Algunas veces uno se pregunta para que sirve investigar el pasado lejano. La prehistoria, por ejemplo, de nuestros ancestros homínidos. Juan Luis Arsuaga es un paleontólogo, estudioso del pasado vivo, que se ha hecho mundialmente famoso desde que en 1991 asumió la codirección del yacimiento de Atapuerca que tanto ha dado que hablar, especialmente, por los hallazgos de Gran Dolina y la Sima de los Huesos.
El estudio de los fósiles homínidos ha contribuido a conocer mejor nuestro pasado como especie, pero no sólo en los aspectos culturales y de su modo de vida sino también en dos aspectos fundamentales de todo ser vivo: la reproducción y la alimentación. La alimentación humana ha sido crucial en nuestra evolución. En primer lugar en el momento que incorporamos alimentos de origen animal en nuestra dieta (que se produjo hace unos dos millones de años en Africa). El descubrimiento del fuego y la cocción de alimentos marcó otro hito hace unos tres cientos mil años y, finalmente, hace unos diez mil años (lo que se denomina revolución neolítica) realizamos un paso de gigante como especie al dejar de ser recolectores y cazadores para cultivar nuestros alimentos y domesticar el ganado: la carne.
Los aborígenes combina la fábula como fórmula para adentrarnos en el acontecer de la vida de los primeros homínidos con las conjeturas científicas. Quizás por esta razón este libro es un verdadero placer para leer y adentrarse de forma amena en nuestro pasado evolutivo. Los datos son exhaustivos e útiles. Los humanos nos componemos en un 60 % de agua. Por ello, una persona adulta precisa beber alrededor de un litro y medio al día. A través del sudor perdemos hasta medio litro de agua la que se suma otro tanto por evaporación de los pulmones, aunque la mayor parte, casi un litro y medio se va por la orina. La gestión del agua y, por tanto, el estilo de vida es fundamental en nuestra alimentación.
Si el descubrimiento de la muerte, como algo que va más allá del simple accidente biológico, también marcó un hito en nuestra evolución, la cocción de los alimentos nos abrió el camino para asimilar mejor las sustancias fundamentales para la síntesis de proteínas y azúcares que permitirían un crecimiento definitivo en órganos vitales como el cerebro. Tampoco parecen ser accidentales las diferencias morfológicas entre el hombre y la mujer que arrastramos desde nuestros ancestros como el Australopitecus. Finalmente, se nos recuerda que los europeos actuales, residentes en Africa emigramos y conseguimos imponernos sobre los nativos del viejo continente, los neardeantales, que sucumbieron dejando un gran misterio que los científicos no han podido desvelar todavía.
La economía de la producción de alimento es una de las claves para una explotación más intensiva de la Tierra puesto que se consiguen más calorías sin aumentar el territorio y esto permite incrementar las poblaciones. La obesidad actual es un síntoma de que no gestionamos bien nuestro entorno natural. Mientras los cambios genéticos tienen una secuencia lenta los de la alimentación son un hábito capaz de condicionar nuestra existencia y provocar cambios evolutivos.
Los aborígenes remite al lector a numerosas curiosidades sobre nuestro pasado, pero también plantea interesantes interrogantes sobre la rabiosa actualidad. Los que pintaron en la cueva de Altamira o en los abrigos de las cuevas del levante mediterráneo eran nuestros abuelos. Al final, los protagonistas de la historia somos nosotros mismos, por lo que Arsuaga recopila en esta obra algo más que la visión del científico y, por tanto, este libro es de interés para cualquier curioso de lo vivo.
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