Un estudio de investigadores españoles aporta datos inéditos del impacto del turismo sobre la península antártica. Los investigadores españoles constatan que hay una deficiente aplicación de los protocolos durante los cruceros antárticos, y que la mejora de los mismos podría contribuir a garantizar la sostenibilidad de la actividad turística en uno de los continentes que por sus condiciones ecológicas es esencial para la dinámica de nuestro planeta.
Los cruceros por la Península Antártica empiezan a dejar su huella ecológica en el último vestigio natural del planeta.
El primer crucero que llegó con turistas a la Antártida fue en 1958. Hoy son más de 40.000 los visitantes que han hecho realidad el sueño de poner los pies en este glacial continente. La Antártida es el único espacio terrestre del planeta sin un titular gubernamental, y su uso está regulado por el llamado Tratado Antártico firmado por 46 países, entre ellos, España. Progresivamente, los impactos ecológicos que esta actividad puede ocasionar sobre los ecosistemas antárticos ha despertado el interés de los científicos para medirlos. Los riesgos posibles tales como especies invasoras, transmisión de patógenos, destrucción de suelos, alteración del comportamiento de la fauna autóctona, emisiones de CO2, accidentes, etc. constituyen algunos de los impactos que diversos equipos de investigación españoles están llevando a cabo en la península antártica, especialmente en las islas de Barrientos y Decepción.
Área donde se concentran la mayor parte de los desembarcos de los cruceros antárticos.
La elaboración y presentación de estos estudios ha sido coordinada por el Dr Javier Benayas y el Dr. Martí Boada cuyos equipos se han implicado en el informe la “Valoración del impacto ambiental del turismo comercial sobre los ecosistemas antárticos”, en el marco del Año Polar 2008-2009 promovido por el Ministerio de Ciencia e Innovación y con el patrocinio de la Fundación Abertis. Los datos son sin duda relevantes porque intentan aportar información sobre un fenómeno creciente como es el turismo antártico. Por ejemplo estos científicos han calculado que las emisiones del turista antártico es de 4,39 toneladas de CO2, de las cuales, el 56 % corresponden al crucero y el 44 al traslado en avión hasta el punto de inicio en Ushuaia. El consumo energético turístico durante el crucero es de 7.576 Joules. También han medido la cantidad por pasajero de residuos, 3,5 kg, de aguas grises, 300 litros de aguas negras, 40 litros y 10 litros de aguas de sentina. También se han valorado las pisadas y a partir de 500 la recuperación de forma natural es muy lenta. Todos estos datos han permitido también que los operadores turísticos puedan disminuir el impacto de los visitantes cuando desembarcan en tierra. A pesar del ambiente inhóspito de la Antártida, actualmente, ya se han detectado especies no nativas introducidas por científicos, turistas y exploradores que se están multiplicando. Estas han llegado en los aviones y barcos que arriban a la región transportando visitantes y suministros.
Desembarco de un grupo de turistas.
La mayor parte de las empresas que organizan cruceros antárticos están asociadas a la International Association of Antarctica Tour Operators (IAATO) creada en 1991. Esto, aunque no es un garantía contra malas prácticas, si que permite consensuar políticas comunes para en definitiva proteger el recurso que están explotando. Para ello han elaborado guías de buenas prácticas para minimizar el impacto sobre la fauna y los paisajes. Estos cruceros inician su viaje en Ushuaia y tienen una duración de unos 10 días, de los cuales 4 son de navegación. En estos barcos preparados para las travesías con hielo viajan de 3 a 4 expertos que dan charlas formativas a los participantes durante la travesía. El crucero pues, se basa en realizar cada día desembarcos en lugares previamente reservados por cada compañía para que no se den situaciones de aglomeraciones.
