Septiembre, 2009.- El estreno de la película The Age of Stupid nos sitúa frente al reto de cambiar la Historia. No es nada sencillo porqué llevamos más de 150 años haciendo prevalecer el antroposcentrismo, o sea anteponiendo el beneficio humano frente a la salud de la biosfera. Los creadores de The Age of Stupid se han atrevido a poner nombre propio a algo que nadie quiere admitir y es que la nuestra es una civilización estúpida. La Edad de la Estupidez constituye el período entre los comienzos de la Revolución Industrial a mediados del siglo XIX y el paso del umbral de los 2 ºC del calentamiento global en las primeras décadas del siglo XXI. Una etapa caracterizada por la total dependencia de los hidrocarburos fósiles junto a un incremento exponencial de la población y del consumo basado en la destrucción de los recursos naturales no renovables. Una era estúpida porqué avanza hacia la destrucción de su entorno afectando a su propia integridad. Las más de cien mil sustancias químicas esparcidas por el entorno sabiendo que muchas son tóxicas para la vida, la radioactividad acumulada en los alimentos como resultado de la contaminación de la energía nuclear, el riesgo genético de las plantas transgénicas, las miles de toneladas de basura espacial que rodean nuestro planeta, y así un largo etc.
La estupidez se refleja a diario en muchas de las actividades que llevamos a cabo. Los gobiernos por empezar y la ciudadanía por querer más al mínimo precio aunque sea cargándonos la naturaleza. Sólo basta ver como gestionamos las aguas residuales, la basura y los residuos de las industrias. Mayoritariamente son incapaces de ser asimiladas por la biosfera y de este formo acabamos rodeados de venenos que se manifiestan en forma de enfermedades como el cáncer, entre otras. Y es que salir de la Edad de la Estupidez sólo es posible asumiendo cambios drásticos en nuestro comportamiento. Reciclar, ahorrar, moverse menos en medios contaminantes como el avión, comer menos y de mejor calidad, pero también reducir la población son algunas de las posibilidades para entrar en la Era de la Inteligencia. Pero, la cotidianidad nos muestra que lamentablemente, todavía estamos lejos de ser inteligentes.
Podría poner ejemplos recientes de lo que puede parecer un avance hacia la inteligencia cuando en realidad simplemente nos comportamos como estúpidos. Así hace unos días en Barcelona se anunciaba que para el 2011 se dispondrán de 200 electrolineras, o sea puntos de recarga en la vía pública para recargar vehículos eléctricos, que evitan la comunicación local, pero que supone más carga de consumo de electricidad. No se plantea que estos puntos de recarga para vehículos eléctricos lo aporten pequeñas estaciones fotovoltaicas y por tanto recargar estos vehículos con una solinera (recarga eléctrica con energía solar). Nadie se atreve a decir que lo que deberíamos hacer es incorporar la bicicleta como principal herramienta de movilidad en las ciudades y en todo caso con asistencia eléctrica al pedaleo para las personas con problemas de salud. La bicicleta no se ve como un elemento clave de “inteligencia” sino simplemente como un artilugio que impide el progreso.
En plena crisis socioeconómica continuamos situando en el centro de las ayudas a la industria del automóvil y los bancos. Estos más que mucho otros son literalmente directamente los causantes del actual estado de degradación ambiental. Nadie ha planteado esta oportunidad para reconvertir estas factorías a favor de las energías renovables y ya no digamos combatir la economía canalla que nos rodea. Y apoyamos y deseamos cuantos más mejor vuelos low-cost. Y mientras surcamos los cielos en desplazamientos evitables dejamos que se vaya degradando la calidad del aire atmosférico y con ello agravándose nuestra salud vital. Lo mismo sucede con el vertido de purines en aplicaciones agrícolas que por producirse en exceso contaminan las fuentes de agua subterránea. Intentamos buscar nuevas tecnologías, evitando tomar la verdadera respuesta: reducir la cabaña porcina y con ella el consumo de carne. |