Cada día me levanto lleno de optimismo, aunque haya crisis, aunque no tenga una vida de color de rosa, aunque viva en un barrio marginal, aunque en cualquier esquina el azar pueda tumbarme. Pero, lo que realmente me anima a salir pedaleando con el alba y a permanecer activo dieciséis horas, es estar enamorado de mi planeta. Un planeta que a pesar de la violencia de muchos humanos, sigue siendo un lugar hermoso. Lo que me anima desde hace más de treinta años es poner mi granito de arena aportando mis modestas capacidades y habilidades a favor de pequeñas entidades ambientales y, en especial, desde hace quince años, mientras mi existencia maduraba inexorablemente.
La bicicleta, herramienta básica para un mundo más sostenible.
Pero lo que más me encanta de salir cada día pedaleando con todo el brío es ver y saber de muchas otras personas que hacen lo mismo por todo el planeta: trabajar por sus convicciones e incluso muchas de ellas arriesgando el pellejo. Me maravillan estos hombres y mujeres que se desviven por no desfallecer. Podría citar a muchos de ellos, algunos con un talento envidiable y un coraje inspirador. Pero todas son personas que profesan su amor por su Tierra, cada cual en su vertiente. Sabiendo, como me sucede a mi, que no vale rendirse, ni cuando en la vida personal a veces todo se derrumba. Y es que al final, en esta trama, lo importante no es tanto la lucidez o el éxito como la convicción.
Como quien no quiere, con simplemente levantarse con optimismo y dedicar la Vida a tus convicciones, te integras en una red tenue pero tejida por todo el planeta, como atestigua Internet. Así, la sensación de fortaleza es tremenda para el inquieto. Gesto tras gesto, voluntad tras voluntad, con coraje y emoción se ilumina una alba refulgente. Uno aportando su Plan B, otra protegiendo las semillas de la vida, otro investigando en eficacia energética, otra advirtiendo sobre la economía canalla, otro reinventando la bicicleta, otra difundiendo el culto a la Diosa, otro inventando los microcréditos, otra descubriendo la tecnología inspirada en la naturaleza, otro apasionado por cómo los hongos pueden ayudarnos, otra defendiendo que somos lo que hacemos… y así hasta el infinito.
Portada del libro de Paul Hawken.
Yo, simplemente, creo que los pequeños cambios son poderosos, y esto me da fuerza para no abandonar mis pequeñas grandes convicciones. Pero en el día a día, una telaraña de información, que esencialmente nos muestra el lado oscuro, se teje para que desfallezcamos en el intento de sumar para cambiar el mundo. Esta verdad, sin embargo, sólo es visible siendo observador de la imperceptible cotidianidad.
Mayoritariamente, nos cuesta ser conscientes de esta revolución silenciosa que crece por toda la Tierra en múltiples frentes. Una vibración que, como argumenta Paul Hawken en Blessed unrest (Bendita inquietud), suma centenares de pequeñas organizaciones y de pequeños esfuerzos que son ya los cimientos de una era naciente. Por esto, cada mañana miro al cielo y sólo sé ver esta esperanza compartida que nos hace más fuertes de lo que la realidad aparenta. Cada uno con su particular compromiso, somos como una de las hifas de este micelio del gran hongo que a ras de suelo ni se ve, pero que cubre todo el suelo del bosque. Y sentirse parte de este minúsculo micelio mantiene mi más firme optimismo para continuar en silencio.