Presentación y carta de una buena amiga




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Carta de una activista solar y más

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1. Merchesolar y Ksol
2. Con su hija, después de una pintada
3. Mujer en Niger
4. Mujer en Niger
5. Mujeres de Niger


A Mercedes la conocí por cuestiones tecnológicas. Encontró en las cocinas solares parabólicas KSol una herramienta de acción para la Paz y la sostenibilidad, y claro, nos convertimos ambos en amantes solares. La relación es intensa, a pesar de que ella está en Milán y yo ando por aquí.

La tengo en un pedestal donde ubico a esos trabajadores por la justicia y la equidad social, que admiro por sus ideas y su activismo. Y es que durante el tiempo que llevamos juntos me he ido enterando de numerosas de sus ecomovidas.
Se dice que presentó una matricula NO OIL, empleada en los tiempos de la invasión aberrante de Irak para colocar desde algunas organizaciones pacifistas italianas a toda la bici que pillaban por la calle. Se que los chicos de la Fundación Tierra convirtieron en hermosa y contundente campaña bicicletera y más, ese grito directo contra la economía y la guerra fósiles.

No hace mucho me mandó noticias de una actividad, rama creativo artística, y unas imágenes de cómo pinta y embellece puertas y pedestales afeados. Y esta semana pasada me he enterao de que Merche se presenta a las elecciones italianas por los Verdes, aquí puedes ver su perfil ... y es que otro color no seria posible para ella.

Se por la gente de Biohábitat, la ecotienda telemática de la Fundación Terra, de la intensa campaña de trasiego de cocinas Ksol que ya puso y mantiene en marcha, para sus proyectos, para los proyectos de otras organizaciones, para incluso algunas empresas solares, la tienen en el ranking de la número uno en agitación solarculinaria comprometida y oleeé. Los compañeros de Biohabitat todavía recuerdan aquella idea de recaudación de fondos en la boda de una amiga que dió para 10 cocinas solares en tierras necesitadas.
Hay mucho más pero paro, no vaya a creer su amado que lo nuestro va más allá de profundo y sincero aprecio.  En definitiva, mantenemos una intensa y soleada relación, y no se si ella sabe, pero aquí lo digo, que mi admiración hay veces que se sale de sitio.

Hace poco más de un mes que me llegó la carta que sigue (verás que es larga), de su viaje solidario y reciente a Níger. Si tienes tiempo y te apetece conocer algo más de Merche y sus quehaceres, aquí la carta y algunas imágenes.

Por cierto Merche, llega la primavera ya mismo, deseo que brote con fuerza dentro de tus proyectos y fortalezca, si cabe, tu saludable activismo.

¡¡ Gracias solarcompi ¡¡

Viaje a Níger, el país de la arena

Acabo de volver de Níger, a donde he ido a supervisar un proyecto de promoción de mujeres tuareg nómadas (muchos tuareg son ya sedentarios), y quiero contaros algo de lo que he visto.
 
Níger es el segundo país más pobre del mundo. Creo que detrás sólo queda Liberia, o Somalia. Una gran parte del país es desértica o semidesértica (el desierto avanza cada año) y los tuareg son una de las poblaciones que continúan viviendo como pastores, trashumando, en condiciones muy difíciles. Este año, por ejemplo, ha llovido menos que otros años, ahí donde la sequía es crónica. El Harmattán, el viento del desierto, ha tapado los pocos pastos que quedaban con una manta de arena, y para acabar han llegado las langostas,  millones, que en  24 horas no han dejado hoja viva sobre arbusto. Los pastores, en este momento, no saben qué dar de comer a las cabras, a los camellos ni a los burros. Les he visto dar la misma papilla de sorgo o mijo que comen ellos cada día, para no verles morir. La muerte de los animales es un desastre, pues se quedan sin leche, sin carne, sin pieles para hacer artesanía, sin cachorros para vender… Las personas ya están muy débiles. Este año enfermarán y morirán muchas de ellas. Las mujeres que he conocido no eran ancianas, pero lo parecían, con sólo 30 años. La esperanza de vida en Níger es 50 de años.
 
