Comer es una necesidad básica, un punto de encuentro y una celebración cultural. Sus consecuencias ambientales dependen de la cantidad de recursos que son necesarios para producirla, cómo de lejos vienen los alimentos y cómo vamos a comprarlos, cómo estan de procesados, y qué cantidad comemos y tiramos.
Nutrirse de manera sensata y respetuosa
Una dieta de baja huella de carbono sería aquella basada en productos frescos y poco envasados y procesados, ecológicos cuando sea posible, con poco consumo de carne y de origen lo más local posible. Comer diverso, local, valorando lo que llega a la mesa y disfrutando con conciencia, es lo que se promueve desde el movimiento Slow Food: más riqueza, diversidad y sabor, y menos huella.
La dieta vegetariana o incluso vegana requiere menos recursos naturales.
Pese a que el ahorro de CO2 de una dieta u otra es más difícil de cuantificar que el de la energía (no se trata de una conversión directa entre consumo y emisiones), se calcula que adoptar algunos hábitos para una dieta más sensata ambientalmente puede reducir las emisiones de CO2 asociadas a la alimentación en un 40 % o más, en función de los hábitos personales. Sus implicaciones son similares a las de decidir abandonar los viajes aéreos.
Comer menos carne y más cereales, legumbres y frutas
Una dieta basada sobre todo en productos de la parte alta de la cadena trófica, es decir, en productos animales, requiere mucho más territorio, energía y agua que una basada en los productos de la parte inferior, como las verduras y los cereales. Para producir una caloría de carne para consumo humano se consume 9 veces más energía y un 33 % más de combustibles fósiles que para producir una caloría de origen vegetal. Y si hablamos de lo que se llama “agua incorporada”, se calcula que dejar de comer un kilo de carne ahorraría más agua que toda la utilizada en duchas en un año.
Podríamos comer carne con menos frecuencia y entonces comprar productos locales criados tradicionalmente o de ganaderia ecológica. Seguro que el sabor valdrá la pena. Colaborar con los productores locales y evitar participar de las absurdas dinámicas de transporte de alimentos desde países en los que la propia población pasa hambre, son también puntos favorables a adoptar este hábito.
Cultivar algunas hortalizas, verduras o frutas en un pequeño huerto ecológico o un rincón comestible en el balcón permite obtener alimentos frescos con una huella de carbono mínima o cero.
Tradicionalmente, los pueblos han comido carne, pero nunca se ha comido carne a los niveles actuales, ni el cultivo animal ha supuesto la explotación de la naturaleza que supone ahora, ni éramos tantas bocas a alimentar. Hoy, la opción ética y ambientalmente más sensata es limitar a niveles razonables nuestro consumo de carne.
Alimentos frescos
Por cada caloría que llega al supermercado, se han consumido 10 calorías de petróleo, debido al procesamiento a que se someten muchos de los alimentos para que se conserven o tengan buen aspecto. En general, comprar productos frescos y no procesados reduce la huella de carbono de nuestra despensa, y posiblemente también es mejor para nuestra salud. Pese a que la comodidad muchas veces hace indispensable el uso de algunos productos procesados, nuestra tendencia y compra habitual será lo que finalmente determine nuestro impacto.
Comprar productos frescos y cercanos también evita una gran cantidad de envases, y por tanto reduce nuestra generación de residuos. Los costes energéticos de realizar los envases para la comida son aproximadamente dos tercios del valor de la comida en sí misma, y el consumo energético de cocinar la comida en casa es un tercio de lo utilizado en productos precocinados, que deben refrigerarse, etc. para conservarse hasta nuestra casa desde que se han preparado.
Ingredientes de producción local
La mayor parte de alimentos viajan entre 2500 y 4000 kilómetros antes de llegar a su destino. La biodiversidad agrícola está en peligro bajo los mecanismos de mercado, que benefician determinadas variedades desde el punto de vista comercial y generan unas redes de distribución de los productos que hacen que las manzanas y los tomates de las tiendas de aquí provengan de sitios lejanos y los de aquí se vendan en otros países.
