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Encuentros en el Fin del Mundo
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Una mirada humana a la exploración de la Antártida
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Encuentros en el Fin del Mundo es la última meditación sobre la naturaleza por parte del cineasta alemán Werner Herzog, quien explora con su cámara aspectos poco comunes de las personas y el porqué de su presencia en la Antártida, ya sea como científicos, técnicos, etc. Un documental que se inició por la fascinación de las imágenes subacuáticas filmadas por su amigo Henry Kaiser, que cofirma además la banda sonora del documental. Se trata de una película documental que tiene la cualidad de plasmar el compromiso del trabajo científico en la Antártida, a la vez que vierte una ácida crítica a lo que ha significado la exploración histórica del continente liderada por el Imperio Británico y que ahora se ha convertido en un sumidero económico por las ingentes cantidades de dinero que se invierten. También sirve para poner de relieve la profunda humanidad y convicción filosófica de algunos de sus protagonistas. Es el trabajo de un curioso de la naturaleza a quien han dejado campar a sus anchas por la mayor de las bases antárticas del planeta, McMurdo, durante unas semanas. Por tanto, estamos ante un film que antes que nada es un cántico a la libertad de expresión, lo que muestra el propio cineasta al asumir el papel de narrador de su particular visión sobre el continente blanco.
En realidad, Herzog se lanza con este nuevo film a una aventura extrema con el compromiso de aflorar la vida escondida, no tanto biológica, sino humana, en el continente blanco, tras acceder como invitado de excepción a la base americana de McMurdo, en el Mar de Ross, frente al continente antártico. En este espacio, una ciudad con un millar de hombres y mujeres, se nos descubre la sociedad oculta que habita este confín del mundo. Para ello, busca el testimonio de diferentes personajes que viven en la base de McMurdo para que cuenten lo que les trajo a este lugar y qué función desempeñan. Las visiones que cada uno de ellos aporta –desde el experto en glaciares que estudia los icebergs al que considera que casi tienen vida propia, pasando por los vulcanólogos que estudian el magma en el volcán del Monte Erebus o el zoólogo experto en pingüinos– van dejando una huella que el propio Herzog conduce no sólo con la cámara, sino con las hábiles preguntas que les formula. La cooperación o incluso empatía que profesan cada uno de los personajes escogidos para protagonizar este documental, aporta un bagaje sociocultural impresionante.
El trabajo científico desarrollado en los alrededores de McMurdo lleva a Herzog y su cámara bajo el hielo antártico en el Mar de Ross, para descubrir la vida que en él se esconde y que según los zoologos permite estudiar a seres como los foraminíferos, especies muy primitivas que nos aportan claves para interpretar la evolución biológica en la Tierra. Un mundo diminuto el del océano antártico, pero lleno de horror, pues es un implacable ejemplo de la lucha por la supervivencia, lo que hace reflexionar a un zoólogo marino que si menguáramos y nos sumergieran en este mar helado nos quedaríamos aterrados. Con unas imágenes de un alto valor documental, descubrimos los fondos marinos antárticos con almejas, erizos y estrellas de mar. Las imágenes submarinas contrastan en superficie con los estudios nutricionales que uno de los equipos de McMurdo realiza sobre la leche de la foca de Weddell, que tiene un gran interés por sus cualidades alimentarias, puesto que permite a las crías de foca crecer en unos pocos meses. Y finalmente –aunque admitió que no rodaría pingüinos– entrevista a un taciturno zoólogo que lleva años estudiando estas curiosas aves. Pero si el científico experto en pingüinos es un hombre de pocas palabras, las preguntas de Herzog le obligan a ser condescendiente frente al ingenio del cineasta. Así, cuando Herzog le pregunta al experto en pingüinos si hay casos de homosexualidad en los pingüinos, éste lo desmiente, pero argumenta casos de hembras cuyo comportamiento podría ser asimilado a la prostitución. Sin embargo, el agudo zoólogo sorprende al explicar el caso esporádico de pingüinos desorientados que en lugar de dirigirse al mar se lanzan en dirección contraria, continente adentro, hasta su segura muerte, lo cual constituye un enigma sin resolver y que el film ilustra cual metáfora de la inconsciencia humana frente a su entorno natural. La imagen del solitario pingüino de Adelaida dirigiéndose a a la muerte caminando hacia la inmensidad es sobrecogedora.
