No es pobre quien tiene poco si no quien desea más. Y es que al final, no vivimos tanto para ser felices o gozar del placer como para desear compulsivamente. Porque en nuestra cultura nos estimulan, con publicidad y el bombardeo mediático, a transformar la felicidad en un éxtasis permanente. Queda lejos la coronación de la satisfacción después de un esfuerzo notable y, una vez en la cima y después de gozar de la panorámica, tener que rehacer el camino, hacia abajo y con mas facilidad, pero no por esto dejando de caminar. El sentido de la suficiencia requiere anular la obsesión por el status social que el consumo estimula. Porque el mejor status no es el de tener más de todo, sino el de valorar los fines por encima de los medios y preferir aquello que es bueno antes que aquello que es útil.
El sentido de la suficiencia requiere anular la obsesión por el status social que el consumo estimula.
Hay evidencias claras que en la sociedad humana los cambios no aparecen solos, sino que son el resultado de un deseo colectivo creciente. Cuando las personas piensan que las cosas pueden mejorar se produce un flujo energético que nos invade de optimismo y ponemos más atención para enfilar una nueva realidad. El mundo insaciable es un insulto a los que nos precedieron, pero sobre todo es un menosprecio hacia el presente y una amenaza para el futuro que todos anhelamos. Y es que del pasado, tenemos mucha información que nos puede ayudar a pensar, para que el presente sea un poco mejor y el futuro simplemente posible y puede ser que no grandioso, como siempre queremos imaginar. El futuro no es un sueño, si no una esperanza para los que vienen detrás nuestro o, mejor, para aquellos que nosotros siempre pondríamos delante nuestro porque los estimamos.
Por primera vez estamos frente a una sociedad, la consumista, en la cual el futuro de aquello que más estimamos no forma parte de este imaginario colectivo. El consumo está pensado para satisfacer simplemente nuestras necesidades presentes, aunque amenacen nuestro entorno más cercano. A pesar del aire contaminado de las ciudades, continuamos apelotonándonos en el atasco cada mañana con el coche para llevar a los niños a la escuela; el aire envenenado que respiramos nosotros, todos, perjudica de manera más grave a nuestros pequeños, y es una prueba el incremento exponencial de casos de asma infantil, alergias, etc. Un poema sánscrito nos revela que: Cuida este día de hoy porque es la vida, la absoluta vida de la vida. Porque el pasado ya es un sueño y el futuro es solo una visión, pero el presente bien vivido hace de cada pasado un sueño de felicidad y de cada futuro una visión de esperanza.
Sólo cambiando nuestra manera de ver la vida podremos avanzar hacia un mundo en acrecimiento.
Es evidente que no frenaremos el crecimiento simplemente a base de recibir consejos ecologistas. Necesitamos un cambio fundamental en nuestra manera de pensar, a pesar de estar atrapados en el deseo consumista. La gran verdad incómoda no es el cambio climático, sino que no queremos reconocer que hay límites para nuestro comportamiento como civilización. Hay límites para nuestra capacidad de consumir alimentos, bienes y hasta información. Hay límites para nuestra capacidad de ser felices, porque esta felicidad no es un surtidor de placer infinito, sino saber que formamos parte de un colectivo que nos ama. Estimular este mecanismo de interconexión vital con el planeta se convierte en una buena práctica para avanzar hacia la suficiencia. La verdadera libertad consiste en dedicar nuestro tiempo en mejorar nuestro entorno social y ecológico. La suficiencia pero, no llegará por el hecho de contraponer la renuncia a favor del planeta, al placer de tener la casa más grande, el coche más potente y el móvil mas avanzado.
Sin frugalidad no hay futuro. Sin ir más lejos, el exagerado consumo de carne provoca problemas ambientales de gran calado por todo el planeta.
Necesitamos arriesgar para vivir el presente sin esclavizar nuestra vida actual al consumo y a la acumulación de objetos y no valores o, todavía peor, contribuyendo a construir proyectos que amenazan el futuro más próximo. La suficiencia o la sostenibilidad no son opciones racionales, ya que la razón no nos permite comprender el sentido del límite. Por esto nos es necesario trabajar las emociones, los sentimientos, ya que auto limitarse, como práctica racional, en realidad no hace más que hacernos todavía más contradictorios. Y por esto, el sentimiento de colectividad es fundamental. Las experiencias en ecopueblos, en barrios y ciudades en transición que han apostado por resolver los problemas ambientales asumiendo los retos de la austeridad, la frugalidad o la simplicidad son mucho más sencillos. La cuestión no es ir a vivir al campo para cambiar de vida, sino aprender a vivir con menos. No podemos obviar que la lógica global de nuestro entorno es siempre más fuerte que nuestro voluntarismo personal. Pero es evidente que la suma de muchos voluntarismos personales acaba contagiando nuestro entorno, sometiéndolo a una nueva lógica.
Los pequeños cambios son poderosos. Es evidente que son necesarias medidas estructurales impulsadas por los gobiernos, pero mientras estos gobiernos sean esclavos del poder económico no hay nada más que hacer que debilitar este imaginario colectivo actual basado en el crecimiento económico como religión compartida. Sabemos que no fue fácil separar el poder político del religioso (la laicidad) – hoy, por cierto, se vuelve a poner en discusión esta separación-, pero una cosa es la esfera personal y otra la colectiva. La libertad de conciencia está hoy bajo un espejismo, porque es difícil que se exprese en una sociedad consumista como la nuestra y, para postres, en estado de shock permanente.
La propuesta del acrecimiento es uno de los escenarios imaginables, pero posiblemente no es el único. Otros pueden ser el acercamiento a conocimientos ancestrales, como los que se conservan en ciertos grupos indígenas, o la espiritualidad “científica” que proponen algunos autores que se han implicado en el estudio de la física cuántica (como se expresa en el film What the bleep do we know [“¿Y tú qué sabes?”]. El cambio nace en el interior de cada uno. Entre todos solo podemos atizarlo para que reviva y nos permita abrir nuevos espacios para practicar la “abnegación enriquecedora” de que han hablado algunos autores. Si nuestra mente no cambia su forma de pensar, no hay ninguna esperanza para un cambio de paradigma que permita asumir a nuestra civilización actual que formamos parte de un planeta finito, como también lo es nuestra existencia personal, no colectiva. Pero para que un futuro sensato sea posible es necesario un presente austero. Por esto, si amamos a nuestros hijos, ha llegado la hora de decir: ¡Basta!
Más información en la monografía Acrecimiento (formato PDF. 500 kB) elaborada por la Fundación Tierra