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En la ciudad fantasma, Pripyat, que albergaba a 40 mil habitantes el dia del accidente. El reactor al fondo.
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Una de las continúas mediciones que Elena Filatova realiza en sus viajes a Chernóbil
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El parque es la zona más radiactiva de la ciudad fantasma. Cada paso que se avanza en él hace que el contador geiger mida más radiactividad. ¿Cuando se podrá volver a jugar?. Igual hay que esperar 300 años.
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Depósito de cadáveres tecnológicos radiactivos participantes en el accidentes de Chernóbil
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Los llamados liquidadores, pocos quedan vivos después de participar en las suicidas labores de limpieza y extinción del accidente de Chernóbil. Imágenes de Elena Filatova.
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En varias áreas pobres de Australia, la gente se está manifestando en contra de la industria nuclear, movilizándose contra las compañías mineras de uranio y examinando la manera en que estas empresas y las agencias gubernamentales tratan con las diferentes comunidades para lograr su beneplácito y expandir, de esta forma, la industria nuclear en sus zonas. En un proceso de desarraigo y marginalización, las comunidades aborígenes están animando a los australianos a tomar medidas con resultados realmente sorprendentes. |
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Un pasado envenenado |
La historia de Australia como nación colonial y su herencia de racismo institucional ha originado una continua explotación de las tierras indígenas. Desde la colonización en 1788 y la instauración de la nación soberana australiana bajo la denominación de “terra nullius” –Tierra de nadie- ha habido una indiferencia y una falta de comprensión continua hacia la cultura y los indígenas. El concepto occidental de “naturaleza” como algo que se puede explotar en beneficio propio ha causado una situación de desarraigo, opresión y profunda división entre estas comunidades. La industria nuclear muestra claramente esta tendencia.
El uranio fue “descubierto” por los australianos europeos en 1890, sin embargo, muchas leyendas ancestrales indígenas ya hablan de un “país enfermo” en zonas con depósitos de uranio. Los habitantes de Adnyamathanha, en la zona rocosa en el norte de Flinders Ranges, en el sur de Australia, cuentan la historia del Emú, un rancio vómito amarillo que se localizaba en la zona este del país. Ya en su momento, se recomendaba a la gente mantenerse alejada de estos lugares y ‘tomarse todo con mucha calma’ cuando soplase el viento del este. Los Adnyamathanha consideran que la extracción de este veneno amarillo-verdoso es sumamente peligrosa tanto para ellos y su entorno como para la especie humana en general. Durante siglos se han transmitido mensajes, de generación en generación, para respetar esta parte del territorio, lo que ha influido incluso en la forma en que, hoy en día, los Adnymathanha rinden homenaje a su patria y sus antepasados.
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El desprecio de las compañías mineras de uranio
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Sin embargo, las compañías mineras, que pretenden explotar con fines lucrativos los depósitos de uranio en tierras aborígenes, no han mantenido el mismo respeto por las tradiciones. Tal y como declaró el portavoz de una empresa en un foro indígena: “Nosotros estamos aquí para extraer uranio del suelo. Ése es nuestro principal propósito”.
Movida por los acontecimientos mundiales y por obtener beneficios económicos, la industria del uranio en Australia empezó su expansión en la década de 1930 con los trabajos en las minas de Radium Hill SA. La primera gran mina fue la de Rum Jungle, propiedad de gobierno, en el Territorio Norte, que estuvo en funcionamiento desde 1954 a 1971. Australia se convirtió en el mayor suministrador de uranio para la producción de electricidad nuclear en el mundo a pesar de no disponer de las instalaciones para satisfacer la demanda energética propia. Hoy, el porcentaje de recursos de uranio que Australia exporta es de un 28% de sus reservas y actualmente produce alrededor del 20% de las extracciones de uranio en el mundo. |
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La gran humareda |
Pero la explotación de minas no es la única consecuencia de la “era atómica” que los aborígenes han tenido que soportar. En la década de los 50, el gobierno de Menzies concedió un permiso a Inglaterra para probar sus cabezas nucleares en Australia con consecuencias devastadoras. Muchos indígenas que vivían en el desierto al sur de Australia fueron hacinados en camiones, como si fueran ganado, y trasladados a campos alejados del área de explosión. Otros nunca fueron encontrados o avisados de las pruebas que se iban a realizar. Las señales de alerta se escribieron en inglés y sólo una persona se encargó de avisar a la gente en un perímetro de 500 kilómetros cuadrados.
Muchas personas de los distritos de los alrededores hablan del puyu pulka, una gran humareda que se avalanzó sobre ellos y que les provocó irritación en los ojos, diarrea, náuseas y vómitos. Mucha gente murió y las secuelas de aquellas pruebas todavía persisten hoy en día con enfermedades que se han heredado de generación en generación.
