Sobre el desperdicio de alimentos se ha hablado mucho y no siempre con el debido rigor. Por primera vez en nuestro país se publica un concienzudo estudio sobre esta problemática titulado Alimentos desperdiciados. Un análisis del derroche alimentario desde la soberanía alimentaria (Icaria Editorial, 2014). Más allá de comentar este valiente libro a cargo de: Xavier Montagut, economista especializado en comercio internacional y Jordi Gascón, doctor en antropología de la Universidad de Barcelona, hemos creído más conveniente sintetizar algunas ideas aportadas por el mencionado libro dado el interés del mismo.
Portada dellibro publicado por Icaria Editorial (2014) en la colección PERSPECTIVAS AGROECOLÓGICAS, 10.
El hambre y el desperdicio de alimentos
Una tercera parte de los alimentos que se producen no llegan a ser consumidos. Y eso sucede en un mundo, donde, según datos del Programa Mundial de Alimentos, 842 millones de personas pasan hambre, la desnutrición contribuye a la muerte de 2,6 millones de niños menores de cinco años y uno de cada cuatro niños en el mundo presenta retraso en el crecimiento por este mismo problema.
El binomio “desperdicio de alimentos-hambre/desnutrición” supone una incongruencia sangrante y uno de los mayores dilemas éticos a los que se enfrenta la humanidad. La primera impresión es que entre ambos fenómenos debe haber una relación causal: si un tercio de los alimentos producidos se desperdician, esto sería congruente en que el 12 % de la población mundial padezca hambruna. La Organización Mundial de los Alimentos (FAO) rietera esta idea cuando afirma que “cada año, se desperdician alrededor de 1.300 millones de toneladas de alimentos producidos; esto significa un coste de unos 750.000 millones de dólares anuales. Si reducimos las pérdidas y el desperdicio de alimentos a cero, podríamos alimentar a 2.000 millones más”.
Esta visión coincide con la del International Food Policy Research financiado entre otros un consorcio formado por diversos gobiernos, el Banco Mundial y fundaciones privadas como la Kellog o Syngenta. Y no es extraño que señalen que “la producción agraria mundial deba crecer en un 70 % para el 2050 y se tendrá que conseguir aumentando los rendimientos, porque solo hay una cantidad mínima de tierra disponible que pueda dedicarse a la producción sin problemas para el medio ambiente. La biotecnología tiene que ser una herramienta para conseguirlo".
Diferentes ejemplos sin embargo, contradicen esta visión simplista que plantean estos organismos gubernamentales. Lo cierto es que tenemos un buen ejemplo de lo que realmente ocurre: el caso del Paraguay. Este país latinoamericano cuenta con una población de 6 millones de habitantes y exporta grandes cantidades de soja, dato que contrasta con que del total de su población, 1,6 millones de personas padecen hambre o desnutrición. La clave según reconocía un funcionario de la misma FAO es que se ha maltrecho la agricultura familiar a favor de los cultivos intensivos. Curiosamente, y siguiendo con el caso de Paraguay, este país no ha parado de incrementar su producción agraria para la exportación. Entre el año 2000 y el 2010, la superficie de cultivo de la soja pasó de 1,35 millones de hectáreas a 2,87 millones de hectáreas y de 3,5 millones de toneladas de soja a 8,68 millones de toneladas. Son cifras muy importantes de alimento producido.
Invernaderos para la producción intensiva de alimentos.
El caso de Paraguay es sólo un ejemplo en el que se comprueba que incrementar la producción agraria es precisamente inversamente proporcional con la desnutrición. En síntesis, la realidad es que a mayor producción agraria concentrada y extensiva mayor es la población que padece hambre. Por tanto, la cuestión, no es tanto la producción de alimentos sino como se producen estos. Los países en los cuales se aplican políticas de monopolio y monocultivos las tierras pasan a ser gestionados por grandes consorcios en detrimento de la agricultura familiar y local. El incremento del comercio agrícola destinado al mercado global, basado en la soja, por ejemplo, ha ido acompañado de un aumento de los índices de pobreza y de la desnutrición, y no al revés. Por tanto, es un problema de modelo agrario: el aumento de la producción para la exportación en régimen de monocultivo daña la soberanía alimentaria del país, al destinar las mejores tierras (y recursos públicos) a la soja, descampesinizando el tejido rural y desbasteciendo el mercado local.
Un problema de modelo socioeconómico
Un acercamiento al problema del hambre desde el análisis de los modelos agroalimentarios, nos descubre pues que el desperdicio de alimentos no es una causa directa del hambre. El hambre se debe a que los pobres no tienen suficiente dinero para comprar alimentos o porqué se les niega el acceso a la tierra. Sea cual sea la cantidad de alimento que haya en el mercado, nunca acabará siendo desperdiciado. Tampoco reducir los alimentos derrochados puede resolver esta problemática.
El desperdicio de alimentos tiene que ver con las formas de comercialización y de producción como se analiza en otros capítulos del libro. El modelo de los supermercados y la acumulación de alimentos para abastecer un determinado mercado es el principal responsable del desperdicio (ver sino el film de Agnès Varda, Los espigadoras y la espigadora). Aunque también es cierto que las estadísticas intentan responsabilizar del derroche de alimentos al consumidor final. Así varios estudios afirman que el 18 % de los hogares españoles desperdician alimentos perfectamente comestibles. Lo que no explican estos estudios es que esta cantidad, aún siendo importante, es sólo una pequeña parte del alimento que se abandona en el campo antes de entrar en el circuito comercial porque no es viable económicamente o los que se pierden en la comercialización.
Alimentos desperdiciados. Un análisis del derroche alimentario desde la soberanía alimentaria pone luz a este tema, que desde las instancias oficiales quieren desviar la atención sobre las verdaderas causas. Y las causas tienen que ver con el actual modelo socioeconómico del sector alimentario, que por otra parte está dominado por grandes grupos multinacionales y que a su vez controlan a los gobiernos.
Un libro que con rigor inusual descubre que el desperdicio de alimentos no es tanto resultado de una deficiente gestión logística o de la escasa concienciación social, como de las relaciones de poder existentes en la cadena agroalimentaria o de políticas agrarias que favorecen la agroindustria en detrimento del campesinado.
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Artículo elaborado con textos del libro comentado. Imágenes: Fundación Tierra.