7 de Enero 2010. Mientras nos concentrábamos por tercera vez frente al consulado de Barcelona y otros tantos lo hacían en la embajada de Madrid, Juantxo Uralde y los otros tres activistas de Greenpeace que se les imputó haberse colado hasta el vestíbulo de la recepción que daba la Reina de Dinamarca desplegando la pancarta “Los políticos hablan, los líderes actúan”, finalmente han sido puestos en libertad sin cargos. Y no podía ser de otra manera. Ningún juicio de una democracia madura (ni que sea pendenciera) podía aguantar los cargos que supuestamente les imputaban. Y eso sin contar lo que ya establece el artículo 9 de los derechos humanos “Nadie será preso, detenido o desterrado de forma arbitraria”. Pero, tampoco este derecho ha valido, pues al fin y al cabo, Naciones Unidas, está tan metida en el avispero petrolero como cualquier gobierno (incluido el danés, que por muchos aerogeneradores, quema pestilente carbón por doquier).
Las acciones reivindicativas en muchos lugares a favor de la liberación de los activistas de Greenpeace no han cesado.
Pero, ahí queda una vez más la advertencia gubernamental, que no son más que los representantes de las grandes corporaciones aunque nosotros refrendamos con nuestros votos a falta de otra posibilidad de escoger. La treta danesa simplemente ha castigado hasta donde el sistema sin levantar ampollas le permitía para reprender la protesta pacífica por defender el interés colectivo, o sea frenar el cambio climático. Sin embargo, hay que quizás darse cuenta que si Copenhague señala un antes y un después en la pantomima política, también se avino a dar una lección de que no hay lugar para ni la protesta pacífica para salir de la adicción al petróleo. Frente a este tipo de injusticias la ciudadanía además de poner velillas ante una delegación gubernamental debía haber tomado su principal arma: la insubmisión cívica. Europa, que cuenta con millones de seguidores de Greenpeace debía haberse convertido en plenas fiestas de consumo en una acción de boicot contundente contra todos los intereses daneses (que no son sólo las galletitas flatulentas y mantecosas) a modo de tsunami pacífico
Sólo ante un temporal de acción directa pacífica y silenciosa pero contundente los gobiernos se amedrentan. No basta que unos pocos centenares hiciéramos velorios (aunque como siempre se puede ver de un modo optimista la liberación in extremis). Sólo con la desobediencia civil pregonada por Henry David Thoreau (1817-1862) podremos vencer a la injusticia e intentar revertir que nos hayan convertido la sangre en horchata. El cambio climático es demasiado serio como para que no pasemos a la acción desde nuestra cotidianidad. Y no es fácil, pero posible. Ser productor de energías renovables, no tener ni una bombilla de bajo consumo, no exceder los 19 ºC en invierno en la climatización, no consumir carne o muy poca, no cambiar de móvil aunque te lo den gratis por puntos y así hasta un largo etc. (sin mencionar la cuestión ética, la madre del cordero!!).
Por primera vez en Europa se rompe el precepto de la aplicación de los derechos humanos incluso para los pacifistas. Una clara muestra de lo que nos aguarda sino actuamos.
Hasta ahora en nuestro mundo libre se respetaba a la ciudadanía pacífica. En Copenahgue se ha abierto la veda: salir a la calle es alterar el "orden" y esto se castiga con prisión preventiva (bueno como se hacía en la ex RDA comandada por la Stasi). Estamos asistiendo a una pérdida progresiva de libertades. Ya sólo falta que por tener los vuelos en paz (aunque cada vez que volamos cometemos un asesinato contra el clima) nos metan gas dormilón para que no haya sustos. Pero, así son las cosas. Por uno que se comporte mal los gobiernos y administraciones (la teoria del shock de Noemi klein)) que se han convertido en los peores gestores de la gestión racional democrática, sacan nuevas normas coercitivas para todos sin excepción. Y mientras callamos y no actuamos. Aceptamos y acatamos. Evidentemente, ser consecuente tiene su precio, pero es lo mínimo que podemos hacer para que nuestros/as hijos/as no acaben en un campo de concentración temático como al que nos encaminamos. A base de multiculturalismo se nos están colando flagrantes infracciones del derecho de igualdad entre hombres y mujeres. En nombre de la seguridad contra el terrorismo (que mata muchas menos personas que los accidentes de tráfico) se están vulnerando libertades básicas. Y en nombre del bienestar común estamos prolongando peligrosamente las centrales nucleares y subvencionando el carbón para nuestras centrales eléctricas, por poner unos pocos ejemplos.
La última vigilia frente a la delegación danesa con el símbolo de la paz a base de velas.
La fiesta se ha acabado. Hoy las luces navideñas se apagarán. A nadie le habrá importado que en las calles (eso si más eficientes) las luces navideñas se hayan incrementado (es algo sabido también que ya que se gana eficiencia, se puede aumentar la orgía consumista) e incluso en Barcelona nadie ha criticado que las esculturas de los “galets” (una pasta típica de la comida catalana navideña) en su interior estuvieran iluminadas por una potente bombilla halógena de 250 W. En fin, así son las cosas, la administración y los gobiernos títeres de la economía del petróleo van tensando la cuerda y a pesar de ello no se rompe. Un claro síntoma de que el milagro de convertir la sangre ciudadana en horchata está casi terminado a base de TDT, MP3, Youtube, consumo desaforado, etc. Estamos perdidos de seguir así. Podemos celebrar que los activistas de Greenpeace aunque hayan sido tratados como perros, y alegrarnos que por fin están en casa. Y olvidaremos. Pero mientras nosotros olvidamos, otros se afianzan en la conquista de nuestros espíritus.
Sabio era el lema objeto de la insostenible prisión para los activistas de Greenpeace: los líderes actúan. Quizás la lectura real debería ser a partir de ahora que la fiesta se ha acabado: los políticos hablarán, pero la ciudadanía actuará. Pero, lo que decía, la fiesta se ha acabado, the party's over… y empieza un nuevo año.
Derroche energético navideño en buena forma.
Una nueva esperanza para hacer crecer la llamada a la desobediencia civil pacífica, porqué no hay otro camino para un mundo justo. No hay más; como en aquella escena memorable de la película Norma Rae, de Martin Ritt (1979) donde con la sindicalista subida sobre una mesa (basada en la historia de Crystal Lee Jordan) exhibe un rótulo en sus manos alzadas hasta que acaba parando toda un fábrica de telares. Debemos terminar con la economía fósil que nos está comiendo para dar paso a la economía solar, solidaria y sostenible (economía 3 S). Como sucede al final de toda fiesta, quizás de esta pensemos que fue sólo un sueño… aunque, en esta ocasión, algunos la tuvieran con los huesos entre rejas mientras la reina de Dinamarca se ha salido con la suya con un castigo más propio de un cuento moralino de Andersen que de un país democrático. Pero, entre todos se lo hemos permitido con velas encendidas mientras Mr. Bean preside la Unión Europea.
Fotos: Fundación Tierra
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