Tiramos
mucho porque tirar no cuesta nada y una quizás potente sensación de
liberación se recibe cuando la tapa del contenedor de basuras se cierra
y en su interior quedan las huellas que se perderán (una gran parte
sólo de la vista) de nuestras andaduras como consumidores de miles de
porciones de materiales y productos.
Los que tenemos el privilegio de disponer de un sistema de recogida de basuras, pagando poco por ello, deberíamos realizar una visita en
la vida a esos megadepósitos de residuos generados por humanos, o sea
vertederos atestados de recursos con valor que no sirven para nada
cuando no se aprecia en su medida toda la huella ecológica y destino
final que conllevan. En el mejor de los casos, como a mí me toca por
estar donde estoy cuando tiro la basura, puede ir a un Ecoparc, donde
una gestión sólo un poco más inteligente, sacará algo de provecho a mi
bolsa de basura. Por estar donde estoy tengo el privilegio también de
poder tirar vidrio al contenedor verde, plásticos al amarillo, papel y
cartón al azul y ya pronto lo orgánico al marrón, toda una sinfonía de
colores para el acto voluntario de reciclar, pensando y no acertando,
de que lo que allá tiro tiene un destino apropiado.
Si hay un
acto de activismo ciudadano de elogio sostenibilista y máximo valor
ecologista es tirar casi nada a los contenedores de residuos. Quiere
eso decir que el consumo de muchas cosas con excedentes ha dejado de
ser importante, que se consume menos para vivir mejor, que se
contribuye a la reducción de emisiones de CO2 (a que suban menos los
mares, duren más los hielos, y que no llegue a ser dramático el cambio
radical energeticosocial que ya es inevitable), por ello consumir sólo
lo que hace falta y teniendo en cuenta el rápido balance de que porción
será desechada, y el acceso a muchos de los bienes y servicios es
después de analizar si se pueden obtener con el mínimo coste, económico
y ambiental de aquello que se precisa.
Sin saber bien hacia
donde vamos como especie y cuánto tiempo queda para seguir soñando con
pasarlo bien, me quedo con el ecooptimismo, la mejora terapia para
superar cualquier amago del realismo ecopesimista.
Te invito amigo a que las bolsas de plástico desaparezcan de tu consumo (eso no quiere decir que te hagas de algunas de las buenas para llevar siempre encima contigo), conoce
una forma elegante de plegarlas y atento a una recomendación, no té de
pavor hacerlo, te recomiendo que cuando te encuentres en acto de carga
de productos en caja registradora, saques de tus bolsillos una, la
despliegues con suma gracia y estilo, te lo tomes como un poderoso
pequeño acto de compromiso ecológico y te sientas como muy bien. Yo que
lo hago de vez en cuando, debo añadir que ha habido alguna ocasión que
casi ligo, sobre todo cuando en la caja o en la cola alguna humana anda
atenta a mis movimientos.
Cuando como fuera, también me aplico.
Ahora te explico que igual a algo te apuntas. Tómatelo como mi personal
gesto de ecoromanticismo activo y no por ello poco efectivo, leches. He
dejado de usar servilletas de papel, sólo es acostumbrarse, llevo un
tiempo comiendo con más estilo y gracia, cierto es que la mano hace
funciones limpiadoras pero ya te digo que nunca la manga del jersey. Al
final un enjuague si procede con agua en el lavabo, y un retoque ante
el espejo a mí afinado cabello y elegante camiseta y listo y contento.
Un poquito de árbol, química y CO2 menos, y yo y el planeta menos
sucios. He puesto también en práctica el rechazo a los manteles de
papel, sobre todo cuando lo que toco es madera, un privilegio
considero. Eso sí, hay veces que cuando no tengo más remedio de
quedarme con la servilleta, lo normal es que aparezca durante algunos
comidas más, sólo le cambio la cara de uso para la limpieza y funciona,
atrévete. Mancho menos, pulo mis modales en la mesa y cuando si lo que
toca es selfservice, aprovecho para después de coger lo justo que
considero he de comer, aprovecho el plato para ir a por el segundo
intento. Menos detergente, menos energía para lavar y secar, otro
pequeño poderoso gesto, considero.
De beber, ando queriendo solo
hacerlo con agua, mejor filtrada del grifo, que sistemas sencillos hay
y de alguno de ellos me nutro, por un lado un filtro de carbón activado
allá donde la calidad de lo que sale del grifo es óptima, y donde lo que
sale mejor no beberlo, como es el caso del lugar donde trabajo, gozo de
un sistema colectivo de ósmosis inversa, que recupera el agua que se
utiliza para limpiar las membranas y la manda a las cisternas del wc.
Amigo, saborear el agua desde mi cantimplora de aluminio con más golpes
que un balón, se está convirtiendo en un arma efectiva contra mi
personal lucha contra envases, azucares, gases, fermentos, chapas,
latas, vidrio, etiquetas, transporte y residuos.
Eso sí, cuando
me gozo un vinillo o una cerveza, la disfruto como obsequio supremo del
gran dador, el elevadísimo, el único, él, o sea, el sistema productivo
de placeres cotidianos. Por supuesto el envase al colorido circuito
iglú. Ahora, no casi lloro porque no puedo pero no me pasa
desapercibido ver como en la zona donde trabajo, centro urbano y con
recogida en puerta de la basura, hay ocasiones que tiemblo cuando un
fluorescente con su mercurio espera tranquilo ser triturado, o el otro
día cientos de perchas de tienda de lo más fashion esperaban su destino
residual. Ahora, eso sí, cuando tocan muebles llevo un tiempo atento y
programando el emocionante encuentro con utilidades rechazadas por
moda, cambios o mosqueos. El otro día dos sillas elegantes y un par de
cajas de madera de vinos consumidos fueron rescatadas y llevadas a
mejor destino. O puedes ver
lo que me hice con dos fabulosas garrafas de plástico para agua. También
y por cuestiones laborales, me he convertido en cartonero mayor del
kurro y no es difícil verme a horas prudentes de recogida establecida
de cartones comerciales o cuando cae la noche, indagando en la busca y
captura de las mejores cajas para ser reutilizadas en envíos varios.
continua...
|