A Mercedes la conocí por cuestiones tecnológicas. Encontró en las
cocinas solares parabólicas KSol una herramienta de acción para la Paz
y la sostenibilidad, y claro, nos convertimos ambos en amantes solares.
La relación es intensa, a pesar de que ella está en Milán y yo ando por
aquí.
La tengo en un pedestal donde ubico a esos trabajadores
por la justicia y la equidad social, que admiro por sus ideas y su
activismo. Y es que durante el tiempo que llevamos juntos me he ido
enterando de numerosas de sus ecomovidas. Se dice que presentó una matricula NO OIL,
empleada en los tiempos de la invasión aberrante de Irak para colocar
desde algunas organizaciones pacifistas italianas a toda la bici que
pillaban por la calle. Se que los chicos de la Fundación Tierra
convirtieron en hermosa y contundente campaña bicicletera y más, ese
grito directo contra la economía y la guerra fósiles.
No hace
mucho me mandó noticias de una actividad, rama creativo artística, y
unas imágenes de cómo pinta y embellece puertas y pedestales afeados. Y
esta semana pasada me he enterao de que Merche se presenta a las
elecciones italianas por los Verdes, aquí puedes ver su perfil ... y es que otro color no seria posible para ella.
Se por la gente de Biohábitat, la ecotienda telemática de la Fundación Terra, de la intensa campaña de trasiego de cocinas Ksol
que ya puso y mantiene en marcha, para sus proyectos, para los proyectos
de otras organizaciones, para incluso algunas empresas solares, la
tienen en el ranking de la número uno en agitación solarculinaria
comprometida y oleeé. Los compañeros de Biohabitat todavía recuerdan
aquella idea de recaudación de fondos en la boda de una amiga que dió
para 10 cocinas solares en tierras necesitadas. Hay mucho más pero
paro, no vaya a creer su amado que lo nuestro va más allá de profundo y
sincero aprecio. En definitiva, mantenemos una intensa y soleada
relación, y no se si ella sabe, pero aquí lo digo, que mi admiración
hay veces que se sale de sitio.
Hace poco más de un mes que me
llegó la carta que sigue (verás que es larga), de su viaje solidario y
reciente a Níger. Si tienes tiempo y te apetece conocer algo más de
Merche y sus quehaceres, aquí la carta y algunas imágenes.
Por cierto Merche, llega la primavera ya mismo, deseo que brote con
fuerza dentro de tus proyectos y fortalezca, si cabe, tu saludable
activismo.
¡¡ Gracias solarcompi ¡¡
Viaje a Níger, el país de la arena
Acabo de volver de Níger, a donde he ido a supervisar un proyecto de
promoción de mujeres tuareg nómadas (muchos tuareg son ya sedentarios),
y quiero contaros algo de lo que he visto. Níger es el
segundo país más pobre del mundo. Creo que detrás sólo queda Liberia, o
Somalia. Una gran parte del país es desértica o semidesértica (el
desierto avanza cada año) y los tuareg son una de las poblaciones que
continúan viviendo como pastores, trashumando, en condiciones muy
difíciles. Este año, por ejemplo, ha llovido menos que otros años, ahí
donde la sequía es crónica. El Harmattán, el viento del desierto, ha
tapado los pocos pastos que quedaban con una manta de arena, y para
acabar han llegado las langostas, millones, que en 24 horas
no han dejado hoja viva sobre arbusto. Los pastores, en este momento,
no saben qué dar de comer a las cabras, a los camellos ni a los burros.
