Aunque
este diario expresa las vivencias de quien lo escribe el equipo de
terra.org ha considerado utilizar este espacio de crónica para aportar
algunas reflexiones sobre una tragedia que sin cobrarse vidas humanas
ya ha arruinado la vida de muchos conciudadanos. Sea el mismo pues una
muestra de solidaridad, porque el drama que vive este barrio barcelonés
tiene mucho que ver con la irresponsabilidad tecnocrática con la que
permitimos vivir nuestra cotidianidad. Llegó
inesperadamente el 25 de enero 2005 en forma de desprendimiento
calificado por la empresa GISA responsable de las obras de ampliación
de la línea 5 del metro de Barcelona. Sin embargo, el 27, a las
9,15 (justo un mes del maremoto asiático) en el monte del Carmel
de Barcelona (uno de los barrios humildes de la ciudad) la tierra
engulle el garaje del pasaje Calafell provocando un socavón de más de
35. La onda destructiva de este evento lanzó a las autoridades a
improvisar la evacuación de 84 bloques de viviendas desalojando un
millar de vecinos del cuadrante situado bajo el túnel en obras. Los
servicios sociales del Ayuntamiento de Barcelona se volcaron para
ayudar a las familias y se las reubicó en hoteles. Un millar de
personas debieron abandonar sus hogares en estampida dejando todas sus
pertenencias en casa. Sólo se permitió coger lo mínimo a lo largo de
los días siguientes. El día 2 de febrero se derribaba el bloque
contiguo al cráter inicial y gravemente amenazado. Finalmente, el 4 de
febrero se toma la decisión de derribar tres bloques más con lo que las
personas sin hogar se amplia a 80, pero podrá incrementarse en los
próximos días. Y la crisis va para largo, porque los técnicos no están
seguros de que las soluciones adoptadas como los sellados del túnel
vayan a funcionar. El Carmel se soporta sobre terrenos muy antiguos
geológicamente y que los geólogos señalan que se trata de una autentico
queso gruyere. Los ingenieros y políticos que todo se puede solucionar.
Sin embargo, de momento, el drama familiar vivido por centenares de
personas ya nada lo puede mitigar, aunque se proceda como por justicia
toca.
Más
allá de todas las cuestiones técnicas, posibles negligencias o
simplemente prepotencia tecnológica el dolor humano está servido. La
vivienda es nuestro universo privado donde atesoramos no sólo
pertenencias irremplazables sino la tranquilidad que el entorno no
siempre proporciona. El valor de las pertenencias personales se nos
materializa tan sólo cuando los perdemos. Y si por cuestiones de
seguridad tan sólo te dejan sacar unas pocas cosas todavía es más
complejo. Porqué lo que escogemos con las prisas puede no ser lo más
valioso, sino simplemente de orden práctico tales como documentación
mínima, medicinas o ropa. Entre las ruinas del primer derribo han
aparecido las primeras fotos, libros, recuerdos, etc. Mundos privados
que se han ido al garete por un alarde tecnológico de unos supuestos
expertos que no pierden nada suyo. Imaginamos que todo lo
material es reemplazable, pero cuando se destruyen las fotos de los
abuelos, o de los primeros pasos de los hijos sabemos que las hemos
perdido para siempre. La vida no es sólo la existencia biológica sino
también la supervivencia cultural que nos acompaña.
La
Administración ha prometido indemnizar y restituir a los propietarios
nuevos pisos. Pasados los primeros días del susto surge la rabia y la
frustación pues no será nada fácil demostrar todo lo perdido. Los
políticos no han sabido reaccionar como se merece una situación de
crisis profunda como la vivida en este barrio barcelonés. Dado que no
ha habido por suerte víctimas humanas, por el momento, las
responsabilidades tienen una carga menor legalmente. Sin embargo,
moralmente, destrozar la vida de decenas de personas robándoles su
intimidad es mucho mayor. Los responsables de este túnel de maniobras
es una zona geológicamente de alta inestabilidad han cometido una
imprudencia de alto riesgo.
A
finales del 2004 el tsunami que arrasó las costas del océano Índico nos
puso en pantalla una tragedia destructiva comparable a un bombardeo
nuclear. Ahora Barcelona a escala nanoscópica vive una tragedia
igualmente impredecible por el momento en que ha sucedido, pero
predecible por parte de los expertos como afirmaba el fundador de la
facultad de geología el Dr. Oriol Riba que hizo su tesis sobre los
terrenos paleozoicos del Carmel cuando era un monte despoblado y que ha
calificado de temeraria la obra de atravesar esta zona con un túnel,
especialmente, cuando ya se vivió una advertencia a finales de los
noventa con la construcción del llamado túnel de la Rovira no lejos del
actual hundimiento.
Hacer
el ejercicio de valorar lo más imprescindible para que nuestra vida no
se quede sin lo esencial atesorado con los años debería ser una
práctica común. No estamos en guerra y sus recuerdos quedan cada vez
más lejanos para todos, pero libramos una batalla contra los elementos
naturales de proporciones inimaginables. Construimos infraestructuras
de riesgo, edificamos en zonas inundables y frente al litoral y
sobretodo quemamos millones de toneladas de combustibles fósiles sin
contemplación afectando gravemente a la dinámica atmosférica del
planeta. A la ciudadanía, a veces no se nos da más participación que la
de ser peones de un sistema indecente gobernado para enriquecer a unos
pocos. Si observamos la cotidianidad con celo podremos advertir que los
políticos cada vez saben menos gestionar el bien común y mucho menos
afrontar en la propia piel el sentimiento de los que simplemente
pierden sin merecerlo.
La
concejal del distrito la ecosocialista Elsa Blasco ha permanecido cerca
de los vecinos, pero la suya es tan sólo un esfuerzo humanitario
honorable y de responsabilidad. No se puede decir lo mismo de los
ingenieros, geólogos y políticos de alto rango que en su día decidieron
realizar una obra con un método más que discutible y que ahora el
propio Gobierno de la Generalitat ha prohibido visto el resultado.
Lamentablemente, en nombre del progreso se toman decisiones cada vez
más arriesgadas. Así mientras se programaba la Tercera Pista del
aeropuerto de Barcelona se permitía urbanizar una zona que se ubicaba
sobre el abanico sónico de los aviones. Aunque no se pueden comparar
las molestias del ruido con la pérdida de los recuerdos de toda una
vida tras quedarse sin un hogar, es evidente que hay un paralelismo de
la irresponsabilidad política que nos gobierna.
El
Carmel, situado en uno de los siete montes de Barcelona, un barrio
humilde que nunca debía haberse construido, pero que fue pasto de la
especulación en los sesenta, se ha convertido en noticia. De este
suceso deberíamos sacar una moraleja y no olvidar que con el actual
sistema sociopolítico todos estamos expuestos a tragedias parecidas. En
cualquier caso, la ausencia de víctimas humanas no ha creado a penas
reacciones solidarias. Quizás por ello, es todavía más importante que
reflexionemos sobre un estilo de vida tan frágil como en el que vivimos
y tan autista con la problemática ecológica mundial de consecuencias
tan impredecibles como atravesar con un túnel terrenos inestables como
los del Carmel. Lamentablemente, no aprenderemos la lección y tampoco
podremos ser conscientes del drama humano que espera a todos los
afectados que han visto de la noche a la mañana como toda su intimidad
se desmoronaba sin ni tiempo para rescatar a los gatos. Que los dioses
nos asistan si vienen desgracias mayores con una clase tecnocrática tan
absorta de la realidad. |