Comprar productos y variedades locales reduce las emisiones de CO2 asociadas al transporte de alimentos. Además, las plantas que han crecido o se han cultivado tradicionalmente en un lugar están adaptadas a sus condiciones edáficas, a sus ritmos de lluvias, y al resto de especies vegetales y animales que comparten el territorio con ellas, por lo que no necesitan tantos recursos (fertilizantes, etc).
Cuanto más cerca esté el productor del alimento de nuestra mesa, menos huella y más sabor. Las cooperativas de consumo ponen en contacto productores de la región con los consumidores, y permiten servir en la mesa productos frescos, de temporada y locales.
Para los alimentos que no pueden ser locales, ya que son pequeños lujos no autóctonos, como el chocolate o el café, podemos moderar el consumo y comprarlos de comercio justo y producción ecológica.
Productos de temporada
Cada planta tiene su ciclo, pero hoy podemos encontrar en las tiendas prácticamente todos los productos en cualquier momento del año. Un tomate de invernadero, sin embargo, requiere más energía y emisiones de CO2 que uno de temporada. Si compramos productos de temporada, evitamos los alimentos procedentes de invernaderos o de lugares lejanos con otro clima, o que se han mantenido en cámaras durante los meses en los que no están disponibles de modo natural. Si cocinamos y comemos los alimentos de temporada están en su mejor momento, más frescos y buenos, y vendrán de más cerca.
Productos ecológicos
La agricultura y la ganadería más intensivas dependen de maquinaria y productos de síntesis que son nocicos para el entorno y la biodiversidad pero que, además, requieren más energía para fabricarse y aplicarse que los sistemas ecológicos o tradicionales. Se calcula que la agricultura y la ganadería intensiva son responsables del 7 % del carbono de la atmosfera. Para fabricar una tonelada de fertilitzante sintetizado por los humanos son necesarias entre 4 y 6 toneladas de petróleo.
Los alimentos identificados como de producción ecológica se han cultivado o criado de modo más respetuoso con el medio y han utilizado menos recursos y energía.
En cambio, la agricultura ecológica utiliza un 50 % menos de energía que los sistemas convencionales. Producir un litro de leche ecológica consume un 25 % menos de energía que producirlo con sistemas de ganadería convencional.
Los sistemas de cultivo como el control integrado de plagas también permiten una productividad alta, reduciendo el uso de pesticidas y energía (por ejemplo, al labrar menos, utilizar sistemas naturales de mejora de los suelos y de control de plagas y hierbas). La ganadería extensiva también tiene un menor impacto sobre el medio, sobre los animales y consume menos energía.
Del mismo modo, unos consumos razonables de pescado permitirían la recuperación de las pesquerías y un suministro suficiente de pez salvaje. Pese a que aún no está cuantificado en términos de CO2, la cría de pescado en piscifactoría requeriría más energía y recursos que la captura libre a pequeña escala y el consumo de pescado local.
Para reducir la huella de nuestra alimentación podemos priorizar los alimentos frescos (no envasados ni procesados), de cultivo próximo y de temporada.
Una sociedad que coma menos productos animales podría abastecerse sin problemas con este tipo de producción. Somos nosotros quienes decidimos qué tipo de ingredientes escogemos para nuestra mesa.
Producir tus propios alimentos
Cultivar algunas hortalizas, verduras o frutas en un pequeño huerto ecológico o un rincón comestible en el balcón anima a valorar la comida y las variedades locales y de temporada, y permite llevar a la mesa alimentos frescos con una huella de carbono mínima o cero. Una opción si no hay espacio en casa pueden ser los huertos comunitarios.
Resumiendo...
- No comer en exceso, evitar el desperdicio de basura y priorizar el consumo de alimentos vegetales reduce nuestra huella de carbono.
- Escoger alimentos frescos (no envasados ni procesados), de cultivo próximo y de temporada significa escoger alimentos de menor huella ecológica y seguramente más sabrosos.
- La producción de alimentos ecológicos es más respetuosa con el medio y utiliza menos recursos y energía.
- Intentar cultivar algunas hortalizas o verduras ayuda a valorar la comida, es educativo y permite llevar a la mesa alimentos frescos de baja huella.
Artículo elaborado por la redacción de terra.org. Fotos: Fundación Tierra.