Cada vez más personas expresan una forma de entender la vida donde evidencian la necesidad de convivir de forma más armónica con la naturaleza, de considerarla como una parte de nuestra esencia. Los periódicos y medios de comunicación nos llenan de noticias de todo lo contrario. Por este motivo creemos que deben haber medios para resaltar estas pequeñas aventuras humanas de cada día en las que se les pone todo el amor. Este es el caso del libro Cartas desde el río que ofrece libremente para leer a quien lo desee su autor, Francisco Ramírez Viu:
"Durante años he estado escribiendo estas cartas a la orilla del río mientras veía correr el agua, notaba el peso de la luz sobre las hojas o escuchaba deteni-damente el canto de los pájaros en la arboleda. Las he corregido una y mil veces: anando expresiones (palabras, frases, párrafos), buscando el ritmo apropiado, haciendo visibles las imágenes, tratando de hilvanar sus páginas… Y seguramente no lo habré conseguido del todo. Sin embargo, creo que ha llegado el momento de darlas por terminadas. Sé que reflejan una visión muy personal del mundo, sencilla y exigente al mismo tiempo; al igual que las cosas que he contemplado durante estos años: la luz, los árboles… El silencio".
Un libro digital que el autor permite leer a quien quiera desde su web.
Es un libro en el que el sentido crítico del autor respecto a la cotidianidad nos alumbra sobre realidades que deberíamos tener más presentes:
"¿Para qué queremos un progreso material si no va unido a una mejora espiritual? ¿Para qué querríamos una sociedad de médicos, ingenieros, programadores, jueces o economistas desalmados, sin alma? Si sabemos que la riqueza interior no es sinónimo del poder adquisitivo, ¿por qué esa obcecación en concebir el progreso social exclusivamente como una cuestión económica? Muchas veces llego a la conclusión de que un progreso sin memoria (anclado en la urgencia del ahora) es algo que nace mutilado; un ser indefenso que acostumbrará los ojos a un paisaje artificial y que nunca podrá construir una existencia satisfactoria".
Nos adentra en una visión de la naturaleza en la que sus protagonistas, las plantas, los árboles, los animales son nuestros compañeros en este viaje terrícola:
"Cada árbol tiene su personalidad, aunque todos posean también una cualidad común: su generosidad para acoger al caminante. Los chopos y los sauces aligeran el pensamiento, lo vuelven más volátil y más puro. Los alisos son elegantes y discretos en su conversación. Sus hojas siempre me han parecido monedas de un tesoro escondido en la ribera. Los olmos representan la camaradería. Las encinas y los robles –lo femenino y lo masculino– guardan la energía del bosque, y lo cuidan desde su dilatada experiencia.
Antes, mientras subía por la carretera, he pasado bajo las ramas de un viejo avellano que crujían en el viento. El avellano representa para mí la sencillez de lo hogareño, la intimidad. No sé si ha sido casualidad, pero al acercarme a él he tenido la sensación de que también tú te acercabas a mí y me cogías del brazo. Lo que el avellano inspira es algo que necesita el mundo actual, y es posible que en los próximos años –cuando pase esta oleada de adolescencia– veamos aflorar en el mundo miles de pequeñas grandes cuestiones surgidas del ámbito de la intimidad; de una intimidad basada en el cuidado de uno mismo y de los demás. Espero que ésos sean los temas que centren el interés de muchas personas; cuestiones que contribuirán a comprender mejor el aspecto poliédrico de la violencia, la sexualidad o la moral, y que ofrecerán una nueva oportunidad de cambio y de liberación… O una nueva oportunidad perdida".
Cada página transmite una ilusión, un sueño, una reflexión, una experiencia, un compromiso, en el que el autor aclara que: "...de esta contemplación ha surgido también la invitación a un compromiso, con el entorno que me rodea y conmigo mismo. Un compromiso que va mucho más allá del intercambio de mercancías y sentimientos. Por eso tampoco han sido escritas para ser vendidas, sino para intentar compartirlas…Desde luego yo no tiendo a soñar, pero si fuese capaz de hacerlo, soñaría que existe un mundo en el cual el hombre devuelve al agua parte de lo mucho que ella le ofrece. Y lo mismo ocurriría con la palabra, porque también ella requiere un compromiso y una exigencia... Sólo así se explica que la palabra, como el agua, tampoco haya quedado libre de la contaminación: la información sesgada en los medios de comunicación, gran parte de la crítica literaria, la publicidad, el discurso convencional, también en el arte… Y también así se entiende la falta de autoridad moral de gran parte de mi sociedad. Porque sólo la voz propia –mezcla de exigencia y humildad– proporciona una cierta honestidad. Para mí escribir –como cualquier otra faceta de la creación– es una manera de desplegar el futuro o de dar vida a un pasado que antes no fue posible. Y eso exige mucho respeto. Por eso intento que mis palabras sean, al mismo tiempo, una promesa y un cumplimiento".