Desde el autobús que me llevaba de Agadez (norte) a Abalak (centro del país), en total 72 horas de viaje desde Milán, pegada a los sillones de “escai”, miraba el paisaje semidesértico, una especie de sabana, con los árboles comidos por las langostas. Y me parecía que la naturaleza se hubiese rendido a la explotación excesiva de la leña, a las guerras, a la colonización, a los incendios, al ganado que se come cada ramita nueva que nace del suelo…De vez en cuando veía pastores con cabras o camellos, muchos de ellos niños. A veces veía una o dos personas caminando. Pero ni delante ni detrás había nada, ningún campamento, ninguna casa ni cabaña, ¡durante 50 kilómetros! Y me preguntaba: ¿adónde van?, y ¿de dónde vienen?, y ¿qué c… hacen aquí, en medio del desierto, sin agua ni nada?
 
Vuelvo de Níger con la certeza de que las personas que he conocido son  fuertes y valientes. Que viven en condiciones inimaginables para nosotros, que trabajan muchísimo y les rinde poco, constantemente al límite de la supervivencia. Las mujeres pasan el día yendo a coger agua a muchos kilómetros, buscando leña para cocinar, moliendo a golpes el mijo para toda la familia,… Una de estas mujeres ha dado a luz por el camino hacia el pozo. Me sentía como si llegara realmente de otro mundo, recordando que en el nuestro basta dar a un botón o a una manivela para que nos llegue la luz, el gas, el ascensor, el aire acondicionado, el transporte,… y todo a precios accesibles para nosotros (y pese a todo nos quejamos…). Cuando les queda un poco de tiempo libre, hacen cestos, esterillas, artesanía con piel de cabra para vender. Ante la fortaleza de estas mujeres pensaba en la capacidad del ser humano de aferrarse a la vida, en como es capaz de sobrevivir y de adaptarse. Estas personas se me antojaban de otra especie, no humana. ¡Estas sí que son “superwoman”!
 
Los niños ayudan a moler el mijo a golpes, a transportar la leña, llevan a las cabras a buscar pastos, a veces juegan. Son muchos y muy vivos. No han visto una escuela, lo que conlleva algunas graves consecuencias. Una de ellas es, por ejemplo, que cuando llega el médico para vacunarlos, que no habla más que francés, no se entienden y finalmente se va sin haberles vacunado de la polio. El francés es la lengua de la colonización y se aprende en el colegio. Quien no va a la escuela habla el tamaschek, o el hausa, u otra de las lenguas locales, pero está fuera de la comunicación funcional. Y recordaba cómo Rigoberta Menchú decidió aprender el castellano para poder defender a su pueblo de la marginación y la explotación.
 
Los hombres tuareg nómadas (con sus bellísimos  turbantes, como de película) van a los mercados a hacer intercambios, o buscan las nuevas tierras donde trasladarse con el campamento cuando se acabe el agua de lluvia que queda en un charco.  Son muy curiosos los saludos rituales que se intercambian con todo el que encuentran: ¿qué tal tu marido? bien, bien; ¿y tus hijos ? bien, bien; ¿y la salud? también bien; ¿y el tiempo?... Es muy importante para ellos y a menudo lo hacen sin ni siquiera mirarse y cuando ha terminado la retahíla entonces empieza la verdadera conversación: ¿adónde vas? ¿quién es ésta que te acompaña? etc.
 
Durante los días que he pasado en Abalak, un poblado de unos miles de habitantes,  hemos comido lo que ellos comen: papilla de mijo o sorgo, judías secas con arroz.  En la zona no hay fruta ni verdura, la tierra es dura y estéril, y ellos comen lo mismo por la mañana, a mediodía y por la noche. Cecilia lo ha comido durante cuatro meses.  A nosotros nos parece imposible. Y pensaba que yo puedo comprar fresas en enero,  café y plátanos que vienen de otros continentes (a precios asequibles). Para nosotros todo es posible. El agua que bebíamos nosotras para no enfermarnos de colitis venia…. ¡de la Provenza!. ¡Qué viaje ha hecho y que impacto ambiental! (sin que el precio fuera prohibitivo para nosotras). Las botellas luego se las hemos regalado a las mujeres, que estaban encantadas.

