Análisis pionero de contaminantes en huertos urbanos de Barcelona

Se muestrean en tres períodos distintos las concentraciones de metales derivados del tráfico urbano y de la industria 

JORDI GISPERT (21-07-2022)

En la antigua civilización egipcia se plantaban cebollas y hierbas aromáticas, en la China y desde el neolítico se conreaban coles y pepinos, en el continente sudamericano abundaban las parcelas con tomates, calabazas o pimientos, los romanos deleitaban tiempo libre con la horticultura en las ciudades, y los monasterios de la edad media cristiana acogían hortalizas y especies medicinales. Las metrópolis del XIX desplazaban pequeñas parcelas de cultivo hacia la periferia, y “los huertos de los pobres” se identificaban con trabajos de autosuficiencia en condiciones de escasez. Las autoridades impulsaron en las dos guerras mundiales el autoabastecimiento para combatir el decremento de la provisión alimentaria y así priorizar el intercambio y el transporte de armas hacia el frente.


Corina Basnou i Anna Àvila, investigadoras del CREAF

La urbanización e industrialización sin freno que siguieron devastaron el espacio verde de las grandes urbes, y diezmaron calidad de vida mientras progresivamente ensuciaban aire y suelo. La necesidad intrínseca y elemental de los humanos para volver al origen del contacto con la tierra, añadida al incremento exponencial de las variadas evidencias del desastre planetario antropogénico que se avecina, condujeron a partir de los 70 al retorno de programas y parcelas, de azadas y semillas, de proyectos de cultivo y cooperación, pegados a edificios imponentes, coches, oficinas y cemento.

Los huertos en cifras

Se calcula que actualmente 800 millones de personas participan en el mundo de huertos urbanos. Naciones Unidas constataba en un estudio en 2004 que a escala global las ciudades producían ya un tercio de los alimentos que ellas propias consumían. Sólo Nueva York cuenta ahora mismo con 750 jardines comunitarios destinados al autoconsumo. En Vancouver (Canadá), casi la mitad, un 44%, de habitantes de su área metropolitana producen sus hortalizas en jardines, suelos o balcones. Y en el viejo continente el auge de la agricultura urbana cuenta con más de una década de tradición en países como Francia, Holanda, Suiza, Inglaterra, Alemania, o el mismo estado español. Y aunque el prisma cambie desde el lujo y la labor comunitaria y socializadora en occidente, a lo que es necesidad y escasez en Asia, África y América Latina, también estas zonas geográficas ven latente el crecimiento progresivo en sus ciudades de una actividad que es igualmente primordial para optimizar la salud y contribuir a la mitigación de un calentamiento que no es una especulación para el futuro.

El caso de Barcelona

La capital catalana lleva años fomentando un modelo que ha crecido fácilmente merced en gran parte a la conexión que con el terreno agrícola poseen los ciudadanos exrurales que emigraron en su día y en diversas oleadas hacia el área metropolitana. Una ciudad limitada por dos ríos que resultan en sustento hídrico ideal para zonas de cultivo con historia prolongada como son el Delta del Llobregat o el Parc Agrari, que aun viendo seriamente reducido su tamaño siguen capitaneando parte del sustento alimentario de verduras y hortalizas.


L'Hort de l'avi (Vallcarca)

Barcelona Sostenible, un conglomerado que componen más de 1.800 organizaciones, es el ente que trata de revitalizar este sector primario por medio de planes que contemplan promoción, implantación y asignación de terrenos agrícolas, oferta de parcelas individuales y extensión de colectividades sobre suelos compartidos o en desuso. Ahora mismo son ya 15 aquellos huertos que gestiona la administración, todos ellos dirigidos a mayores de 65 años. Lo que se persigue con la iniciativa no es otra cosa que ganar espacio verde, fomentar la salud pública y el cultivo de alimentos de proximidad, y de paso incentivar la socialización y la educación en los valores ambientales y en conocimientos básicos sobre la agricultura orgánica.

El estudio del CREAF

Ya tendida esta red agrícola más respetuosa y popular, cabía preguntarse si estos alimentos estaban o no sujetos a la polución de una gran urbe. Barcelona Regional, la agencia que desde el 93 planea el desarrollo urbanístico del área metropolitana, hizo un nuevo encargo al CREAF (Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals). Corina Basnou i Anna Àvila, investigadoras respectivamente en el ámbito de la naturaleza urbana i la circulación de masas de aire y sustancias de la atmósfera, coordinarían un estudio pionero en la península para identificar contaminantes en cultivos.

Metodología

Se eligieron 6 huertos urbanos en función de su proximidad o lejanía con las zonas de concentración de tráfico rodado. Se tomaron 3 ciclos de muestras (mayo de 2020, noviembre de 2020 y mayo de 2021). El primero de ellos coincidió con el primer confinamiento que dio con una disminución de hasta el 62% de la polución. Este hecho propició poder obtener resultados dentro de una situación inédita de baja contaminación a causa de la restringida actividad humana.


Mariquita sobre hoja de acelga

El estudio se centró en las hojas de una sola especie, la acelga (Beta vulgaris), para poder comparar los resultados. Esta hortaliza de origen mediterráneo demostró ser fuerte y resistente puesto que siguió su ciclo natural de crecimiento pese a no haber recibido cuidado ninguno en los 2 meses de la reclusión. Se cogieron varias hojas de 5 plantas distintas dentro de cada parcela analizada. 5 muestras para cada uno de los 6 huertos, que sumaban por lo tanto un total de 30 por período. En el CREAF se secaron y se trituraron las distintas hojas y en la Universitat Autònoma (Servei d’Anàlisi Química) se midieron sus concentraciones de metales mediante espectroscopía.

Modificado
30/08/2022

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