Estamos en tiempos de reacción obligada, de tener que expresar nuestra indignación ante el tipo de sociedad en la que vivimos ante quienes con mayor responsabilidad la han alimentado y alimentan. Vivimos atrapados por un estilo de vida que prima al listillo, al espabilado; al especulador, al que sabe invertir sus ahorros a tiempo para multiplicarlos; al que compra a tres y pronto sabe vender a diez; al que gana mucho dinero en poco tiempo, y al que en aras de esos afanes hipoteca en ellos su vida, la de su familia y la forma de relacionarse como ser humano, haciendo de su vida una entrega a la afición de ganar dinero.
Deberemos resituar la vía que ha tomado nuestra sociedad sino queremos perder definitivamente su sentido. Foto: Fundación Tierra.
La propia inseguridad con la que miramos el futuro fomenta esa forma solitaria y superficial de ser y estar en la vida, por más que el sistema trate de hacernos creer que somos la sociedad de la previsión, donde todo está controlado, con un papá Estado que vela noche y día por nosotros pero con cargos que no elegimos. Los ciudadanos no, por supuesto. Resulta cómico o insultante cómo, por ejemplo, nos diseñan políticas del agua ni más ni menos que para el tercer milenio, cuando la experiencia nos muestra que no pasan cuatro años sin que una imprevista sequía o una inundación nos pilla por sorpresa.
Sólo unidos podremos hacer frente a la injusticia que ya defienden nuestros mandatarios elegidos pero que se deben a los mercados y a los que defienden. Foto: Fundación Tierra.
Y ahí está, como uno más de los infinitos ejemplos de esa inseguridad, la actual crisis económica, que nos ha hecho pasar de la noche a la mañana de la euforia que nos permitía tirar la casa por la ventana, a los recortes, restricciones de servicios, aumento de impuestos, paro laboral, inseguridad en la recuperación de nuestros ahorros y en el cobro de la jubilación, etc. Hoy nadie sabe cuál puede llegar a ser el alcance final de la situación. Todo hasta ahora ha estado basado en la coyunturalidad y en el oportunismo de una explotación sin mesura de todo aquello que ha podido generar dinero y poder, impulsados siempre por la codicia. Los ríos y los más hermosos paisajes, las playas más hermosas y los horizontes más limpios, no escapan a esa codicia.
Pese a todo, en este momento estamos obligados a ser optimistas, recurriendo a la sabiduría del refrán que afirma que “no hay mal que por bien no venga”. El bien está en que algo vamos a tener que cambiar. De momento ha surgido un relevante movimiento de toma de conciencia social del modelo de sociedad en el que vivimos atrapados, en una absoluta falta de credibilidad en quienes han dirigido en nuestro nombre y hasta ahora, con sus cómplices sicarios el destino de la humanidad. Una expresión popular de indignación a escala planetaria ha comenzado a invadir ocasionalmente las calles y plazas de las grandes ciudades.
La indignación gana terreno, la reacción aumenta, el compromiso debe incrementarse. Foto: Occupy Wall Street
La toma de conciencia a ese nivel de indignación colectiva es el primer paso necesario para solucionar cualquier gran problema: tener conciencia de que el problema existe. El segundo paso es el análisis profundo de las causas que han generado el problema, planteado desde la compleja realidad, sin olvidar la propia complejidad del ser humano en sus dos dimensiones, la física y la metafísica, ni el concepto de bienestar integral, así como los derechos de las generaciones venideras, y los de la vida en general.
Consumado el segundo paso, hay que ser conscientes de que ningún diagnóstico es capaz de resolver nada por sí mismo, sino la acción decidida planteada más allá de toda operación de maquillaje, de un hacer como que se hace, de un cambiar algo para que nada cambie, o de un aplicar paños calientes. La acción sólo es decidida cuando el deseo de resolver el problema sale del corazón, cuando la dignidad se siente profundamente atropellada.
Sólo el respeto por la naturaleza, su belleza, su dignidad nos dará a todos el sentido profundo que necesitamos para afrontar el cambio socioecológico necesario. Foto: Fundación Tierra.
Hoy ese deseo debe llevarnos a la tarea ilusionante de construir ese mundo nuevo del que pueda emerger un ser humano renovado, con una visión inteligente de la vida, un “vividor”, para el que la belleza natural tiene un sentido profundo que ahora no tiene, sublimado a la eventualidad de cualquier. En ese sentido, la defensa de los ríos no debe ser considerada como “una cosa de ecologistas”. Defender el sentido profundo de la belleza de los pocos tramos de ríos que quedan con un mínimo poder evocador es una profunda obligación moral colectiva con la que poner coto a tanto vandalismo. Un vandalismo organizado siempre desde la coartada de un falso y desgraciado progreso. Un progreso que ha tocado fondo cuando no respeta ni al propio ser humano ni a su entorno más próximo.
Texto extraído y adaptado del documento de Javier Martínez Gil titulado "La fluviofelicidad, su magia y su razón de ser (I)". La fluvio es una pequeña una iniciativa humana a modo de reacción ante una realidad social dominante que necesita ser corregida; es una filosofía concebida a escala grupal y personal, que desde el escenario del agua y los ríos trata de ayudarnos a comprender la raíz de una situación general de degradación que afecta a la humanidad entera, cuya corrección hoy debería corresponder esencialmente a la iniciativa de los ciudadanos desde una multitud de pequeños frentes.