Que los efectos de tu acción sean compatibles...
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Actúa de forma que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana sobre la Tierra |
Hans Jonas |
El
mundo es finito por lo que no es posible alardear el crecimiento
ilimitado y acelerado como el que conlleva nuestro estilo de vida y que
a la vez no degollemos la posibilidad de supervivencia de las futuras
generaciones. Luchar contra la pobreza o pretender que se erradique a
la vez que nuestro mundo siga como está es una ilusión malsana. No
puede haber comercio justo sino hay consumo justo. Y nuestro consumo
como habitantes del primer mundo es injusto. En realidad, es asesino.
Llevamos décadas esforzándonos por aumentar el tamaño de la tarta para
poder alimentar a todos. El padre de la Revolución Verde, por cierto,
Nobel de la Paz (por aquello del sarcasmo global) se jacta que gracias
a los fertilizantes y plaguicidas que promovió su modelo agrario el
mundo puede comer y está más sano que nunca. Ciertamente, comemos, pero
sobretodo ingerimos tóxicos y por esto nuestro nivel de sanación
colectiva está por los suelos. Los análisis ya ponen que el hecho que
en nuestra sangre haya más plaguicidas que oligoelementos nos aboca a
la perdición biológica. Nuestro sobrecrecimiento supera en más tres
veces la capacidad bioproductiva del planeta y las emisiones tóxicas
lanzadas a la atmósfera nos acercan al colapso climático…y, a pesar de
ello, seguimos invocando el desarrollo como necesario y por ende
libertad para extraer más combustibles fósiles y más minerales de donde
sea (espacios naturales incluidos). Eso sí, a este imprescindible
desarrollo para el siglo XXI lo hemos adjetivado como sostenible, pero
desarrollo, al fin y a cabo. O sea crecimiento. Algunos dicen que es un
problema de redistribución mejor de la riqueza. En realidad lo que
necesitamos es dejar de consumir, especialmente bienes materiales.
Necesitamos avanzar en el consumo de bienes relacionales, de estos que
salen del corazón y del sentir de los humanos (cuidados, bienestar,
asistencia, intercambio cultural, etc.) como principal moneda de cambio
e intercambio. Una vida más austera y más emotiva con nuestro entorno
tanto humano como silvestre nos ayudaría a una mejor percepción de
apearnos del consumismo galopante que nos esclaviza. El opio del pueblo
es el consumo y el comercio con lo material. La salvación está sólo en
la austeridad que sólo puede crecer con un mayor desarrollo de las
relaciones humanas a nivel emotivo y también cognitivo. Hay que
reaprender colectivamente a oponernos a comprar lo que sea. Los
expertos ya lo dicen Para reducir a la mitad el actual consumo mundial
de recursos, los países ricos deberíamos reducirlo en 12 veces mientras
que los países del Tercer Mundo sólo podrían doblar el actual. Sólo una
nueva economía basada en la ayuda mutua, la convivencia pacífica con el
entorno y la frugalidad pueden situarnos en una buena perspectiva para
el futuro. Sólo articulando lo que pensamos avanzamos hacia el
horizonte paradisíaco soñado. |
Modificado
09/02/2017