El secreto de la luz

La luz es uno de los conceptos físicos más intrigantes de la naturaleza. En realidad es un amplio abanico de frecuencias desde las ondas de radio hasta los rayos X. Los seres humanos sólo somos capaces de captar una parte de estas, la llamada luz visible, pero con determinados aparatos podemos tener otras visiones del resto de las frecuencias. Nuestro Sol es el principal proveedor de luz para nuestro planeta. La astronomía lleva años estudiando gracias a las propiedades de la luz los cuerpos celestes con éxito. Carl Sagan (1934-1996) profesor de astronomía e investigador de la vida exoplanetaria, es uno de los más renombrados divulgadores de la ciencia del siglo XX). Su obra televisiva, Cosmos (1980) de trece capítulos sigue siendo un compendio de reflexiones sobre la Vida sin parangón.

“La ciencia es un proceso de autocorrección. Para ser aceptadas las ideas tienen que superar rigurosas evidencias. En ciencia lo que importa no es lo erróneo o en total contradicción con la realidad. Lo peor es intentar ocultar la realidad. La eliminación de ideas molestas puede darse en religión o en la política, pero no en ciencia porque pueden surgir conocimientos fundamentales de fuentes inesperadas”. El mismo Sagan escribió en el prólogo de su edición del libro que recogía lo esencial de cada uno de los guiones de la serie “La esencia de la ciencia es que se autocorrige”. Y de hecho así es a cada paso que damos en el conocimiento. Sólo el descubrimiento de vida bacteriana en las profundidades marinas a más de tres mil metros y pegada a las fumarolas volcánicas es en si misma un reto al paradigma biológico. Avanzar en el conocimiento es el mayor reto y el más preciado bien que tenemos los seres humanos. El mismo Sagan decía que en realidad vivimos en un Cosmos infinito para que la curiosidad humana tenga siempre su alimento. Un alimento que sale de la luz. De la luz que brilla en las galaxias, en las estrellas, en nuestro Sol. En definitiva, de donde parte el conocimiento puro.

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Los árboles y la luz del Sol, dos realidades básicas en el viaje personal recogido en El Secreto de la Luz.

En el segundo capítulo de Cosmos, Una voz en la fuga cósmica, Sagan reflexionaba bajo un inmenso árbol.  “Los seres humanos no tenemos mucho parecido a un árbol. Desde luego nosotros vemos el mundo diferente a como lo hace el árbol. Sin embargo, en lo más profundo, en el corazón molecular de ambos, esencialmente somos idénticos. Ambos usamos los ácidos nucleicos como material hereditario y usamos proteínas y enzimas para controlar la química celular. Y más significativo aún es que ambos usamos un mismo código para controlar la información del ácido nucleico en información proteínica. Cualquier árbol podría leer mi código genético. ¿Cómo han llegado a producirse similitudes tan sorprendentes?. ¿Por qué somos primos del árbol? ¿Usará la vida en otros planetas las mismas proteínas, el mismo ácido nucleico? La respuestas normal es que todos nosotros árboles y humanos, peces, hongos, aves o bacterias somos un caso común y único de origen de la vida hace 4.000 millones de años en este planeta. Pero lo cierto es que la formación de materia orgánica en el cosmos es el mismo en todas partes.

Lo seres humanos crecimos en los bosques y por ello tenemos una afinidad natural hacia ellos. Que belleza entraña un árbol esforzándose para llegar al cielo. Sus hojas recogen la luz del Sol para hacer la fotosíntesis y por ello los árboles compiten entre ellos haciendo sombra a sus vecinos. Los árboles son máquinas grandes, bellas, accionadas por la luz del Sol, que toman el agua de la tierra y el dióxido de carbono del aire y convierten en comida para uso y para el nuestro. Nosotros los animales, que somos en último término parásitos de las plantas les robamos parte de los hidratos de carbono para nuestros menesteres vitales. Los hidratos de carbono disueltos en el oxígeno de nuestra sangre nos permite extraer su energía para alimentarnos. El resultado es que exhalamos dióxido que las plantas reciclan para hacer más hidratos de carbono. Que arreglo cooperativo tan maravillosos: plantas y animales, los uno inhalando las exhalaciones de los otros, un tipo de resucitación mutua boca-estoma repartido por todo el planeta, el ciclo elegante entero accionado por una estrella que está a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia.”

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Título original: El Secreto de la Luz
Autor: Joan Barniol
Edición de autor. Impresión bajo pedido.
Barcelona, 2011.