Actualmente, a lo largo de toda la península antártica de unos 1.000 km de costa, hay 200 lugares que las diferentes empresas reservan para sus desembarcos. Cerca de 50 de estos sitios han recibido poco más de 100 visitantes a lo largo del año y cerca del mismo número se han visitado una sola vez. Un examen somero de los datos indica que los tours se concentran en menos de 35 sitios. Menos de 10 sitios reciben alrededor de 10.000 visitantes cada temporada; el de Puerto Lockroy en la isla Wiencke (en esta el British Antarctic Survey lleva a cabo un seguimiento de visitantes). Pero probablemente, sólo uno suma casi la mitad de las visitas, que es la llamada Bahía Balleneros en la isla Decepción, una antigua estación de procesamiento de los productos extraídos de las ballenas que se cazaban en aquellos mares.
Un grupo de turistas en una playa antártica con surgencias de agua caliente en Isla Decepción.
Los turistas antárticos son personas cercanas a la tercera edad. Más del 40 % tienen entre 60 y 69 años y el 36 % son de Estados Unidos frente al 26 % de europeos. La progresión y crecimiento de la actividad turística en la Antártida es la que ha hecho que algunos científicos se interesaran por valorar este impacto. Mientras en los años noventa los turistas eran unos 5.000 al año, la cifra se había duplicó en el año 2000, pero se había triplicado en el 2005 llegando a los 30.000. En el 2008 se alcanzaron los 50.000 viajeros. Esta cifra descendió en el 2009 por la crisis económica a 48.152 personas. Estas cifras son comparativamente todavía moderadas. En la Antártida hay una población permanente de unos 4.000 científicos de diversos países. Pero para tener una idea de lo que significa esta cantidad de turistas, diremos que 50.000 son los turistas que visitan el Parque Nacional del Teide en una semana.
El principal atractivo además del paisaje son los pingüinos, aunque este curioso pájaro marino sólo alberga 5 especies, mientras que hay 12 que no son antárticas. En cualquier caso, el impacto del turismo sobre las poblaciones de pingüino ha constatado que en las colonias más visitadas se aprecian cambios tales como una disminución de las skuas, un pájaro que se alimenta de las crías del pingüino y al que la presencia humana intimida. También advierten los científicos que en la Antártida ya se encuentran 200 especies invasoras introducidas accidentalmente por la actividad turística.
Imagen del primer naufragio de un crucero turístico en la Antártida, el 23 de noviembre 2007. El incremento de buques de crucero no preparados para las aguas antárticas, en caso de hundimiento, podría causar una catástrofe sin precedentes en los ecosistemas de la región. Foto: Prensa.
El principal problema que se cierne sobre la Antártida, es actualmente el de algunos grandes barcos de crucero con más de 3.500 personas abordo y que no tienen medidas para navegar por aguas con hielo, y que en caso de accidente podrían causar un desastre ecológico sin precedentes. Recordemos que si bien el 74 por ciento de los turistas desembarca en las zonas pactadas llegando en buques de 50 a 500 pasajeros, el 14 por ciento lo hacen en grande cruceros sin desembarco, y un 9 por ciento sobrevuelan la Antártida pero sin aterrizar.
La molestia a algunas de las especies para fotografiarlos puede ser otro problema causado por el turismo en la Antártida
Recordemos que el Estado español tiene dos bases científicas en la Antártida. Los trabajos llevados a cabo por los investigadores son coordinados por el Centro Nacional de Datos Polares (CNDP), cuya Secretaría Técnica se ocupa de la coordinación de todas las actividades correspondientes a la Autoridad Antártica Nacional. El CNDP tiene su sede en el Instituto Geológico y Minero de España (IGME). Entre sus cometidos están la administración de los metadatos generados por las investigaciones españolas en el ámbito Polar y el almacenamiento, gestión y difusión de los fondos documentales, todo ello bajo la supervisión del CPE.
Las investigaciones originales fueron publicadas en: Soil trampling in an Antarctic Specially Protected Area: tools to assess levels of human impact, by Pablo Tejedo, Ana Justel, Javier Benayas, Eugenio Rico, Peter Convey and Antonio Quesada. Antarctic Science, 21 (3), 229-236, 2009. Fotos: Javier Benayas.