Los ciclos biológicos de muchos seres vivos están cambiando de una forma clara e inequívoca a causa del cambio climático. Los científicos necesitan datos para poder estudiar el alcance de estos efectos sobre los ecosistemas y la ciencia ciudadana se muestra como una herramienta útil para tal fin.
La naturaleza tiene ritmos. Algunos son estacionales, como la primavera, el verano, el invierno y el otoño. Otros incluso son diarios, como las flores de la margarita, que se abren cuando sale el sol y se cierran por la noche. Otros seres vivos emigran. La golondrina común quizá sea un ejemplo de los más conocidos. Puede llegar a recorrer hasta 12.000 km partiendo del África sub-sahariana hasta llegar a Europa. El caso más espectacular de todos es el del charrán ártico, un ave marina que cría en el circula polar ártico y que se traslada hasta los océanos cercanos a la Antártida para pasar el resto del año; un viaje de 38.000 km, nada más y nada menos, que realiza dos veces al año.
No solo las aves migran. Los mamíferos como los renos en Europa, los insectos como la mariposa monarca en América y los peces como la anguila en Europa occidental también son capaces de recorrer largas distancias, cada año, para encontrar zonas adecuadas para alimentarse o criar. En definitiva, los seres vivos migran, hibernan, brotan, florecen y se reproducen siguiendo ritmos marcados por factores internos –la genética–, y también externos –su ambiente–.
Dos ejemplares de charrán ártico (Sterna paradisaea) vistos en las costa de Nome (Alaska). Autoría: oriolsanchez en Natusfera (CC BY-NC 3.0)
Uno de los factores ambientales que tiene más impacto sobre todos estos ritmos de la naturaleza es el clima. Y los humanos lo llevamos estudiando algún tiempo. Lo hacemos a través de la fenología, la ciencia que estudia la relación entre el clima y los ciclos biológicos o ritmos de los seres vivos. Feno deriva del vocablo griego phaino, que significa ‘mostrar’, ‘aparecer’. Así, pues, también podemos definir la fenología como la relación entre el clima y las manifestaciones de los seres vivos: la salida y caída de las hojas, la floración, la llegada de las golondrinas, etc.
Las mariposas y las plantas ya no se encuentran
Dado que algunos ritmos de la naturaleza están tan ligados al clima, podemos deducir fácilmente qué ocurre con ellos cuando el clima se modifica. Efectivamente: cuando el clima cambia, los ciclos biológicos de los seres vivos también cambian.
En la naturaleza, muchas especies se necesitan las unas a las otras para sobrevivir. Esto hace que sea muy importante que las especies interdependientes coincidan en el tiempo, y habitualmente ha sido así. Pero, ¿qué ocurre si el cambio climático altera sus ritmos de forma diferente? Es una de las consecuencias más graves que tiene el cambio climático sobre los ecosistemas: la descoordinación entre especies que se necesitan.
Por ejemplo, la mariposa medioluto ibérica le gusta alimentarse de las flores del trébol. Así, la mariposa obtiene alimento y el trébol es polinizado. Pues bien, un estudio del centro de investigación CREAF, del Museo de Ciencias Naturales de Granollers (MCNG) y de la Universidad de las Islas Baleares (UIB) muestra que en los últimos años hay una menor coincidencia entre plantas y mariposas. El momento en que las plantas alcanzan la máxima floración y el momento en que la abundancia de las mariposas también es mayor ya no es el mismo. Estos dos eventos claves ahora están separados, de media, 70 días, y los días de desencuentro aumentan cuánto más áridos (más calurosos y menos lluviosos) son los años. En casos extremos se alcanzan hasta los 160 días de descoordinación. Esta asincronía puede comportar grandes descensos en las poblaciones de las mariposas y otros polinizadores debido a que no encuentran su comida y, a su vez, las poblaciones de plantas que requieren ser polinizadas también bajarían.
Vídeo que muestra la asincronía entre la mariposa medioluto ibérica (Melanargia lachesis) y el trébol (Trifolium pratense). Autoría: CREAF.
Otro ejemplo del impacto que tiene el cambio climático sobre los ritmos de los seres vivos es el de nuestra amiga la golondrina, que cada vez llega más temprano en primavera a la península ibérica. Según algunos estudios lo hace alrededor de un mes antes que a mediados del siglo pasado. En el mundo de las plantas estas florecen entre 10 y 20 días antes que hace 50 años y también maduran sus frutos entre 25 y 40 días más temprano. Así lo recoge el último Boletín Anual de Indicadores Climáticos del Servicio Meteorológico de Cataluña (SMC), que también destaca que en otoño los árboles pierden las hojas unos 20 días más tarde que en la década del 1970.
Flores de peral en primavera. Autoría: xavi-de-yzaguirre en Natusfera (CC BY-NC 3.0).
La ciencia ciudadana, clave para estudiar el ritmo de la naturaleza
Así pues, recopilar todos estos datos fenológicos sirve para seguir y medir los efectos que el cambio climático tiene sobre los ecosistemas. Sin embargo, se necesitan muchos datos y tomados durante mucho tiempo para poder ver el cambio climático a través del ritmo de la naturaleza. Es justo en este punto donde entra en juego el gran poder de la ciencia ciudadana.
La ciencia ciudadana es la investigación científica que se realiza gracias a la colaboración entre científicos y ciudadanos voluntarios. Como ciudadanos podemos observar y apuntar los ritmos de la naturaleza que vemos al lado de casa, en nuestro jardín, en la escuela o en nuestras excursiones. De esta forma es como se ha sabido que las golondrinas llegan 30 días antes o que los árboles maduran sus frutos entre 25 y 40 días más pronto.
Así se lo han propuesto algunas iniciativas de ciencia ciudadano como el proyecto RitmeNatura, del centro de investigación CREAF, de Starlab y Altran. Se trata de un observatorio ciudadano para recopilar datos fenológicos y ponerlos a disposición de la comunidad científica, políticos y gestores. Cualquier persona puede aportar su grano de arena “apadrinando” un árbol y apuntando cuando brota, florece o le maduran sus frutos. Forma parte de un proyecto europeo llamado GroundTruth 2.0 que ha montado seis observatorios ciudadanos diferentes en Europa y África.
Así de fácil es colaborar con los científicos para estudiar los efectos del cambio climático en el ritmo de la naturaleza. Disponer de este conocimiento es vital para poder prever los cambios profundos que están por llegar.