Pero el retrato de este retablo barroco situado en la Antártida, que Herzog ilustra con la precisión de un artista del tiempo, captura entre sus mejores personajes no tanto a los científicos como a los técnicos de mantenimiento de la base –desde el conductor de camiones al de las excavadoras, pasando por el soldador de sangre azteca y al mecánico experto preparado con su mochila de supervivencia lista para partir–, quienes ponen un contrapunto filosófico lleno de matices que contrasta con la pulcritud de la tarea de los científicos. Filosofía que estos personajes encaran desde su opción vivencial para acceder a ser huéspedes en la Antártida con una notable convicción, como la del lingüista que Herzog encuentra en el invernadero y que sorprende a la cámara con un alegato sobre la preservación de lenguas en el mundo, pues considera que la extinción de las mismas es una de las mayores pérdidas patrimoniales de la humanidad. En este mundo de personajes atrapados en la naturaleza extrema antártica, Herzog teje un film que arrastra al espectador, quizás por lo ingenioso del guión y porque sabe meter momentos casi cómicos –como la sesión de entrenamiento de supervivencia a los recién llegados a la base–, pero que a la vez supone una singular lección de la importancia del conocimiento adquirido, en el caso de los seres humanos.
Se han filmado muchos documentales de la Antártida, incluso en animación digital, como el dedicado al pingüino emperador claqueador de Happy Feet. Sin embargo, a pesar de ser un continente declarado protegido y Patrimonio de la Humanidad, soporta cada vez más una excesiva presión humana. La media de visitantes casi alcanza ya los 30.000 anuales. A pesar de las limitaciones impuestas por la extrema climatología, los efectos sobre el medio ambiente antártico causados por la actividad humana se empiezan a poder detectar por doquier. Eso sin contar que la frenética actividad científica también castiga a la naturaleza virginal que se utiliza luego como imán para visitantes de lujo. Encuentros en el Fin del Mundo es un documental de culto, dirigido por la maestría de uno de los cineastas más comprometidos que tiene el planeta. Basta con fijarse en las primeras imágenes del avión militar que transporta el personal científico a McMurdo, que es de pura antología y el entremés de una película que no deja indiferente. Curiosamente, este documental llega a España casi en primicia a nivel mundial. Un lujo, pues, para los amantes del buen cine, de la mano de una distribuidora no menos comprometida.
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Curiosidades... |
Werner Herzog (1942) es un cineasta especial. Una persona que pasó su infancia rodeado de naturaleza en las montañas de Baviera, sin radio ni cine ni teléfono. Hizo su primera llamada telefónica a los 17 años y no supo del cine hasta los 12. A partir de los 17 años quiso dedicarse al cine. Se le considera fundador del denominado Nuevo Cine Alemán y en todas sus obras deja claro el interés por el antihéroe. Sus personajes habitualmente se revelan ante la absurdidad de la vida, y su lucha contra esta situación a veces les lleva al límite. Su filmografía destaca en general por un importante compromiso social. Una de sus últimas películas, Grizzli man (2005), recogía la vida del naturalista Timothy Treadwell y su novia Amie Huguenard, que fueron devorados por un oso grizzly mientras los estudiaban. Pero, quizás, en el ámbito del compromiso ambiental destaca Donde sueñan las hormigas verdes (1984), una película sobre la problemática de la ocupación de tierras aborígenes en Australia para sacar mineral de uranio. Encuentros en el Fin del Mundo la rodó por encargo de la National Sicence Foundation, que quiso que diera su visión sobre la Antártida. Herzog aceptó con la única condición que no fuera una película de pingüinos más y porqué estaba entusiasmado con el trabajo de su amigo Henry Kaiser, que había tomado unas imágenes subacuáticas en el Mar de Ross unos años antes. |
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