Lo que son las cosas, coger el avión desde que ando intentando reducir mi huella ecológica me genera una inevitable tensión mental. Tengo dos opciones para viajar de Barcelona a Mallorca, bien en barco o bien en avión. He decidido el avión por cuestiones horarias, aunque una vez volando y oteando desde la ventanilla el gran azul, pienso que es mucho más placentero, quizás con tiempos invertidos parecidos. Por supuesto era más sostenible haber hecho el viaje marinero. También un pensamiento se ha sobrepuesto sobre el resto de cuestiones, ¿era este viaje que he realizado realmente necesario?
Puedo alegar que sí aunque también puedo dudar de ello. He venido a compartir conocimientos y activismo con amigos del ecogremio, aunque como ya ves algo así como un sentimiento de culpabilidad ambiental no me ha dejado tranquilo. El hecho evidente es que mi contribución al cambio climático ha sido notable, con la ida y la vuelta me han tocado aprox. 55 kg de fuel o en volumen 73 litros. Estos equivalen a 730 kw-hora, suficientes para tener una bombilla de 60 vatios encendida 24 horas al día durante más de un año, o la energía necesaria para generar y procesar los alimentos anuales de una persona. Demasiada huella para alguién que quiere caminar ligero.
Ha sido a la vuelta cuando me he sumergido en una profunda reflexión. Y si cada uno de los 6.200 millones de humanos tuviese la necesidad de hacer lo mismo que yo, que pasaría. Por supuesto, cualquier otra persona tiene el derecho a vivir y moverse en libertad similar a la mía, aunque para muchas esto sea algo con lo que soñar.
Soy un privilegiado energético al pertenecer a esa cuarta parte de la humanidad que puede gastar muchos más recursos de forma insostenible que la inmensa mayoría de pobladores casi nada energétizados de este planeta. La porción de mi consumo por encima de lo que me toca se lo estoy quitando a otros. No tengo otra opción, debo elegir, entre lo que cojo y entre lo que comparto. Para eso de volar y moverme con impacto ambiental no tengo otra salida que aplicarme una reducción drástica. Debo espabilar en hallar formulas para compartir desde la distancia, elegir con criterio mis movimientos y compensar las alteraciones ambientales que realice con mis procesos. Creo que no hay otro camino si quiero ser coherente con lo que me rodea, que es mucho más de los 6.200 millones miembros de la gran familia humana.
Ha sido un fin de semana entretenido, he participado en el montaje de una cocina solar Ksol 14, esa central energética limpia como ninguna otra y disponible miles de horas al año para realizar la cocción de alimentos. Los organizadores eran un dinámica, pequeña y responsable entidad, Cultura de Camp, que se dedica a promover la agricultura de escala doméstica así como todas las actitudes sostenibles que pueden. En esta ocasión han convocado un encuentro de interesados por el mundo de la cocina solar. El sol ha colaborado y unas patatas, un cuscus y un sofrito han sido suficientes para que los interesados no dudasen de la bondadosa energía solar.
Pasa que cada vez que participo en la puesta en marcha de una cocina solar me invade una gran satisfacción. Es como una práctica al mismo tiempo que simbólica acción para contribuir a reducir mi impacto sobre la Tierra. Y es que cada hora de cocción solar son un montón de gramos menos de CO2, de gas o de sucia electricidad.
Eso sí, alrededor de las máquinas siempre hay personas, y es con ellas donde intento pasarlo mejor. Mis anfitriones son una de las familias, ella, el y él chaval, que me dan ejemplo de vida simple y eficaz. Comen todos los productos locales que pueden, eligen al dedillo y con criterio responsable los que compran en el mercado convencional, y lógicamente priman la calidad y lo saludable. Se las apañan para disponer de frutos frescos y sanos de la tierra, ya que uno de ellos siempre anda laborando en terreros fértiles. Según me dicen, la dueña de la casa donde viven está extrañada de que gasten tan poco en la factura de la luz. No derrochan pero se ven y bien, las bombillas de bajo consumo, en diversidad de modelos, andan colgadas de apliques y lámparas. Y cuando hay sol, tiran de horno solardoméstico. Un bizcochuelo ha sido la prueba de ello, y me costará olvidar su sabroso gusto, aroma y la dosis de cariño aplicada.
Sobre el terreno, Julio me muestra un espacio de unos 40 metros cuadrados en pendiente, sobre terreno rocoso, donde el trabaja. El tiempo y la constancia de varios años están comenzando a dar frutos. Entre borrajas y avena asoman unas plantas de patata, y de entre el sustrato natural depositado en un inicio, sus manos escarban y me brindan dos ejemplares limpios, hermosos, y de las que ahora solo me queda probarlas. El amor de Julio hacia la tierra y sus hábitats forestales es incansable. Sin duda es un agricultor de la sostenibilidad cuya alegría e ilusión se vuelca en recuperar y crear tierras fértiles. El paseo por el vergel ha sido la lección estrella de este viaje. Y claro, el Sol y su energía es el combustible. Es un placer conocer a gentes que no solo piensan en el presente sino que desde ese mismo momento piensan y mucho en compartir con los demás, los que son y los que serán, un futuro amable, frugal y sostenible.
Un vistazo a la prensa es suficiente para ver que el mundo sigue avanzando, a trompicones, en sus miles de procesos sociales. El premio al cineasta Michael Moore es una buena noticia. ¿Ira Bush y su banda al cine a ver lo que los profesionales critican con una creación genial?. Atención, que para nada es un montaje de ficción.
Leo que los dueños del petróleo y de los países dependientes parece que estos días tienen mucho trabajo. Mira que me toca que gracias a su eficiencia laboral he cruzado un tramo del Mediterráneo en 30 minutos. Mientras, la invasión transgénica avanza en el mundo, el Forum de la Culturas sigue vendiendo entradas, en Sudan se mueren de hambre y en Palestina, la vida revienta continuamente.
Un tren atestado de viajeros aéreos me deposita en el centro de la ciudad, veo unos vagones del metro totalmente cubiertos con detalles de la película de próximo estreno. Siento como el olor a humanidad penetra por todos mis sentidos y el bullicio me vuelve al sitio. Atrás quedan 3 días de encuentros con mis sentimientos, mis amigos y una buena parte de mis incertezas. |