Joan Barniol (1959-), ingeniero industrial de mente científica, es el autor de El Secreto de la Luz. Una obra en la que explora también el cosmos, pero el que tenemos en nuestro interior y que todavía es un misterio para la física cuántica. Se trata de “un viaje personal” igual que Cosmos de Sagan. Un viaje que se inicia con algo tan simple como si somos los únicos habitantes del Universo y de no ser así como explorar su existencia. Son treinta años de vivencias acumuladas también en un viaje al interior de la luz humana. Un viaje épico de descubrimientos, usando desde herramientas capaces de alterar molecularmente la conciencia hasta las más sutiles formas de captar los trazos de la sutil energía cósmica a través de los árboles o los fotones del sol. En definitiva, un viaje en el que muchos humanos antes han dedicado su vida. Este es sólo un testimonio, pero también es la pasión por no quedarse mudo frente a determinados errores gracias al lenguaje de los números. No puede ser un bestseller como Cosmos, pero toda obra escrita con el corazón y honestidad da un alivio a quien se acerca a su conocimiento. Está disponible sólo en impresión bajo demanda.

El Secreto de la Luz , podría, tanto por el título como su subtítulo, catalogarse para aparecer en una web de temas esotéricos y no tanto de ecología práctica y, probablemente, sea así. Los árboles, la luz del Sol son el conocimiento que su autor engalana relatando su azarosa vida para acercarse a algo tan elemental como la comunión materia-energía como esencia de la Vida. El ADN de los árboles y el humano es sólo en un mínimo porcentaje el mismo. Tenemos las mismas herramientas biológicas. Nosotros hablamos y ellos permanecen de pié mientras los dejamos conectando la energía de la luz del cielo con la de la tierra. El autor defiende la necesidad de comprender el papel del espíritu de los árboles, como también del nuestro.

En otro de los capítulos Sagan demuestra como seres en dos dimensiones podrían percibir la existencia de seres en tres dimensiones. Sólo una proyección del volumen sobre un plano lo puede hacer posible y sin embargo no sería la realidad lo que veríamos. La ciencia, con la física cuántica en la vanguardia, empieza a percibir algo que los antiguos ya sabían, la conexión entre materia y energía más allá de la relatividad de Einstein. Que lo que llamamos espíritu puede ser una forma de energía y no debería asustarnos Pero el conocimiento siempre ha sido combatido. La destrucción de la magnífica biblioteca de Alejandría en fecha cercana al año 415 dC es un ejemplo de destrucción del saber humano y en palabras del mismo Sagan “Fue como si una civilización entera hubiera padecido una especie de cirugía cerebral autoinfligida y la mayor parte de sus memorias, descubrimientos, ideas y pasiones se extinguieran irrevocablemente”. El sabio Eratóstenes (hacia el año 300 a C) ya había descrito y calculado la circunferencia de la esfera terrestre, pero tardamos mil años en aceptar nuevamente que no era plana y que se podía circumnavegar el planeta. Y Demócrito (hacia el 400 aC) afirmaba que el firmamento estaba compuesto principalmente de estrellas y que estas no eran hogueras en el cielo ni la Vía Láctea la “columna vertebral de la noche”. Claro que cuando ya teníamos la certeza de una galaxia propia (más de dos mil años después) también se pensó que ocupábamos su centro y no fue hasta 1915 que Shapley argumentara que nuestro sistema solar estaba en las afueras de la Vía Láctea. ¿Por qué será que siempre queremos ser el centro del universo cuando no somos más que polvo entre millones de galaxias?

El grupo estelar de las Pléyades que tienen una clara influencia en nuestro sistema solar según diversas culturas ancestrales.

Cada paso en la búsqueda nos debe llevar más lejos para acercarnos a nuestro origen común como polvo estelar. Uno puede leer mucho sobre conocimientos esotéricos, pero cuando uno ha leído mucho de ciencia y ha llegado a ver como cambia esta con los años también se da cuenta que hay algo que nos une a todos los seres vivos. Por eso, hay que valorar que sin tener la certeza científica todavía nos recuperen viejos conocimientos perdidos sobre algo tan simple como el poder de la luz y la posibilidad de comunicación entre todos lo seres vivos que compartimos no sólo el planeta sino las bases moleculares de la vida misma. Cada cual puede hacer su lectura; en eso también subyace el esplendor de la palabra humana, “cada monumento y cultura de cada una de nuestras civilizaciones simplemente representan maneras diferentes de ser humanos”. Hoy somos una especie rara, incluso en nuestro planeta, y además en peligro de extinción. Sólo entender la perspectiva cósmica en cada uno de nosotros, nos puede salvar. Lo que hoy llamamos espiritualidad quizás mañana sea un apéndice de la física cuántica. Sólo entender que la conciencia que somos está impregnada del polvo de las estrellas y que a ella vuelve cuando se apaga la Vida nos permite, además de comprender, trabajar para la supervivencia de nuestra especie. El Secreto de la Luz es un texto que hay que considerar como una invitación más para esa experiencia de comunión entre especies y con la energía del Sol. Este libro no nos descubre más que aquello que durante siglos nos ha sido negado y que hoy empieza a aflorar nuevamente. Aunque no es fácil distinguir entre el grano de la paja incluso en estas materias. La luz es el secreto cósmico para seguir alimentando nuestra curiosidad y conciencia generación tras generación. Su lectura no deja indiferente.

Modificado
09/02/2017

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