S.A.) anunciara
repetidamente que la central nuclear superaba todos los récords de
funcionamiento (muy elevado factor de carga, muchas horas anuales de
funcionamiento).
El incendio de Vandellós-2 podría haber
ocurrido en circunstancias parecidas, en el supuesto de que la empresa
explotadora (ANAV-Asociación Nuclear Ascó-Vandellós, propiedad de
Endesa y de Iberdrola) quisiera recuperar todo el tiempo que perdió (o
el dinero que dejó de ingresar) cuando experimentó los problemas con el
circuito de refrigeración, que la mantuvieron parada durante muchos
meses.
Cualquier fallo de funcionamiento de una nuclear no es
otra cosa que un aviso de que puede ocurrir un accidente grave. Y un
accidente grave en una nuclear es muy diferente a un accidente grave
en cualquier otra instalación de generación de electricidad. El
incendio de turbogeneradores en una central térmica convencional (sea
con combustibles fósiles o biocombustibles) no puede tener otras
consecuencias que las propias de un incendio. Ahora bien, un incendio
en una central nuclear, aunque sea en el edificio del grupo
turbogenerador (relativamente separado del edificio del reactor), puede
llegar a tener consecuencias mucho más graves si el incendio afecta la
operativa del reactor nuclear (tal como ocurrió en Vandellós-1).
Los
fallos de funcionamiento de las nucleares de Ascó y Vandellós son
avisos bien claros de que algo no va bien. Ya en el informe del doctor
Lloret sobre el accidente ocurrido en Harrisburg (Three Mil Island)
en 1979, encargado por la propia Presidència de la Generalitat,
expertos norteamericanos entrevistados advertían de que las nucleares
que se estaban construyendo en nuestro país podían dar problemas. La
tecnología nuclear siempre ha sido una fuente de problemas, a pesar de
que la nucleocracia se afana por ocultarlos a la opinión pública. En
Catalunya también lo ha hecho: en Ascó se ocultó la fuga radiactiva y
se manipularon los medidores de radiactividad, y en Vandellós-2 se
impide la entrada de técnicos independientes de la industria eléctrica
para aclarar lo ocurrido.
Es como si los responsables de las
nucleares en Catalunya estuviesen jugando a la ruleta rusa. Empieza a
ser hora de pedir responsabilidades a aquellas personas que, por su
acción u omisión, hacen posible que las nucleares sigan funcionando en
Catalunya, a pesar de todos los avisos que estas envejecidas y
obsoletas instalaciones nos están mandando.
Y ya sabemos cuál es
el final del juego de la ruleta rusa: el que juega acaba perdiendo la
vida. Lo que ocurre es que, en el caso de la ruleta nuclear,
no solo pueden perder la vida las personas que juegan a ella, sino que
pueden perderla muchas más a las que ni siquiera nunca se les pidió
opinión, puesto que las nucleares siguen siendo, en pleno siglo XXI, la
última imposición vigente del franquismo sobre Catalunya, una
imposición que la democracia ha sido incapaz de hacer desaparecer.
Josep Puig, miembro del Grup de Tècnics i Científics per a un Futur No Nuclear
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