Os cuento algo del proyecto que he ido a seguir allí. Se trata de un proyecto que se ha inventado Cecilia, una joven de 25 años, después de haber visitado el año pasado durante dos meses los campamentos tuareg de la zona preguntando a las mujeres: ¿para qué tipo de proyecto queréis que busquemos fondos? Y ellas respondieron: “necesitamos espacios para nosotras”. Bueno, pues ella ha conseguido financiación para ofrecer a 90 mujeres en 6 turnos, la ocasión de pasar 5 días juntas (dos de cada tribu, las mujeres más sabias), dejando sus quehaceres domésticos (pagaban algo a otra mujer que se encargaba de traer agua, leña y comida a su familia). Durante esos días, Cecilia ha hecho con ellas un trabajo de autopromoción. Juntas han aprendido a trabajar en grupo, han reflexionado sobre los problemas de la trashumancia, sobre las causas y las consecuencias, sobre los recursos que tienen para crear redes de solidaridad, sobre los pasos necesarios hacia alguna solución.  Una casucha de cemento (gran lujo: muchas de ellas era la primera vez que entraban en una construcción de cemento) construida por una asociación italiana nos ha dado cobijo, y cada una de ellas recibía una pequeña suma para comer. Y teníamos letrina y grifo, ¡un lujo asiático!. El jeep fue a buscarlas a sus tribus, muy lejos, y llegaron cansadas pero con el vestido de fiesta (el único que tienen, a diario visten unas telas negras). Las mujeres no llevan reloj, pero todas las mañanas se presentaban puntuales a las 9 en punto, como se les había pedido. ¿Cómo era posible? Y cada día trabajaban durante la mañana y la tarde.  ¿Qué significa ser un “grupo de mujeres”? ¿qué es ser líder? ¿qué problemas vivimos en nuestra tribu?... Cecilia conduce el grupo con la preciosa ayuda de Seidi, un tuareg que traducía del tamaschek al francés y  viceversa. El hecho de que fuera un hombre inhibía a las mujeres, que se cubrían con sus telas color añil, pero no es fácil encontrar una mujer que haya estudiado. Para todas estas mujeres ésta era la primera vez que dejaban el campamento y la familia, que trabajaban en un grupo de mujeres, que dibujaban sobre carteles, que pasaban la jornada si tener que ir a coger la leña, el agua,… ¡Y han trabajado fenomenal en el grupo! Todas decían en el momento de la evaluación: « cuando vuelva al campamento voy a reunir a todas las mujeres y les voy a contar todo lo que he aprendido. Y vamos a intentar resolver uno de los problemas sobre los que hemos reflexionado! »
Yo me he sentido privilegiada por poder asistir a este pequeño milagro llamado en inglés « empowerment ». Sobre todo porque detrás de este proyecto (6 semanas de formación para mujeres de 45 tribus dispersas) hay un enorme trabajo, muchas horas de encuentro, contactos, visitas a los campamentos,… y la testadura de Cecilia, que a pesar de su frágil salud ha imaginado una respuesta creativa a la petición de “espacios para nosotras”. A mí me ha enviado la organización holandesa que financiaba el proyecto (IFOR, MIR internacional) a supervisar la conducción de Cecilia, que está realizando con ellos un curso anual.
El último día, acabada la formación, me subí al jeep para acompañar a las mujeres de vuelta a sus campamentos, que estaban lejìsimo. Con estupor me preguntaba cómo sabían el camino, pues todo el paisaje parece igual. El caso es que llegamos. ¡Su capacidad de orientarse en el espacio y en el tiempo es excepcional!  Pero lo que es increíble es lo que ellos llaman campamento. No un poblado de tiendas, sino una tienda aquí, bajo un arbusto, otra allá lejos,… y con nada. Bajo la tienda de pieles de cabra cosidas, unas maderas sostienen una estera dura para poder dormir protegidos de los bichos. Algún baúl para la ropa, y muchísimos niños sucios sorprendidos de nuestra llegada, felices de volver a ver a las madres. Un charco de agua putrefacta,… Por suerte, cerca ( a un kilómetro)  del último campamento la asociación italiana había construido recientemente un pozo, en colaboración con la organización local. ¡Un lujo que cambia la vida!
 
Volviendo a Abalak, en el jeep, ¡me he llevado un corte!  Mientras corríamos por la única pista asfaltada que atraviesa Níger de Norte a Sur hemos vimos a algunos tuareg que levantaban un brazo hacia nosotros. Pensé que hacían autostop, para adelantar camino, pues no pasan casi coches (de hecho los espejos retrovisores no se usan nunca y están doblados). Le pregunté al chofer: ¿les cogemos? Y él: no, no quieren subir, ¡sólo nos están saludando! Casi nunca ven coches… Y yo le pregunto: pero ¿qué hacen aquí en medio? Y él: pues nada, caminan... Otro mundo...

