Retomo aquí lo iniciado porque lo escrito lo vivo como a diario y aprovecho así para extenderme en el tiempo.
Giro a la izquierda empalmando con carril bici seguro y rumbo directo al mar. Antes paso por encima de la ronda, que a esas horas está en pleno colapso, paso rápido por que es frecuente que los que llegan tarde vayan dándole al claxon terapéutico para llegar al mismo tiempo al mismo sitio. Me siento superior, en parte porque atravieso por encima de cientos de coches y por saber que la mejor terapia contra el stress matutino es tener en esos momentos el sol enfrente de mí mientras voy cayendo a primera línea de mar. Me esperan 4 kilómetros oyendo como rompen olas cuando tocan mezcladas con el ruido de humanidad del momento, la sintonía más armoniosa me llega por el oído izquierdo.
Ir en bici a esas horas me despierta rápido e intento disfrutar de ello. He visto cosas muy curiosas en mi camino al kurro en bici por el sector playero. Hoy mismo un urbano motorizado y con el rostro iluminado por el sol saliente me lo he quedao mirando e incluso he indagado en lo que allá estaba haciendo. Conclusión: creo que estaba en plena meditación profunda según mi impresión durante los 15 metros cicleros que lo he observado.
Me fije en su día en un hábil ciclista que andaba por el escalón a nivel del paseo marítimo, evitaba de esta forma el suelo irregular de losas pizarrosas, y disfrutaba de tramos más lisos. ¡¡Menudo descubrimiento, yo que me iba buscando lo liso y me perdía el paseo de privilegio¡¡. Por el sitio no iba para evitar traqueteos y desde aquel día bordo el trayecto vigilando siempre el lado izquierdo, un descuido y trancazo, aunque en blando.
Vi ayer a una pareja en traje de noche paseando su amor por la arena, a esas horas alisada, de la playa, ...como en las mejores películas románticas. También al padre con dos niños en bicicleta, disfrutándose el previo a la entrada al cole en un lugar de primera. Poco más allá, me encuentro un reloj de sol de los impresionantes y una columna llena de residuos e información, para intentar seducir y educar a playeros con malas notas ambientales. Cuando llego a las dos torres, enormes, una que es un hotel y la otra que es de oficinas, trajeados caminantes se dirigen a ellas. Enseguida entronco con el carril bici del Paseo Marítimo bordeado de palmeras datileras hasta la Barceloneta, ese barrio marinero de antes. Llego al puerto lleno de barquitos y barcazos y listo. Después de meter en el ascensor mi bici bien plegadita, algo de estiramientos y a kurrar. El día suele ser distinto y algo más especial desde que me desayuno estas especiales mañanas con la bici.
Llego a pensar en la mejora social y ambiental que podría generarse si se invirtiera en corredores verdes y facilitara el uso de la bici: miles de ciudadanos, trabajadores y estudiantes podrían disfrutar de las mañanas como yo lo he comenzado hacer. Es barato, es disfrutón, es distinto, sano y emocionante, si se quiere y siente.
En breve sé que no sudaré nada. Espero con ilusión los días más fríos que en la ciudad caliente no lo son tanto. Mi peculiar trayecto me lleva a diversos sentimientos. Percibo como esa central termonuclear manda en un viaje cósmico sus fotones hasta el lugar por donde yo pedaleo, y del cual nos separan 150 millones de kilómetros. Los servicios del Sol a la humanidad no tienen precio, son tantos y tan poderosos, que quizás por eso ante él nos mostremos tímidos todavía.
Las más largas sombras del día se viven a esas horas donde un sol bajo y enérgico las proyecta sobre el suelo, estos días he medido a ojimetro mi buena sombra de hasta más de 12 metros. Me sienta bien sentir que 14 kilómetros en bicicleta son mi simbólica y práctica contribucción a la movilidad sostenible y deseada. ¡¡Cuantos millones de kilómetros muchos de los miembros de la humanidad podríamos hacer a pedales cada día¡¡ ¡¡Cuánto CO2 podríamos reducirle a la ecoesfera¡¡ ¡¡Cuánta guerra humana y ambiental podriamos evitar dejando de quemar petróleo¡¡
Por la tarde una llamada de admirado amigo desde el centro de la ciudad me sorprende, advirtiendo que el cielo luce un atardecer supremo. Salgo a la terraza volao y lamento por la visual no poder ver como el mismo sol que saludé esta mañana esta regalando una de esas puestas de sol sorprendentes durante un día cualquiera de un sorprendente veranillo otoñal.
¡¡Jolín¡¡, me despedido con un hasta mañana. Entre el Sol y yo poco más podía ocurrir a estas alturas, pero me disfruto la emotiva ilusión de una cómplice y hermosa relación. Tengo el privilegio de poder alimentar con horizontes mi alma ciudadana. Y permíteme que sueñe que todos los seres vivos pueden disfrutar de similares privilegios. Sé que para esto muchas cosas tienen que cambiar, y creo que es inteligente e inevitable que cambien. Como me gustaría llegar a sentirlo.
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