Llevo unas semanas dedicando algo de tiempo, lo mínimo, a las
labores del viejo coche que comparto con mi hermano. He invertido ya
buenos ratos en revisiones, recambios, consultas y ajustes. Durante
este tiempo he estado parado junto a la máquina y debería incorporar
los tiempos para cuando saque la velocidad realista a la que avanzo
cuando lo utilizo. Fue hace poco que me toco recibir una multa y
ello me ha servido para recordarme sobre lo que vale un peine o mejor
el coche. Ignoro todavía el importe de la receta, pero tendré que
dividirlo entre el coste económico que tiene una hora de mi trabajo
para saber cuanta energía vital me cuesta la no broma. Fue en ese
momento también que me di cuenta de que no cumplía con la ley y es que
mi carné de conducir anda todavía con los datos postales de hace 5
años, sin cambiar, o sea que igual la no broma me sale hasta más cara.
Bueno, me toca remediar el entuerto y para ello he decido hoy
dirigirme a la central de la D.G. de Tráfico en BNC para proceder a
solicitar los cambios. Con mi bici en el metro sin problemas hasta
la zona, en una de las salidas de la ciudad. Circulación súper densa y
ruidosa como es habitual en horas punta. Me separa 1,5 km del destino y
yo xino xano entre los autos. Mira por donde, uno de ellos a mi paso me
deposita en la cara una parte del liquido limpiaparabrisas de un
surtidor mal ajustado. Esto por el carril bici no me hubiese pasado
pero hacer de cada trayecto de mini-masa critica, a pesar de ser arriesgado, es siempre emocionante para mí.
Llego
al edificio de Tráfico a la hora justa de apertura y me encuentro un
atasco humano, una enorme cola de las que ya cuesta ver y como símil de
una caravana estancada haciendo una cola enorme para acceder al
recinto. No puede creerme que esto ocurra un lunes por la mañana, y
pienso que igual muchos de los que esperan estuvieron ayer también
atascados, esta vez conduciendo sus coches. Me he puesto nervioso y he
echado bici marcha atrás y a esperar unos días a ver si amaina. He
calculado a ojimetro que quizás me hubiese costado una hora y media de
tiempo la gestión, y para 6 horas que cojo el coche al mes, me ha
parecido una destacada inversión nada deseada.
Aplazo y decido como acometer la
aventura de cambiar los datos de mi carné, esperando no padecer
atascos, y muy atento a esos costes indirectos del coche cuando está
parado.
De bicicamino a la oficina he pegado mi primera
bronquilla a un cochino invasor del carril bici que estaba ocupandolo
en las dos direcciones y al que le he dicho que su coche molestaba.
Aunque por lo que he oido ya en la lejanía, la molestia era yo
para él. En fin, seguiremos biciculturizando a cochinos analfabetos.
Poco después me ha llamado la atención
un cacharro depositado en la zona del container de la basura, he dao
media vuelta y me he encontrado un sillón balancín de esos que se
cuelgan de un solo punto elevado. Nuevo de trinca, los accesorios en
una bolsa enganchada y las instrucciones sobre el asiento. No es que me
haga mucha falta, pero antes de que se convierta en residuo, hoy no es
el día de recogida de los muebles y trastos, he pensado en que le
podría buscar cómoda utilización. En vez de dios, hoy ha sido el consumismo proveerá y el santo recuperador ayudará.
Hay muchos motivos para que alguien se desprenda de un cacharro sin
estrenar y una gran parte de ellos se pueden inscribir dentro de la
estúpida cultura consumista, ciega e inverosímil.
Gracias a los
pulpos elásticos el balancín ha viajado conmigo y lo he dejado de
momento en la terraza de la oficina. En ella no hay posibilidades para
colgar el sillón pero seguro que encontramos algún sitio mucho mejor
que el contenedor de basuras.
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