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Elena con geiger en mano en la zona de Chernóbil
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De las 4000 personas que quedaron en la zona prohíbida, muchas ancianas no se fueron; hoy quedan menos de 400 | |
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Helicópteros radiactivos, en el cementerio y el triste, radiactivo y modesto cementerio | |
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El pasado 21 de marzo, el primer día de la primavera y del Nuevo Año musulmán, un corrimiento de tierra en la ciudad de Mailuu-Suu dejó a trece familias sin casa y acabó con la vida de dos niñas –Asel, de siete años y Nazira, de catorce–. Según la versión de un vecino: “Los padres de las niñas están destrozados. Siguen conmocionados por la tragedia. Se tardó mucho tiempo en encontrar el cuerpo sin vida de una de las jóvenes y el funeral se tuvo que celebrar muy tarde. En aquel momento, los padres estaban en Rusia trabajando. El día que ocurrió el suceso, Asel estaba durmiendo y no escuchó los gritos de Nazira advirtiéndole del peligro. La niña se arriesgó y entró en la casa a salvar a su hermana, pero ambas quedaron sepultadas bajo un manto de tierra”.
Al día siguiente, una marea malva de barro, piedras y pequeñas rocas arrasó veinticuatro casas en la otra orilla del río. Las lluvias torrenciales han ocasionado peligrosos desplazamientos de tierra muy cerca de donde se encuentran las colas de uranio y han destruido los muros de protección que rodean la zona de los vertederos radioactivos.
Pero los desastres naturales no finalizaron ahí. La siguiente amenaza implicó a un vertedero de uranio que se extiende a través de la única carretera que conecta las dos partes de la ciudad, con más de 3.000 habitantes en la parte norte.
El 13 de abril, otro corrimiento de tierra, uno de las más fuertes que se han visto en Mailuu-Suu, traspasó el vertedero que, hoy día, está a punto de desmoronarse sobre la orilla del río. Justo tres semanas después, el 4 de mayo, otra avalancha de tierra, de tres metros de profundidad, derrumbó algunos muros de contención en varios puntos. Los habitantes de la zona y sus autoridades temen que los próximos desastres naturales en la ciudad causen no sólo importantes daños materiales sino también un desastre ecológico de gran escala y una tragedia humana.
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Legado de negligencia |
Mailuu-Suu está situada al norte, en el límite con el Valle Fergana, la región más fértil y habitada de Asia Central. El valle atraviesa Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán y acoge la cuenca del Syr-Darya. En las inmediaciones al río de Mailuu-Suu –que se adentra hacia Syr-Darya- hay un total de veintitrés vertederos y trece montones de chatarra que contienen residuos radioactivos.
Los trabajos de extracción de mineral en las minas situadas en la zona proporcionaron uranio a la antigua Unión Soviética desde 1946 hasta que se cerraron, en 1973. Sin embargo, los residuos fueron abandonados, enterrados bajo tierra o simplemente apilados en montones al aire libre. Con un alto componente tóxico, permanecen dispersos en varios lugares que nunca fueron cerrados o precintados debidamente. Los habitantes de la región han tenido que vivir con la continua amenaza de contaminación, en un principio por las escasas y poco estrictas medidas de seguridad del gobierno soviético, y más recientemente por una mala administración y una pésima inversión de la Administración post-comunista de Kirguistán. Como resultado de este abandono y ante la indiferencia y despreocupación de sus habitantes, “los ciudadanos de Mailuu-Suu respiran aire contaminado con un nivel de partículas de radión que supera los límites de tolerancia humana”, según la opinión de un científico. Ahora, las estructuras que se construyeron para albergar “la basura” están gravemente dañadas y requieren un rehabilitación urgente ante la amenaza de que se produzcan más corrimientos de tierra cada año, sin mencionar el riesgo de terremotos en esta región geológicamente propicia.
Zainidin Shekhov, subdirector general de obras de la compañía Azat, que ha dirigido el trabajo de reconstrucción de los vertederos durante los últimos trece años, observa: “La masa de tierra cayó justo al lado del vertedero. Si éste fuera dañado, seguramente la próxima vez que se produjera un movimiento, el vertedero junto con la tierra caerían al río y su caudal arrastraría elementos radioactivos que quedarían dispersarsados por todo el Valle Fergana, contaminando la flora y la fauna del sur del país y la parte de valle que pertenece a Uzbekistán, actualmente habitado por más de tres millones de personas”. Otro empleado de la empresa, Vladimir Shkrobot, alerta que después de todo el daño causado por los aguaceros, muchos vertederos están seriamente deteriorados con lo cual “las consecuencias serían muy graves”. |
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Existencia precaria |
Hay mucha gente en la ciudad que cree que el peligro de contaminación radiactiva es escaso. Mientras una gran parte no se preocupa por el problema, otros prefieren no pensar en ello. La rutina diaria entre las colas de uranio ha insensibilizado a la gente de los peligros de vivir en la zona. De hecho, una gran mayoría no toma ningún tipo de precaución para protegerse. Los habitantes se pasean entre los vertederos de residuos, dan de comer al ganado cerca de las colas de uranio y utilizan tierra radioactiva para construir y reparar sus casas. Y aunque algunos realmente se dan cuenta de la situación, se sienten incapaces de hacer algo al respecto.
La granja de Japar Kojoakmatov está situada justamente en el vertedero radiactivo número 6. Está preocupado por su familia, pero no puede trasladarse a ninguna otra parte. “Para ser sincero, no sé las consecuencias de que el ganado coma en este lugar y no me importa. Necesito alimentar a mi familia. Mi familia vive en una zona de peligro, donde en cualquier momento se puede producir un movimiento de tierra y derrumbar el vertedero y enterrar nuestra casa. Intento no pensar en lo que podría ocurrir. No tengo otra casa y tampoco recursos para comprar una nueva”.
Aquellos que son conscientes del peligro, arriesgan su salud para sacar adelante a sus familias ya que la amplia pobreza que existe en las áreas rurales de Kirguistán no les deja otra salida. Los pobres y desempleados suelen ir a los vertederos radioactivos, burlando las señales de peligro y los vallados, para desenterrar restos de equipos para, posteriormente, venderlos a los chatarreros. “No tengo otra forma de subsistir. En una ocasión, me avisaron del peligro que corría pero estoy seguro y sano” ríe Sergey, que se dedica a canjear chatarra.
Las estadísticas sobre salud en la región son alarmantes. Los estudios revelan que durante 1990-2000, los casos de cáncer aumentaron un 20 por ciento, mientras que las muertes ocasionadas por esta enfermedad se incrementaron en un 40 por ciento. Según los nuevos datos proporcionados por el Centro para la Salud y Control Epidemiológico de la ciudad, el número de pacientes con cáncer es dos veces la media nacional. La incidencia de anomalías congénitas se ha cuatriplicado.
Yuri Aleshin, científico de Kirguistán del centro de investigación e ingeniería, Geopribor, lamenta: “Da miedo ver a los niños jugar entre el plomo y el polvo de cinc, levantando sus partículas al aire y respirándolas. Sin duda, será una tragedia personal en el futuro”.
El legado que deja la industria nuclear es una tragedia latente en Kirguistán con consecuencias devastadoras para toda la región y sus generaciones futuras. Los recientes movimientos de tierras y la amenaza constante de terremotos son una bomba de relojería para sus habitantes y los gobiernos de Asia Central. Con un poco de suerte, las soluciones no llegarán demasiado tarde.
Gulnura Toralieva es periodista freelance y vive en Bishkek, Kirguistán.
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