Llevar en barco agua, unos 20 millones de
litros -el equivalente a un día de consumo de una población de unos 180.000
habitantes, que tiene un coste medio de unos 280.000 euros- cuando el agua
suministrada a diario por el área de la conurbación de Barcelona es de 900
millones de litros, supone un auténtico disparate. Claro que el plan de traer
agua en barco va a tener una factura de unos 53 millones de euros (un beneficio
para empresas multinacionales) para hacer hasta 189 viajes en los próximos tres
meses y aportar, eso sí, menos agua que
con un plan con un coste mucho menos lesivo para todos los bolsillos, como sería
haber realizado los deberes para crear una red de agua reutilizada de las
depuradoras.
Sin duda la sequía es pertinaz y ha
amenazado el consumo doméstico, pero también es cierto que más allá de los
ahorros domésticos, el tema está en reconvertir los regadíos agrícolas para que
sean más eficientes, pues son ellos los que más agua consumen. Aunque lo
paradójico es que el agua en barcos llegue cuando los embalses alcanzan el 30 %
de su capacidad (181 Hm3). Pero mucho peor es el vaivén regulatorio en el tema
de prohibir primero y después autorizar el llenado de piscinas y riego de jardines.
No digamos tampoco lo inapropiado de un trasvase temporal que tiene un
coste de 180 millones de euros, ya que
antes de que estas medidas de emergencia se tomaran hubo tiempo suficiente par que
se gestionara con tino la crisis del agua.
La imagen de los barcos llegando a
Barcelona podría ser pertinente ante una ciudad devastada y con una población
al borde de la tragedia, pero nada de esto es verdad. Las lluvias hasta finales
de abril indicaban la necesidad de restricciones para Octubre, pero ahora ya se
ha pospuesto hasta Junio del 2009, porque la lluvia caída entre el 9 y el 11 de
mayo 2008 en Barcelona es de 7.500 millones de litros, lo que equivale a 400
barcos cisterna. Barcelona dispone de depósitos para aguas pluviales con una
capacidad total de unos 300.000 metros cúbicos litros, pero no pueden aprovecharse porque los sumideros
callejeros no están segregados de la red del alcantarillado. Estas aguas pluviales
-no mezcladas con aguas negras como en la actualidad- podrían reutilizarse para
riego y baldeo, pero para ello serían necesarias infraestructuras que no se han
acometido. La creación de la Mesa Nacional de la Sequía -nunca mejor dicho- es,
pues, papel mojado.
Lo mismo podríamos decir de los edificios
urbanos, que con una mínima inversión podrían recoger separadamente el agua pluvial
y, en una segunda red, impulsarla con bombeo solar para usos no higiénicos como
lavar la ropa, el váter o el riego de espacios públicos. Se hacen parkings pero
no se obliga a depósitos de aguas pluviales enterrados. Pero claro, en el fondo
de la cuestión está el beneficio para las empresas de suministro que, como AGBAR,
se hacen de oro con las malas políticas para fomentar el ahorro de agua. Se da
la realidad, por ejemplo, de una comunidad de vecinos de la Vila Olímpica de
Barcelona, cuyas viviendas están rodeadas de jardines para los cuales gastan
algo así como 6.000 euros/año en agua para el riego. Y es legítimo que un
jardín se riegue, aunque podría haberse diseñado con técnicas de xerojardineria.
Los jardines urbanos son un espacio para la biodiversidad, pero en el caso
mencionado, que conozco bien, lo chocante es que debajo del subsuelo de estas
viviendas de la Vila Olímpica hay agua freática suficiente, que además les
inunda sus parkings, pero el ayuntamiento les prohibe captarla y de este modo
poder ahorrar agua potable (todo sea por los pingües beneficios de AGBAR).
Aunque no es el único caso de sinrazón en el tema del agua en esta ciudad. Hay
más. El agua de baldeo que se usa para limpiar las calles en Ciutat Vella es de
la red de agua potable, y lo digo porque vivo en este barrio. Además, hay 10.000
viviendas que no tienen agua directa, eso quiere decir que va a depósitos y que
se paga lo que se llama “una pluma”, y que si no se gasta se pierde.
El mundo ha puesto los ojos en Barcelona
por la llegada de agua en barco, cuando tiene en su haber el ser una de las ciudades
del planeta que menos agua gasta. Alguna cosa, pues, no funciona y sin duda es la
gestión política del agua. Nuestros gobernantes se gastan el dinero público en
dispendio fungible en lugar de en inversión duradera por una Nueva Cultura del Agua.
Una cultura del ahorro y de la gestión de la demanda que no se ejerce para
nada. Más allá de la polémica de las piscinas, podríamos enumerar que en
Barcelona parques públicos como el de Diagonal Mar se mantienen con agua potable,
además de muchas de las fuentes públicas que tampoco tienen sistemas de recirculación.
Los del Ayuntamiento de Barcelona no se atreven a usar agua freática, porque así
se evitan el invertir en una red monitorizada de control bacterológico, que les
permitiría aprovechar las aguas freáticas que inundan el metro o el Liceo (y
que se lanzan al mar). En cambio, en Madrid se han empleado a fondo en las aguas
freáticas y reutilizadas invirtiendo desde hace años, pero aquí nada de nada. O
sea, que no puedo sino sentir vergüenza ajena por quienes estamos gobernados que,
además, tienen el poco pudor ético de llamarse ecosocialistas.
Se podrá escribir mucho sobre la sequía y
los barcos y los trasvases, pero está claro que como decía el Dr. Narcís Prat, limnólogo
de la Universidad de Barcelona, el gobierno debería decidir “entre los
intereses del agua o del cemento”. De nada sirve para cambiar las decisiones esta
opinión humilde de un ecologista que se aplica en lo del ahorro personal del
agua, cuando se han recuperado más de 30
Hm3 en unas pocas lluvias. Y si tenemos en cuenta que todos los barcos no
traerán más de 2,5 Hm3 a un precio, y lo repito, de 53 millones de euros, pues
resulta un verdadero escándalo político. Pero aquí nada de nada, todos siguen
en sus puestos.
A veces uno desearía que un tifón arrancara
a tanto inepto de sus poltronas y nos dejaran en Paz en nuestro pequeño
planeta. Porque, al final, la crisis del agua en Cataluña en realidad es una
crisis de gobierno. En Madrid, que no tienen mar donde echar el agua que sale
de las depuradoras a través de emisarios submarinos, le dan un tratamiento
complementario del terciario y la convierten en agua para riego y baldeo e
industrias. Además, en Madrid permiten llenar piscinas, pero ejercen un control
de las mismas, por lo que las obligan a la recirculación y depuración para que se
pierda la mínima por evaporación. O sea que, digan lo que digan, como argumentaba
Pedro Arrojo, presidente de la Fundación Nueva Cultura del Agua, “peor no se
podía hacer”. Para que luego digan que llueva… por más que llueva, sin
políticas aquí se dilapida el agua útil para que las empresas suministradoras puedan
seguir siendo ricas y erigiendo cipotes en medio de la ciudad, eso sí, iluminado
con leds, para consumir menos energía. Menuda hipocresía colectiva del tamaño
de un barco de 145 metros de eslora.
|