En 1964 se prohibió la caza de ballenas. En aquel momento apenas había 2.000 ejemplares de ballena azul, cuando su población estimada en el siglo XIX era de más de 275.000 ejemplares. La medida tomada a nivel mundial era una respuesta tímida pero imprescindible para frenar el expolio de estos gigantes del mar que casi los extingue. Esta fue una de las primeras medidas urgentes la Comisión Ballenera Internacional (International Whaling Commission-IWC) creada en 1946 e integrada por muchos de los países implicados en estas matanzas exterminadoras. Sin embargo, la presión siguió de forma menos brutal hasta que se alcanzó una moratoria que entró en vigor en 1986. Sin embargo, esta prohibición es una protección sobre el papel, pues Japón, Noruega e Islandia se la saltan a la torera. En Japón se captura cada año un millar de ejemplares por razones científicas. Todo el mundo sabe, sin embargo, que la carne de ballena llega a los supermercados japoneses. Pero el consumo de ballenas en Japón ni es masivo ni es tradicional. En realidad, la flota ballenera japonesa se fraguó hacia los años treinta del Siglo veinte y sólo fue una carne de subsistencia durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad se trata de un consumo limitado a restaurante y de forma marginal.
La caza de ballenas en cualquier forma no está justificada y debería ser prohibida definitivamente.
Noruega e Islandia, por su parte, argumentan su soberanía para cazar ballenas sin que nadie lo cuestione. Por ejemplo, Japón se adjudica cada año la caza de 935 rorcuales aliblancos y 50 rorcuales comunes en el santuario del océano Antártico. A pesar de la moratoria, tanto Japón, Noruega como Islandia cazan sin control alguno más allá de las denuncias periódicas de Greenpeace y otros grupos como Whales and Dophin Conservation que argumentan que la pretensión de estos países por reanudar la cacería es valorar las posibilidades de nuevas patentes y aplicaciones comerciales de las ballenas en usos farmacéuticos, nutritivos, cosméticos, etc.
Con la excusa de la caza "científica" los países como Japón, Noruega e Islandia siguen masacrando las poblaciones de ballenas y delfines por todo el planeta.
La pregunta clave es por qué los integrantes de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) no se ponen de acuerdo en prohibir definitivamente la caza de ballenas. La realidad es que, pese a la moratoria, la caza de ballenas sigue siendo una práctica incontrolable por parte de los países antes mencionados, que consideran la carne de ballena como algo tradicional. Levantar la moratoria (aunque fuera sólo a los países balleneros) requiere el apoyo de tres cuartas parte de los votos (de 88 países). Los grupos ecologistas y los países contrarios a la caza, sobretodo Australia, Nueva Zelanda y países latinoamericanos, creen que la concesión de cuotas ni que sean mínimas significa prolongar la caza. Otros expertos en el tema opinan que si se levantara la moratoria, el número de capturas sería menor que ahora, ya que ahora Japón, Noruega e Islandia cazan sin ningún tipo de regulación y que si se aplican los modelos de gestión de las poblaciones de ballena con criterio las capturas bajarían.
La movilización popular a favor de las ballenas ha hecho que se haya dado una de las mayores recogidas de firmas de la historia. En la última comisión de la CBI (celebrada en junio 2010) se entregaron 1.2 millones de firmas en todo el mundo. El resultado es pues que se ha logrado mantener la prohibición de la caza de ballenas instaurada hace 24 años. Sin duda se trata de una gran victoria aparente de voluntad popular que los delegados de los países de la CBI han respetado. Según Avaaz los negociadores europeos expresaron que: "Hemos conseguido mantener la prohibición... y siguiendo de cerca el curso de vuestra petición por internet, nos ha impresionado la velocidad con la que el número de firmas crecía, y también ver gente de todo el mundo firmando".
La captura de delfines para ser encerrados en los zoos marinos y exhibirlos en espectáculos circenses es inmoral.
Sin embargo, como ya hemos apuntado, esta victoria no garantiza del todo la protección y la seguridad de las ballenas. La flota ballenera japonesa, por ejemplo, sigue aprovechándose de la debilidad institucional y normativa de la Comisión Internacional Ballenera, y ya está zarpando para cazar cientos de ballenas, matanza que justifica utilizando argumentos "científicos". Tampoco se han tomado medidas contra la caza de cetáceos que, al no ser considerados ballenas, quedan fuera de la regulación de la Convención de 1946. La masacre de cetáceos ha sido denunciada de forma explícita en el galardonado documental The Cove.
Para evitar la caza comercial de ballenas la pregunta que habría que formularse es si tenemos derecho a matar animales que sabemos por su fisiología que tienen un alto grado de evolución biológica y que probablemente, constituyen uno de los grupos de mamíferos que en un futuro próximo pueden aportar un mayor equilibrio a los océanos. Pero también hay organizaciones que apuntan a la gestión “sostenible” de cualquier especie animal. Este es el caso, la IUCN, una de las organizaciones de conservación con más reputación a nivel mundial, ya señaló en el 2008 que tanto la ballena jorobada como la ballena franca del sur ya no se hallaban amenazadas por lo que dejaban entrever una justificación a reanudar la caza de estas con criterios de sostenibilidad. Lo que está claro es que de la ballena se aprovecha casi todo, desde su grasa hasta su carne y que frenar esta industria transformadora sólo puede realizarse si hay una voluntad popular por no consumir productos relacionados con las ballenas. Pero hay otra evidencia que es de carácter ético y es si las ballenas y cetáceos han de colocarse en la misma consideración que los árboles y que mientras se cacen de forma racional hay que admitirlo. Y es que los productos que se obtienen de las ballenas pueden obtenerse por otras vías. Respecto a los cetáceos, estos son condenados a ser animales de "circo" en los acuarios o convertidos en carne. Es evidente que, tratándose de animales con una notable capacidad cerebral y de los que se ha demostrado su socialización, es como si estuviéramos más bien practicando un exterminio innecesario. La caza de ballenas y delfines es un síntoma que clama de forma urgente a repensar nuestra relación con la naturaleza silvestre.
Ballenas amenazadas
Especies de ballenas, sus poblaciones estimadas y su estado de conservación aproximado. Fuente IWC.
Redacción terra.org. Fotos: Morguefile.com