La familia que vive cerca de la sede de la asociación local que nos ha hospedado se ha construido una cabaña circular con adobe y ramas en el techo (en cambio las familias más pobres se montan sólo una estructura con palos y esteras.)  El padre hace cuerdas retorciendo bolsas de plástico, construye camas de cañas, hace cestos,… es un manitas. Pero con nuestros ojos no se entiende porqué vive en esa suciedad y pobreza. Nosotros lo llamaríamos “falta de iniciativa emprendedora”. Él vende algunas cuerdas en el mercado. Gana lo suficiente para comer hoy, y se tumba a jugar con sus niños, o a dormitar. Mañana se verá…  Otro mundo….
Otro mundo es también el que he visto durante la noche. La oscuridad más total. No creo haber visto nunca el mundo tan oscuro, ¡sin electricidad! Sólo a lo largo de la carretera principal que atraviesa Abalak hay alguna bombilla, y alguna más en el centro de las ciudades importantes.  El resto es oscuridad. La gente camina por la calle a oscuras, y se orienta muy bien, sin chocar, sin miedo a que te hagan algo… De vez en cuando se ve a alguien con una linterna... He dormido casi siempre al aire libre, ¡y me parecía que las estrellas se me caían encima, de tantas que eran!  No dejaba de mirar ese cielo extraño, sin horizonte, todo uno con la tierra. No quería dormirme para no perderme el espectáculo. Se me antojaba que el continente estuviera todo apagado, ¡para gozo de los astrófilos!  Sólo horas más tarde aparecería la luna, majestuosa iluminando todo ese mundo silencioso como si fuera de día.
 
Otra ventaja de la noche es que no se ve la basura. En África no hay servicio de recogida de basuras (tal vez en las capitales grandes lo haya).  Por tanto, todo se tira fuera de la puerta y se queda allí hasta que el viento se lo lleva. Me han impresionado las cantidades de pilas por los suelos, ¡con lo que contaminan! Y luego las bolsas negras, que vuelan por todos lados, de modo que acaban pinchadas en los pocos árboles existentes, ¡y parecen pajarracos!.

Y luego está el tema de los móviles. Como no existe red de telefonía, el único modo de comunicar es a través de los teléfonos vía satélite, que se encuentran en pequeñas centralitas improvisadas. Me impresionaba pensar que tanto para llamar a 10.000 km o a 10 metros tenía que pasar por el satélite. No cuesta poco, es cierto, pero resuelve algunos problemas. Pero sobre todo, ahora todos quieren un teléfono, aunque no tengan a quien llamar….
 
Una noche, después de cenar fuimos a visitar a la familia del Amenokal, el jefe tradicional del poblado. Estaba todo oscuro y bajo la tienda de trapos cosidos encontramos sentada a toda la familia sobre mantas y cojines (como en  las películas) y con la única luz de un candil de petróleo (cuyo precio se ha duplicado en los últimos meses). Estaban ahí, en silencio, a ver pasar las horas, las estrellas,... Pasamos una noche preciosa, charlando, viendo las fotos que habíamos hecho… El padre es una persona muy culta y sabia.  Pero mientras estaba sentada me imaginaba el hormiguero de nuestras ciudades, llenas de luces, de coches que corren, el follón… siempre necesitados de algo estimulante que nos llene el silencio, ante la televisión o donde sea… Se me antojaba tan lejano este silencio, tan inalcanzable y poco apreciado en nuestro mundo (solo en las iglesias y en las bibliotecas, dice mi madre, se encuentra aún el silencio, y ahora en algunos templos de la “new age”).   Tenía la sensación de estar ante algo precioso y escaso, que sólo quien no ha entrado en el vertiginoso usar y tirar consigue apreciar profundamente. He gozado ese momento, pero no estoy segura de que hubiera conseguido aguantar un cambio tan radical para siempre. Me preguntaba si son felices. Creo que los adultos sí, con todas las dificultades. Y también muchos de los jóvenes, sobre todo las mujeres. Pero para muchos jóvenes la radio (pues la tele casi no llega, y no hay televisores) está mostrando otros mundos deseables, aunque a nosotros nos resulten a menudo tan absurdos… Me entristece pensar en un tuareg en medio de nuestro mundo histérico. Creo que se sentiría tan extraño como yo en medio del desierto y ante la papilla de sorgo.
 
