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Hay
animales de los que no hemos sabido comprender su esencia ecológica.
Uno de estos es sin duda el buitre. Esta ave portentosa, que pesa unos
10 kg y que su envergadura supera los 2,5 m, es una de las que los
ecosistemas de montaña albergan en muchas partes de la península. El
buitre leonado, es sólo el más común de otras especies menos abundantes
y algunas de ellas amenazadas como el quebrantahuesos, el buitre negro
o el pequeño alimoche. Todos ellos comparten que se alimentan de
carroñas y que, por tanto, pueden considerarse los recicladores
naturales para dar nueva vida a lo muerto. Sin embargo, el término
carroñero en nuestra mente tiene otros significados mucho menos
positivos. Lamentablemente, entre un carroñero humano y un buitre hay
un profundo abismo. Pero es precisamente este abismo semántico el que
ha convertido estas aves planeadoras en vilipendiadas aún cuando su
labor ecológica es digna de nuestras más alta estima.
Pero si alguna positiva relación entre el buitre y los humanos se la
debemos a la práctica de la ganadería extensiva y en concreto de la
cría de ovejas que aporta carne, lana y queso. La ganadería ovina en
las zonas de montaña constituye una de las adaptaciones más antiguas y
también con un oficio bien conocido, ahora en extinción, la del pastor.
La historia de los ganados de ovejas ha tenido sus más y sus menos,
pero en cualquier caso, está ligada a un aprovechamiento sostenible de
los pastos. La búsqueda de la hierba, de la buena hierba es lo que
llevó a la conocida trashumancia o trasiego de ovejas a veces por
centenares de kilómetros a través de nuestra vasta geografía. La trashumancia
constituye hoy una realidad en decadencia a pesar de los esfuerzos por
recuperar la actividad y las propias sendas o cañadas reales por donde
trascurre. En cualquier caso en las últimas décadas se han dado
importantes pasos para recuperar esta actividad en nuestro país. Ahí
pues es donde la población de buitres y la de humanos se une en un
beneficioso encuentro. Los buitres se hacen cargo de los ovejas que por
razones de enfermedad perecen o bien durante el viaje o en los pastos.
El cadáver de la oveja se convierte en buen manjar no sólo para buitres
sino también para otras aves y mamíferos. El ciclo de la vida en la
montaña humanizada ha dado alas a los buitres.
A pesar de que la ganadería ovina va más bien a menos por la falta de
pastores, un oficio sin duda duro, pero que mantiene al humano en pleno
contacto con el medio, la población de buitres se ha recuperado en
algunas partes en estas últimas décadas merced al aporte artificial de
restos animales en los llamados muladares. Cerca de estos lugares los buitres pueden convertirse
en un verdadero espectáculo. Lógicamente, por el bien de estas especies
protegidas y para evitar molestias a estos animales son lugares que
están vigilados. Sin embargo, uno a base de observación puede situarse
cerca sin molestarlas y entonces obtener la satisfacción de extasiarse
con el planeo de los buitres. El buen amigo Ricard ha aprovechado estos
días de vacaciones para sentir la naturaleza en todo su esplendor y no
ha podido contener su emoción de compartir la belleza de sus fotos a
las cuales yo tampoco me he podido resistir de dejar constancia en este
diario.
Precisamente, estas imágenes me han llegado tras al poco de conocer la
publicación de un libro singular realizado por un hombre que ha llevado
su pasión al seguimiento de la trashumancia ovina en Catalunya por
muchos años. Pocas personas del mundo urbano han pasado tantas horas
entre pastores a su autor Ferran Miralles. Tantas conversaciones y
horas de convivencia entre los últimos pastores trashumantes de esta
región no podía perderse en el olvido y de ahí ha salido el libro Mil anys pels camins de l’herba
(Mil años por los caminos de la hierba)
que va acompañado de un viaje fotográfico de impresión.Es el testimonio
de algo que en nuestra región está desapareciendo bajo el empuje del
turismo y otras actividades menos sostenibles. El urbanismo y el
turismo masificado de nieve y deportes de aventura van desposeyendo las
montañas y los prados de su esplendor natural. Quizás en este sentido
este puede considerarse como un libro legado. La obra aborda todos los
aspectos de estos viajes entre ovejas, desde la organización de los
pastores hasta el reparto de pastos pasando por las cuatro estaciones
de la vida de los pastores. Son 250 páginas bellamente ilustradas con
magníficas fotografias que hacen que este libro no tenga desperdicio. A
buen seguro que para los amantes de la naturaleza es una joya.
En fin, que tras una celebración familiar aunque mínima y con el menor derroche posible...,
tras los huesos del cordero y otros residuos orgánicos al final de la comida, las imágenes de
estos bellos buitres volando libres y la actividad ganadera trashumante
no podían sino seducirme para compartirlo como postre sostenible.
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