La situación es caótica en el Sur de Australia. A las pruebas atómicas de la década de los 50 le siguieron extracciones mineras de uranio y, hoy en día, una propuesta gubernamental pretende crear un vertedero de residuos nucleares. Una vez más se refleja el grado de incomprensión que padece el país. El gobierno y muchos australianos consideran que el desierto es un terreno estéril, un lugar vacío y desolado apto para realizar pruebas de armas, trabajos de minería y para albergar un vertedero de residuos radioactivos. Pero para la gente que considera esta tierra como su propia casa, este país todavía está lleno de historias, cultura y vida.
Kupa Piti Kungka Tjuta, las ancianas aborígenes de Coober Pedy del Sur de Australia, recuerdan el puyu pulka provocado por las pruebas realizadas en los 50 y las enfermedades que ha ocasionado la radiación. Por ello, se muestran totalmente contrarias a la propuesta del gobierno de crear un vertedero de residuos. En julio de 2005, la campaña realizada en contra de esta medida fue todo un éxito y provocó que el gobierno cambiara sus planes de situar el vertedero en el sur de Australia.
“Todos vivíamos cuando el gobierno utilizó nuestro país para la Bomba. Algunos estábamos viviendo en Twelve Mile, fuera de Coober Pedy. El humo, en un principio, nos pareció hasta divertido. Todo estaba envuelto por una gran humareda. Todo el mundo enfermó. Otras personas estaban en Mabel Creek y también enfermaron. Otros vivían en Wallatinna. Otros huyeron. Los blancos y todo el mundo enfermó. Cuando éramos jóvenes, ninguna mujer tenía cáncer de pecho ni ningún otro tipo de cáncer. No existía ni entre los hombres. Ni tampoco asma. Éramos gente sana”.
“El gobierno sabía lo que estaba haciendo. Ahora, regresan de nuevo para decirnos: “Oh, pobres negros, no hay nada que temer, nada te va a matar”. Y volverá a pasar como ocurrió con la Bomba. Nosotros llevamos luchando, durante años, contra esta basura radioactiva, ese veneno. Discutiendo sobre ello, hablándole a la gente, pidiéndoles ayuda. Ellos podrían ayudarnos, pero sólo saben hacerlo entre ellos mismos. Los blancos también tienen niños. Todos tenemos que vivir en este país”.
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La degradación de las comunidades indígenas
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El nivel de pobreza en las comunidades indígenas permite a las compañías y al gobierno romper acuerdos y dividir y enfrentar a estos grupos entre sí. Los derechos siempre han sido mínimos con apenas beneficio para estas comunidades. En Kakadu, los estudios muestran que después de 20 años de trabajos de minería no ha habido ninguna compensación para la comunidad. Por el contrario, se ha producido un claro retroceso y erosión de la cultura, aumentando el consumo de drogas, la violencia doméstica y el alcoholismo.
¿De qué manera los indígenas pueden evitar la invasión de su territorio? La respuesta es difícil. La introducción de medidas sobre los derechos de las tierras en 1970 permitió asegurar la protección del patrimonio indígena y el reconocimiento de la titularidad de la tierra antes de la colonización. Pero todavía el conocimiento y la sabiduría indígena siguen siendo ignorados. Es más, la legislación sobre propiedad de los nativos sobre la tierra se ha suavizado para beneficiar a las industrias y a los terratenientes de todo el país.
Con apenas recursos, pero con una gran fuerza y al mismo tiempo entusiasmo, las comunidades indígenas luchan por la supervivencia de su país con resultados realmente sorprendentes. Han compartido su saber y han logrado transformar tradicionales puntos de vista sobre la explotación de la naturaleza basada en la posesión en conceptos de correcta administración. La idea aborigen es vivir en un país sin necesidad de convertirlo en una tierra salvaje. Han apelado a las conciencias de muchos sobre determinados aspectos sociales y culturales. Todo ello, les ha permitido crear un movimiento medioambiental más sólido, fuerte y seguro basado en la justicia. Pero, mas allá de esta “revuelta” que pretende reafirmar los derechos y deberes de proteger el país, los indígenas han desafiado a muchas industrias y se han impuesto a muchas opiniones sobre cómo cuidar la Tierra.
Mientras que la industria nuclear todavía se presenta como la solución para el cambio climático, la alianza “Verde y Negra” puede evitar caer en la trampa y seguir, de esta manera, luchando contra el veneno que ha causado tanto daño a la gente y al planeta.
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Autores: |
Alex Kelly es periodista freelance y activista medioambiental y vive en Alice Springs, Australia. Carla Deane es activista en derechos humanos y reside en el sur de Australia.
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