En Abalak  intenté construir uno de los modelos más sencillos de cocina solar (con cartón y aluminio). Lo  conseguí, pero el viento era tan fuerte que llenaba de arena el aluminio y hacía volar la cocina. En cambio ha sido muy útil la lámpara solar. La cargábamos durante el día. Se la he regalado al Amenokal, que la apreció muchísimo, pues es un anciano consciente de los problemas del medio ambiente y  ha plantado muchos árboles. En seguida la puso a cargar ¡sobre el bidón del agua para que no se la comiera una cabra!.
 
Una vez acabada la formación con las mujeres  inicié mi viaje de regreso, pasando dos días en Agadez, haciendo de turista “irresponsable”. Me busqué un hostal sencillo pero con ducha, y disfruté de la comodidad de una gestión occidental (la dueña es francesa, casada con un tuareg).  Lo más incomodo de viajar sola en África, como mujer blanca, es que todos te asaltan. Los niños: ¡cadeau, cadeau! Los jóvenes, que quieren trabajar como guías; los taxistas, los artesanos… ¡Hubiera deseado ser negra y vestir como ellos para pasar inadvertida!
 
La arquitectura local es bellísima, cuando se lo pueden permitir. Esas casas de adobe, con  decoraciones de fango y volúmenes suaves. Todo de color arena. La mezquita, los palacios de los sultanes… He fotografiado los recintos de adobe que ponen entorno  a los árboles pequeños, para protegerlos de las cabras, súper graciosos. Y hay algún rico que ha reestructurado edificios antiguos preciosos, erosionados por el viento y la poca lluvia. Todo el centro de Agadez es Patrimonio Mundial.
 
Por lo demás, la ciudad parece improvisada, vive en la calle, repara todo, vende de todo, cualquier cosa….  El mercado es impresionante, la capacidad de revender,  reparar, reciclar, sobrevivir… Todo fascinante excepto el espectáculo de la carne puesta a secar al sol en medio de la calle y llena de moscas, que no es de nuestro gusto occidental. Quizá incluso la haya comido sin saberlo… y estaría buenísima.
 La guía Lonely Planet, que me ha regalado Guido, se ha revelado estupenda, y he probando cosas buenísimas en lugares populares e indecentes que costaban poco. Visité el mercado de los camellos, haciéndome acompañar por uno de los jóvenes que se ofrecen en cada esquina. Me hice acompañar también a la Mission Catolique, a visitar a los redentoristas, muy majos y acogedores. Y a casa de las Hermanitas de Foucauld, que viven allí desde hace 40 años y hablan el tamaschek. Con su vida silenciosa en medio de la gente son muy queridas y respetadas. Su capilla es maravillosa, sencilla, en estilo Hausa (otra etnia, distinta de los tuareg) También la iglesia católica era muy bonita, en estilo local, y la misa, preciosa, participada y viva (¡estuvo también Dios!). Decía Mathias, el cura burkinabé que celebraba: “Hoy la Palabra de Dios  nos invita a reflexionar sobre la acogida. Esta palabra tan importante en África, que está perdiéndose detrás de la carrera por el dinero…”.  Los redentoristas hacen un trabajo muy bueno en Agadez, en colaboración con los musulmanes. Entre otras cosas han creado (hace ya 40 años) Cáritas, cuyas presidentas son dos musulmanas (el Islam tiene la limosna como precepto pero no está organizada).
 
Os he contado cosas un poco desordenadas, como me salen.  Vuelvo a Italia con muchas preguntas, con pocas respuestas.  Con una incómoda sensación de que nuestros dos mundos no se encontrarán nunca (sé que no debería decirlo…) por lo menos no antes de que lo destruyamos… Vuelvo con un cierto pesimismo, no os ofendáis, sobre nuestra capacidad (del Norte) de renunciar a la parte de heredad que no nos tocaría ya gastar, pero como ya nos hemos comido la nuestra y estamos acostumbrados a comer todos los días de todo…

Un abrazo enorme.
Merche

 



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Canviat
09/02/2017

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