El sistema de producción y distribución de alimentos actual es altamente inensivo en energía, y depende de fuentes fósiles. Imagen: Wikimedia Commons.
Hoy nuestra civilización se basa en el petróleo, es totalmente dependiente de un recurso cuya producción pronto caerá. Desde 1981, la cantidad de petróleo extraído ha excedido la de los nuevos descubrimientos por un margen cada vez más amplio. En 2008, el mundo bombeó 31 mil millones de barriles de petróleo, pero descubrió menos de 9 mil millones de barriles de nuevo petróleo. Las reservas mundiales de combustibles convencionales se encuentran en caída libre, bajando cada año.
Acercándonos al pico de la producción de petróleo
Los descubrimientos de combustible suman, aproximadamente, los 2 trillones de barriles, de los cuales hasta este momento se habría extraído 1 trillón, con otro trillón de barriles restante. Sin embargo, a estos números, por sí solos, les falta un aspecto central. Como el analista de seguridad Michael Klare destaca, el primer trillón de barriles era petróleo fácil: "petróleo que se encuentra en la orilla o cerca de la orilla; petróleo que se halla cerca de la superficie y concentrado en depósitos grandes; petróleo producido en lugares amistosos, seguros y acogedores”. La otra mitad, observa Klare, es petróleo difícil: “petróleo que se encuentra enterrado lejos de la costa o a gran profundidad en el subsuelo; el petróleo disperso en depósitos pequeños, difíciles de encontrar; el petróleo que se debe obtener de lugares poco amistosos, peligrosos o con riesgos a nivel político”.
Esta perspectiva de alcanzar próximamente el pico de la producción petrolífera tiene consecuencias directas para la seguridad alimentaria del mundo, pues la agricultura moderna depende en exceso del uso de combustibles fósiles. La mayoría de los tractores utilizan gasolina o diesel. Las bombas para irrigación utilizan diesel, gas natural o electricidad generada con carbón. La producción de fertilizantes también es intensiva en energía. El gas natural se utiliza para sintetizar el amoníaco, el bloque básico con el que se forman los fertilizantes nitrogenados. La explotación minera, la fabricación y el transporte internacional de los fosfatos y de la potasa, todos ellos dependen del petróleo.
Mejorar la eficiencia energética de la agricultura
El consumo de combustibles fósiles en la fase de producción de los alimentos se puede reducir mediante técnicas como el arado míimo o una fertilización más sensata. Imagen: Wikimedia Commons.
Las mejoras en la eficiencia pueden ayudar a reducir la dependencia del petróleo que tiene la agricultura. En Estados Unidos, el uso directo combinado de la gasolina y el diesel en la agricultura bajó de su máximo histórico de 7.7 mil millones de galones (29.1 mil millones de litros) en 1973 a 4.2 mil millones en 2005, un descenso del 45 por ciento. Calculado en términos generales, los galones de combustible usados por tonelada de grano sufrieron una caída desde los 33 galones en 1973 a los 12 galones en 2005, una disminución impresionante del 64 por ciento.
Una de las razones para alcanzar este logro fue el cambio a prácticas de arado mínimo o arado cero en prácticamente dos quintas partes de las tierras de cultivo de EE.UU. Pero mientras el uso de combustible agrícola de los EE.UU. ha estado disminuyendo, en muchos países en vías de desarrollo se está elevando a medida que continua el cambio de los animales de tiro a tractores. Hace una generación, por ejemplo, las tierras agrícolas de China eran labradas mayoritariamente por animales de tiro. Gran parte del arado se hace hoy con tractores.
Los fertilizantes explican el 20 por ciento del uso de energía de las granjas de EE.UU. A nivel mundial, el dato puede ser ligeramente más alto. Mientras que el mundo se urbaniza, la demanda de fertilizantes aumenta. A medida que la gente emigra de las zonas rurales a las ciudades, llega a ser más difícil reciclar los nutrientes contenidos en los desechos humanos para su retorno a los suelos, lo cual provoca el uso de más fertilizantes. Más allá de esto, el creciente comercio internacional de alimentos puede llegar a separar a productores y consumidores por miles de kilómetros, perturbando aún más el ciclo de los nutrientes. Estados Unidos, por ejemplo, exporta unos 80 millones de toneladas de grano por año; un grano que contiene grandes cantidades de nutrientes básicos para las plantas: nitrógeno, fósforom y potasio. La exportación continua de estos alimentos agotaría lentamente la fertilidad inherente de las tierras de cultivo estadounidenses si los nutrientes no fueran sustituidos.
