El potencial económico y humano de China se sustenta sobre una superficie cercana a los 10 millones de kilómetros cuadrados y una población de 1.300 millones de habitantes. Sin embargo, no se puede obviar que este enorme potencial en producción eléctrica nuclear es equivalente a una producción no menos espectacular de combustible radioactivo apto para la fabricación de armamento nuclear. Todo ello sin obviar la problemática de confinamiento de los residuos radioactivos, una asignatura pendiente de la industria nuclear. Así mismo, esta concentración de poder atómico incrementa el riesgo nuclear no sólo para la propia China sino para el continente asiático entero.
La situación boyante de la economía china necesita nuevas fuentes de energía y busca diversificarlas así como reducir su contribución al efecto invernadero. China es el séptimo productor mundial de petróleo, pero el segundo de carbón, por lo que su acelerado crecimiento basado en los combustibles fósiles amenaza tener consecuencias medioambientales muy severas. Aunque los expertos señalan que China es el segundo consumidor de energía del mundo, y el tercer mayor productor sólo precedida por Estados Unidos y Rusia. De ahí la necesidad de reflexión que exige al mundo rico a favor de la eficiencia energética y de la frugalidad consumista. La introducción de las tecnologías basadas en las energías renovables debería ser la prioridad, pero por ahora, la transferencia tecnológica desde el mundo occidental hacia China es en cuentagotas.
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