Aunque no se aprecie bien, en la foto están un buen numero de compañeros de viaje cicloturista santa semanero por tierras del Empordà gironés. Con el Sol despiéndose en el día de ayer, yo me despido de todos ellos por sus espacios compartidos desde la amistad reciente y el compañerismo ciclero.
Otra vez el tiempo nada que ver con la previsión. La tramontana, viento típico de la región, cuando sopla debe descolar a todos los diagnósticos. En fin, a las ocho de la mañana, mientras el colectivo amigo comienza a despertarse yo voy a toda pastilla hacia la llanura por la bajada ya perfectamente conocida, acompañado de un sol matinal que es algo así como un lujo impagable y con cierta prisa para llegar a tiempo al tren previsto que me depositará en medio de BCN.
Si lees días atrás recordarás la intuición, luego comprobada, de la perdida de una pieza de mi flamante bici: el iman que aguanta el pliegue del cuadro. Pues bien, he parado en los dos lugares imaginados como posibles, el primero nada, y en el segundo, cuando ya iniciaba la marcha, ¡¡lameluya¡¡ me veo la pieza como esperándome. Amigos, la intuición es uno de esos premios que nuestra compleja mente nos regala, aunque siempre el azar juega su carta especial.
Pues no veas lo contento que me he puesto y lo poco que me ha costado pedalear hasta la estación de Figueres, a 16 km del lugar del encuentro. Un paseíllo matinal, en gran parte por una nada amigable carretera nacional, apegado en el arcén, a velocidad de crucero sostenible y viendo campos y bólidos pasar. Atrás quedan más de 150 km, algunas experiencias solares (compromiso y titulillo de mi viaje) y técnicas (el curioso Rotor parece que hace maravillas) y muchos buenos ratos.
Por pelos, el tren previsto se me va justo cuando saco el billete. Un desayuno frugal con restos y agua fresca, acompañado de la prensa del día, ¡¡jo, como esta el mundo y yo dale que dale a los pedales ¡¡, convierte el banco de la estación en un confortable espacio de relajo.
Una hora y media después estoy en medio de BCN, bajando suave y cargado hacia el destino final. Después de descargar, no tardo nada en coger manguera y jabón y quitar con cuidado y con cierta nostalgia mecánica, el barro acumulado por todos lados, señal ahora volátil de la suave aventura. Engraso y ajusto la máquina. En media hora mi bici parece que se vaya como de bodas, resplandeciente y arregladilla. En fin, aquí acaba la historia, la ilusión compartida con treinta viajeros del tipo emisión cero, amig@s de pedales, para siempre. Porque con la bici y sus usuarios, si además le sumas convivencia, más humanidad es difícil.
¡¡ Salud mucha, gracias y buenas, grandes, pequeñas, hermosas, divertidas, emocionantes, curiosas, sostenibles, amigables, siempre respetuosas, sorprendentes y amistosas pedaladas por cualquiera de los espacios de este hermoso y agradecido planeta ¡¡
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