La tribu de los botánicos

Una tribu es un conjunto de personas que proceden de la asociación de varias familias que habitan un poblado común. Pertenezco a una tribu en el que nuestro poblado es la naturaleza y nos especializamos en el reino de los vegetales. La tribu nació en el valle de la Universidad Autónoma de Barcelona estudiando botánica, pero tras alcanzar la madurez vital, cada cual buscó un modo de sobrevivir en nuevos espacios. Tras la lógica diáspora, hace casi treinta años, cada cual ha tenido que vivir con más o menos avatares, pero, quedamos entrelazados por la magia de las flores y la fuerza de la amistad. Hace tres años, la tribu de los botánicos perdió a una de sus florecillas. El día de su partida al Universo las lágrimas nos inundaron. El tiempo nos recordó que no escribimos nuestros libros, sino que estos se escriben a través de nosotros. Habíamos llegado a la encrucijada donde el ayer se decide más allá del presente.

En el prado de la vida dejamos nuestro recuerdo para siempre.

El tiempo pasa pero el recuerdo permanece. Cada cual tiene su camino, fluyendo por un bosque sin límites, unos en áreas clareadas y abiertas, otros en penumbras cobijados por la espesa vegetación, cada cual en su pedazo de existencia. Cada cual desarrollando su propia resiliencia con la humildad de ser concientes que no hay planes sino circunstancias movidas por la creatividad. A lo largo de la vida, demasiado a menudo, dejamos para mañana compartir aquello que nos parece que forma parte de nuestra intimidad. Nos olvidamos que la vida más satisfactoria es aquella en la que vivimos el presente con conciencia, estando a gustos con nosotros mismos. Y en estos olvidos inocentes, de sentimientos y vivencias pospuestas, sin más razón que las rutinas, hace tres años, de forma inesperada perdimos para siempre una de las flores de este entorno amado. A veces, abrirse hacia la estepa luminosa para simplemente reencontrarse con la propia historia común se convierte en una necesidad vital.

En la tribu de los botánicos sus miembros no somos un conjunto homogéneo de personas íntimas, somos más bien como las especies de un mismo bosquecillo, unas están más cercanas que las otras, pero, en conjunto, todas entrelazadas por el mismo microcosmos. Hace unos días, en la tribu de los botánicos, una de sus chamanas recordó que era tiempo para homenajear a la Vida y recordar a la florecilla que nos dejó.  A la velocidad del orto solar cuajó la idea de compartir una excursión-encuentro a uno de aquellos parajes que cuando éramos estudiantes nos había deleitado.

Sentir la sabiduría de los árboles, no nos queda otro camino.

El hayedo de la Font Tornadissa camino del Puigsacalm, ofreció el marco en un día de plácida temperatura, tierra soleada y cielo nítido. Andábamos y hablábamos mientras a cada paso la hojarasca nos acariciaba con su agradable reencuentro. En los claros del hayedo unas flores de azafrán de montaña parecían quererse unirse a nuestro paseo mientras en mi mente brotaba la imagen de la florecilla perdida. Así que en pleno otoño, mientras el hayedo se estaba desprendiendo de sus cromáticas hojas, nuestros pasos recorrían un viejo camino de la memoria común en animada compañía, la propia, la del presente mezclada con los recuerdos que nos envuelven, la del ayer que es la suma de presentes conscientes.

Tras la excursión, el rito ancestral: hacer fuego y cocer productos de la tierra con su brasa. Mientras compartíamos la comida se fueron abriendo los sacos de la memoria. Tenemos suficientes vivencias para no sólo continuar alimentando la amistad de juventud, sino también para estimular los anhelos que se mencionan hoy y que quizás mañana deberemos recordar. Nuestra mente no es más que una célula de una conciencia común en la que se produce un constate diálogo entre nosotros mismos y el mundo. En la tribu de los botánicos se comparte la idea de que un mundo sostenible sólo puede existir si es solidario, participativo y enraizado con la diversidad del entorno que nos acoge. Que nuestra actuación sobre el paraíso terrenal debe ser compatible con el principio de responsabilidad ecológica y que nuestras huellas deben ser suaves para que su profundidad no sea un abismo para el resto de los seres vivos del planeta. En la tribu de los botánicos, la impronta de sus maestros no es fácil de olvidar. Casi todos ellos ya están jubilados, pero algunos continúan dando lecciones para que sus enseñanzas perduren más allá de nuestra experiencia.

En la profundidad de los bosques se funden nuestros anhelos comunes.

Las amistades de juventud acaban a menudo desdibujándose en el recuerdo del tiempo. Los de la tribu de los botánicos, en todas las estaciones de la patria mediterránea, sabemos descubrir sus flores. El otoño no es sólo cromático en los bosques de hoja caduca, lo es también en los encinares de perenne verdor con sus arbustos en flor otoñal. A través de la mirada de la naturaleza podemos recordar, sin embargo, el otoño nos incita a renovarnos, a despojarnos de todo lo acumulado y adormecernos en el silencio del invierno en el que poner el corazón a imaginar una nueva y brillante primavera.

En la tribu de los botánicos terminamos nuestro particular rito de celebración de la Vida cuando ya era entrada la noche. Las horas de sobremesa se habían evaporado con todos sus aromas. Pero, siempre llega el momento, nuevamente, de despertar, de continuar cada cual su senda, sabiendo, que a pesar de la diversidad de caminos nos une la eterna red de hifas de este Gran Micelio que besa nuestras huellas, las de ayer, las de hoy y las que sigan. Somos simples hifas en las que se funde la esencia dentro del Gran Micelio.

Hundo mis manos en la hojarasca que tapiza el hayedo balanceado por el silencio y siento el olor del Micelio que va descomponiendo a su ritmo los recuerdos. Y en el susurro del viento, las tonalidades ocres-vermellones todavía se agarran a las ramas y el viento acaricia las grietas que el tiempo araña en el rostro de cada uno de los miembros de la tribu de los botánicos: de Anna, Belén, Gisela, Jordi, Maria, Margarida, Miquel, Núria, Paco, Ramón B, Ramón P  y Toni.

Cada uno, un camino, entre todos, un destino.

La noche inicia su periplo. Es hora de regresar al propio rincón forestal. Pero, el último suspiro común es para reafirmar la voluntad de reverenciar nuevamente el aroma común la próxima primavera. El tiempo vital va de bajada ya para todos y sólo se vive en el presente si es con plena conciencia. Nuestro mundo sólo será mejor cuando conservemos el sentido espiritual de la comunidad humana.

 

Modificado
09/02/2017

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