La irrigación, otro importante consumidor de energía, requiere más energía a nivel mundial mientras que los niveles freáticos caen. En Estados Unidos, cerca del 19 por ciento del uso de energía de las granjas se destina al bombeo de agua. Y en algunos estados de la India en los que los niveles freáticos están descendiendo, aproximadamente la mitad del consumo eléctrico se utiliza para bombear el agua de pozos. Algunas tendencias, como por ejemplo el cambio al arado mínimo, convierten la agricultura en menos intensiva en petróleo, pero el aumento del uso de fertilizantes, la extensión de la mecanización de las granjas y los niveles freáticos en descenso tienen el efecto contrario.
Un sistema alimentario voraz en energía
Aunque la atención se centre comúnmente en el uso de energía en la granja, la agricultura explica solamente una quinta parte de la energía usada en el sistema alimentario de EE.UU. El transporte, el procesado, el empaquetado, la comercialización y la preparación de los alimentos en la cocina son responsables del resto. La economía alimentaria de EE.UU. consume tanta energía como la totalidad de la economía del Reino Unido.
El 14 por ciento de la energía utilizada en el sistema alimentario para transportar mercancías desde el granjero al consumidor supone los dos tercios del total de energía utilizada para producir el alimento. Y se estima que un 16 por ciento de la energía usada por el sistema alimentario se dedica a conservar, congelar y secar alimentos; desde el zumo concentrado de naranja congelado hasta los guisantes en conserva.
Los productos que alcanzan las estanterías de nuestros comercios han requerido más energía hasta llegar hasta allí (mediante la producció, el procesado, el envasado, el transporte) que la que contienen como alimentos. Imagen: Wikimedia Commons.
Alimentos básicos tales como el trigo se han desplazado tradicionalmente a lo largo de grandes distancias en barco, viajando desde Estados Unidos a Europa, por ejemplo. Lo que resulta nuevo es el envío de frutas y verduras frescas a grandes distancias por aire. Pocas actividades económicas son más intensivas en energía.
El kilometraje de los alimentos -la distancia que viaja el alimento desde el productor al consumidor- ha aumentado con el petróleo barato. En el supermercado local del centro de Washington D.C. al que suelo ir, las uvas frescas en invierno vienen típicamente desde Chile en avión, viajando casi 5.000 millas (8.000 km). Uno de los transportes de productos frescos más habitual a largas distancias es el que se produce desde California a la densamente poblada costa este de EE.UU. La mayor parte de esta producción se transporta en camiones refrigerados. Evaluando el futuro del transporte a largas distancias de las cosechas, un escritor observó que la ensalada César de 3.000 millas (4.800 kilómetros) tiene los días contados.
Se utiliza más energía para conservar los alimentos que para productirlos, y es que la cocina, el segmento final de la cadena, es también el más intensivo en energía. Imagen: Wikimedia Commons.
El envasado de los alimentos también es asombrosamente intensivo en energía y explica el 7 por ciento del uso de energía del sistema alimentario. No es infrecuente que la energía invertida en el empaquetado exceda la contenida en el alimento que envuelve. El empaquetado y la comercialización también pueden explicar gran parte del coste de los alimentos procesados. El granjero de EE.UU. consigue cerca de un 20 por ciento del dinero que ha gastado el consumidor para adquirir su comida y, en el caso de algunos productos, la cifra es mucho más baja. Como un analista ha observado, “una caja de cereales vacía entregada en el supermercado costaría casi lo mismo que una llena”.
El segmento más intensivo en energía de la cadena alimentaria es la cocina. Se utiliza mucha más energía para refrigerar y preparar los alimentos en el hogar que la que se utiliza para producirlos inicialmente. El gran usuario de la energía en el sistema alimentario es el frigorífico, no el tractor. Mientras que el petróleo domina el extremo de la producción del sistema alimentario, la electricidad domina el extremo del consumo.
En definitiva, con costes más elevados de la energía y un suministro limitado de combustibles fósiles, el sistema alimentario moderno que se desarrolló cuando el petróleo era barato no sobrevivirá tal y como está estructurado actualmente.
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Adaptado del capítulo 2, “Deteriorating Oil and Food Security,” en el libro de Lester R. Brown, Plan B 3.0: Mobilizing to Save Civilization (New York: W.W. Norton & Company, 2008), disponible en www.earthpolicy.org/Books/PB3/index.htm.