El
viento es invisible, pero sus efectos no. Y por ello es un agente
activo del imaginario, ya que supone una experiencia interior. Estamos
tocados por el viento y buscamos el aire de los tiempos. Del viento
surge poesia, que es brisa y catástrofe Los
vientos no son más que simples movimientos del aire originados por las
diferentes presiones atmosféricas que se dan en la superfície terrestre
como resultado de ciertos desequilibrios térmicos. Este fenómeno
natural, aparentemente trivial por su cotidianidad, es, de hecho, un
complejo proceso físico que ha condicionado las formas de vida del
planeta desde que éste existe. El
aire en movimiento transporta partículas de todo tipo, pero sobre todo
vapor de agua, lo que determina en gran manera el régimen de lluvias y,
en definitiva, los climas y la vegetación de la Tierra. Ni los
ecosistemas naturales ni las civilizaciones del Sudeste Asiático serían
lo que son sin la influencia de los vientos monzónicos, que en verano
transportan el aire cálido y húmedo del océano Índico y del sudoeste
del Pacífico hacia el interior del continente y, en invierno, lo
arrastran en dirección contraria, dando lugar a un tiempo claro y seco
de varios meses de duración. Sin los vientos alisios, que soplan en las
áreas situadas entre los 5º y 30º de latitud norte y sur y que son
regulares y constantes en su dirección, no se entenderían los viajes
hacia el oeste en la época de la navegación a vela. Por otra parte, a
escala más bien local, vientos que tienen un recorrido mucho más corto
ayudan también a explicar la localización de determinados asentamientos
humanos y las actividades productivas y recreativas que en ellos se
dan: es el caso de las brisas terrestre y marina en las zonas costeras,
o el de los denominados vientos de montaña y de valle en las zonas de
accidentada topografía. Los vientos crean, en efecto, paisajes, pero
también los destruyen. El viento es un agente erosivo de primer orden,
en especial en las zonas áridas y semiáridas del planeta, donde la
escasez de cobertura vegetal deja el suelo en manos de una erosión
eólica implacable. La potencia del desierto como paisaje se debe en
buena parte al viento. Al
crear, moldear o destruir el paisaje, el viento se convierte en una
parte integrante de éste, y también de su cultura, puesto que –conviene
no olvidarlo– el paisaje es, a la vez, una realidad física y su
representación cultural; la fisonomía externa y visible de una
determinada porción de la superficie terrestre y la percepción
individual y social que genera; un tangible geográfico y su
interpretación intangible; el significante y el significado, el
continente y el contenido, la realidad y la ficción. El viento no sólo
transporta vapor de agua o partículas biológicas, sino también sonidos,
olores, emociones, recuerdos, imágenes. El
viento, como la luz, es una de estas cualidades esenciales que hay que
tener en cuenta, como expuso Eric Dardel en 1952 en L'homme et la
terre. Nature de la réalité géographique, un libro que se avanzó a su
época y que en muchos sentidos aún no ha sido superado. Para Dardel el
paisaje es un conjunto, una convergencia, un momento vivido, una
impresión, no duda en conceder al aire, al viento, un papel fundamental
en la conformación del espacio geográfico. Se trata de un elemento
"invisible, et toujours présent. Permanent, et pourtant changeant.
Imperceptible, mais arraché par le vent à son insignifiance... L'espace
aérien vibre et résonne".
(Comentario adaptado de -Joan Nogué- catedrático de Geografía Humana de la Universitat de Girona)