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Septiembre 2005. Que los llamados desastres naturales sean más o menos
virulentos depende de un variable climática azarosa, pero nadie puede
ser ajeno a que la actividad y las decisiones humanas pueden
incrementar su fuerza y los daños causados por los llamados fenómenos
meteorológicos extremos. El caso del huracán Katrina que asoló el 29 de
agosto 2005 a la ciudad estadounidense de Nueva Orleans y su área
metropolitana ha dejado un rastro de destrucción material y en vidas
humanas. Planificar una metrópolis en terrenos situados por debajo de
un rió y un lago confiando en la protección de un sistema de canales y
diques no dice mucho a favor de la sensatez humana. Pero si además se
han destruido las marismas y otros ecosistemas que antaño absorbían los
excedentes de agua y para rematarlo se incrementa la concentración de
dióxido de carbono a la atmósfera, responsable del llamado efecto
invernadero, la probabilidad de riesgo se multiplica de forma
exponencial.
La fuerza 4 del Katrina era superior a la de la mayoría de los
huracanes de la región cuando se acercan a tierra firme. Sin embargo,
el desastre en sí no lo causó el huracán sino la rotura de los diques
que protegían la ciudad y que llevaban años sin el preceptivo
mantenimiento. Aún así, suponiendo el mejor estado de conservación lo
cierto es que urbanizar un área tan inmensa como el delta del Misisipi
en terrenos por debajo de su nivel debería ser evidente que es de alto
riesgo. Sin embargo, no lo asumimos como tal. El incremento de la
temperatura del planeta a causa del calentamiento global es difícil de
predecir, pero hasta los niños aprenden rápido que jugando con fuego
uno puede quemarse o que las llamas arrasen su hogar.
La relación entre la capacidad destructiva de un huracán y el cambio
climático no puede defenderse de forma objetiva. Pero por primera vez
en la historia del planeta en el último millón de años tenemos la mayor
concentración de CO2 atmosférico (un gas con fuertes poder invernadero)
que se cifra en 377 partes por millón y es un 16 % más que en 1960.
Tampoco podemos obviar que el consumo energético y especialmente de
combustibles fósiles son exagerados (el consumo de petróleo actual
obliga a extraer 160.000 litros/segundo de crudo y estas son reservas
limitadas).
Los costes de reparación causados por los desastres climáticos se han
incrementado debido a la virulencia de los mismos. Pues argumentarse
que el aumento de la temperatura global desde principios del siglo XX
hasta la actualidad no es de más de 0,6 ºC. Sin embargo, los efectos
locales de sobrecalentamiento del agua del mar o de la tierra pueden
ocasionar fenómenos nunca antes vistos. Entre los días 5 y 8 de
septiembre 2005 en Catalunya cayeron más de 36.400 rayos y han brotado
una docena de tornados, la mayoría sobre el mar. Sin embargo, el
tornado que se generó el 7 de septiembre 2005 frente al litoral y que
se adentró hacia el aeropuerto de Barcelona movió algunos aviones
estacionados. Al día siguiente, hacia las 9,30 se alzaba otro tornado
en tierra cerca de la localidad de Mollet del Vallés ante el asombro de
sus habitantes que con pavor observaron durante 10 minutos como se
llevaba tejados, tiraba muros y causaba destrozos diversos. En la
región mediterránea, los tornados, como fenómenos extremos de esta
magnitud, son algo inusual.
En el 2004, aproximadamente 30 millones de personas en todo el mundo
fueron desplazados por desastres ambientales y todo parece indicar que
las cifras aumentaran en el futuro. Los costes de estos desastres
tampoco son despreciables. Las irregularidades climáticas que han
causado fenómenos meteorológicos extremos entre el 1980 y el 2000
acumulan ya 618.200 incidentes que han causado pérdidas económicas
astronómicas. Sólo en la última década la media ha sido de 67.000
millones de dólares anuales. Podemos negar que sea por causa del
calentamiento global, pero el 42 % de la emisiones de dióxido de
carbono son el resultado de la quema de combustibles fósiles que
provocan los gases con efecto invernadero. Pero el problema es que los
combustibles fósiles proveen de energía al 90 % de la energía en el
sector comercial. El crecimiento de la energía producida de forma
renovable (eólica, solar, biofuels, etc.) se ha doblado en la última
década, pero todavía está lejos de ocupar un papel significativo para
ahorrar emisiones.
Podríamos argumentar que cuando veas un tornado girar pon las barbas a
remojar, pero es que con la sequía quizás tengamos problemas para
quitarnos las legañas por la mañana. Estamos jugando con la dinámica de
la biosfera o sea de un planeta finito en recursos, pero con una fuerza
infinita en su naturaleza. Reevaluar los sitios donde los humanos nos
asentamos es inevitable para evitar catástrofes. Reducir urgentemente
la emisión de dióxido de carbono es una responsabilidad ineludible. De
momento, huracanes, tornados, inundaciones, sequías, etc. nos irán
recordando a lo largo de los próximos años su poder destructor. Y
aunque no podamos dilucidar una causa-efecto entre quemar combustibles
fósiles, calentamiento global y desastres climatológicos, la sensatez
nos debería impulsar a adoptar el principio de precaución y dejar de
incrementar la concentración de los gases con efecto invernadero a la
atmósfera. Esta es la gran lección del Katrina más allá de la factura
que está pasando por las vidas segadas, las que ha destrozado
emotivamente y los costes de reconstrucción que conllevará. Un poco de
humildad sería una buen antídoto para afrontar el futuro.
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