Mientras los aerogeneradores se ven como un elemento que estigmatiza el paisaje, nadie aprecia que el coche es un icono urbano altamente contaminante. Los tópicos se suceden.
Barcelona, una ciudad altamente contaminada por los coches
Barcelona es una de las ciudades con mayor densidad de vehículos de la UE (6.100 por kilómetro cuadrado, frente a los 1.300 de Londres, por ejemplo). El 56% del parque de vehículos barcelonés utiliza además motores diésel. Estos emiten hasta seis veces más partículas finas que los de gasolina. Esos niveles de contaminación generan alrededor del 25% del asma registrado en jóvenes menores de 17 años y en torno al 35% de las enfermedades coronarias y respiratorias que padecen los mayores de 65 años, según estudios anteriores dirigidos por la UE. En Barcelona, donde la media de este tipo de partículas contaminantes ronda los 30 microgramos por metro cúbico, la incidencia del tráfico sobre la mortalidad rebasa probablemente el 20%. El coche es más tóxico porque emite partículas más finas, y sin embargo sigue siendo el icono urbano por excelencia y no genera protestas ciudadanas de ningún tipo. Más bien todo lo contrario, cualquier carril para el coche convertido a bicicleta o bus es mal visto.
El Renault Twizy con motor eléctrico de 17 CV y dos niveles de acabado: Urban y Technik, con un precio base de 5.409€ y 5.972€ respectivamente. El leasing de la batería será de 49€ al mes. Las baterías permitirán una autonomía máxima de 100 kilómetros y una velocidad máxima de 80 km/h. Con apenas 2.34 metros de longitud y una anchura de 1.2 metros, se convertirá en una de las alternativas más eficaces para los desplazamientos urbanos. Por otro lado, este ligero vehículo apenas pesa 450 kilogramos incluyendo los 100 kilogramos del pack de baterías de litio. La movilidad en las ciudades debe cambiar para dejar de ser contaminante. Imagen: Renault.
La eólica gana a la nuclear
Por contra, existe una fuerte resistencia con los aerogeneradores a pesar de que estos suponen reducir la dependencia de las centrales nucleares (riesgo radioactivo) y de combustibles fósiles (que agravan el efecto invernadero). Los últimos datos de REE muestran que en 2010 los parques eólicos ubicados en Cataluña generaron 1.419 GWh y las centrales nucleares 24.909 GWh, 17 veces más. Sin lugar a dudas, el diferente peso en el mix eléctrico en Cataluña de eólica y nuclear lo prueba el dato general que en España en el 2010: los parques eólicos generaron 43.692 GWh, el 15% para la electricidad, y las centrales nucleares 61.990 GWh, el 21%.
En 2015, en España la energía eólica ya generará más electricidad que la energía nuclear, y el año 2020 la energía eólica generará como mínimo un 30% más. Al menos eso es lo que prevé el operador del sistema eléctrico español. Sin embargo, la comunidad autónoma catalana es la que ofrece una mayor resistencia cívica para la implantación de la energía del viento y la que más firmemente apoya la industria automovilística. Sobre el enigma eólico de la protesta catalana contra la electricidad limpia del viento el escritor David Cirici opinaba desde el diario ARA.CAT al respecto y lo reproducimos por su clarividencia.
La pulcritud visible de los parques eólicos*
Queremos que en la cumbre de Durban las grandes potencias se comprometan a reducir la emisión de gases contaminantes, pero cuando las decisiones sobre energía limpia nos tocan de cerca, estamos poco dispuestos a cambiar nada. Parece mentira que por ejemplo unos ingenios tan eficientes y maravillosos como son los generadores eólicos tengan tantos detractores y haya campañas en contra de la instalación de nuevos parques.
Pocas máquinas energéticas tienen la simplicidad estética y la sencillez tecnológica como los aerogeneradores modernos como el de la imagen. No siempre hay viento y las grandes corporaciones energéticas han especulado con esta energía. Pero algunos países como Dinamarca han demostrado que todas las personas podrían ser inversores de su energía con estas máquinas ubicadas en los lugares de viento. Imagen: Alstom Wind.
Es evidente que los productos industriales y tecnológicos pueden ser feos, incluso grotescos, como la gran mayoría de grapadoras y portarrollos de celo, como la gran mayoría de los edificios de pisos construidos en Cataluña en los años setenta, como las pantallas de todos los PC vistas por detrás o como estos cruceros de diez pisos que nos llegan al puerto de Barcelona.
Pero no es el caso de estos molinos de color blanco, que son en su forma la expresión pura de su función, y que cuando forman un conjunto de elementos distribuidos en alturas diferentes giran también a velocidades diferentes, añaden un elemento más de interés en el paisaje.
Que consideramos bello el paisaje de un pueblo, con su campanario románico en medio de un valle, es común porque responde a una idea estética que ha tenido más tiempo para arraigar. Lo es también el hecho de reconocer la estética de algunas de las grandes obras de ingeniería, desde el Golden Gate de San Francisco hasta el viaducto de Millau en la Provenza.
Pero todavía hay gente que no sabe apreciar la belleza de los parques eólicos, que además expresan con claridad lo que son: cuando hace viento, giran, y con esta simplicidad de cuento nos hacen más sencilla la vida. Sin ensuciar. Instalados en un paisaje, proclaman que somos civilizados.
Dinamarca está llena, tanto plantados sobre sus llanuras como en el mar, y la gente ha entendido su belleza. Aquí preferimos la suciedad invisible de las nucleares que la pulcritud visible de los molinos.
*Traducción del artículo del escritor David Cirici publicado el 30 de noviembre 2011 en el periódico catalán ARA.CAT