Les he visto dar la misma papilla de sorgo o mijo que comen ellos cada
día, para no verles morir. La muerte de los animales es un desastre,
pues se quedan sin leche, sin carne, sin pieles para hacer artesanía,
sin cachorros para vender… Las personas ya están muy débiles. Este año
enfermarán y morirán muchas de ellas. Las mujeres que he conocido no
eran ancianas, pero lo parecían, con sólo 30 años. La esperanza de vida
en Níger es 50 de años. Desde el autobús que me llevaba
de Agadez (norte) a Abalak (centro del país), en total 72 horas de
viaje desde Milán, pegada a los sillones de “escai”, miraba el paisaje
semidesértico, una especie de sabana, con los árboles comidos por las
langostas. Y me parecía que la naturaleza se hubiese rendido a la
explotación excesiva de la leña, a las guerras, a la colonización, a
los incendios, al ganado que se come cada ramita nueva que nace del
suelo…De vez en cuando veía pastores con cabras o camellos, muchos de
ellos niños. A veces veía una o dos personas caminando. Pero ni delante
ni detrás había nada, ningún campamento, ninguna casa ni cabaña,
¡durante 50 kilómetros! Y me preguntaba: ¿adónde van?, y ¿de dónde
vienen?, y ¿qué c… hacen aquí, en medio del desierto, sin agua ni nada? Vuelvo
de Níger con la certeza de que las personas que he conocido son
fuertes y valientes. Que viven en condiciones inimaginables para
nosotros, que trabajan muchísimo y les rinde poco, constantemente al
límite de la supervivencia. Las mujeres pasan el día yendo a coger agua
a muchos kilómetros, buscando leña para cocinar, moliendo a golpes el
mijo para toda la familia,… Una de estas mujeres ha dado a luz por el
camino hacia el pozo. Me sentía como si llegara realmente de otro
mundo, recordando que en el nuestro basta dar a un botón o a una
manivela para que nos llegue la luz, el gas, el ascensor, el aire
acondicionado, el transporte,… y todo a precios accesibles para
nosotros (y pese a todo nos quejamos…). Cuando les queda un poco de
tiempo libre, hacen cestos, esterillas, artesanía con piel de cabra
para vender. Ante la fortaleza de estas mujeres pensaba en la capacidad
del ser humano de aferrarse a la vida, en como es capaz de sobrevivir y
de adaptarse. Estas personas se me antojaban de otra especie, no
humana. ¡Estas sí que son “superwoman”! Los niños ayudan a
moler el mijo a golpes, a transportar la leña, llevan a las cabras a
buscar pastos, a veces juegan. Son muchos y muy vivos. No han visto una
escuela, lo que conlleva algunas graves consecuencias. Una de ellas es,
por ejemplo, que cuando llega el médico para vacunarlos, que no habla
más que francés, no se entienden y finalmente se va sin haberles
vacunado de la polio. El francés es la lengua de la colonización y se
aprende en el colegio. Quien no va a la escuela habla el tamaschek, o
el hausa, u otra de las lenguas locales, pero está fuera de la
comunicación funcional. Y recordaba cómo Rigoberta Menchú decidió
aprender el castellano para poder defender a su pueblo de la
marginación y la explotación. Los hombres tuareg nómadas
(con sus bellísimos turbantes, como de película) van a los
mercados a hacer intercambios, o buscan las nuevas tierras donde
trasladarse con el campamento cuando se acabe el agua de lluvia que
queda en un charco. Son muy curiosos los saludos rituales que se
intercambian con todo el que encuentran: ¿qué tal tu marido? bien,
bien; ¿y tus hijos ? bien, bien; ¿y la salud? también bien; ¿y el
tiempo?... Es muy importante para ellos y a menudo lo hacen sin ni
siquiera mirarse y cuando ha terminado la retahíla entonces empieza la
verdadera conversación: ¿adónde vas? ¿quién es ésta que te acompaña?
etc. Durante los días que he pasado en Abalak, un poblado
de unos miles de habitantes, hemos comido lo que ellos comen:
papilla de mijo o sorgo, judías secas con arroz. En la zona no
hay fruta ni verdura, la tierra es dura y estéril, y ellos comen lo
mismo por la mañana, a mediodía y por la noche. Cecilia lo ha comido
durante cuatro meses. A nosotros nos parece imposible. Y pensaba
que yo puedo comprar fresas en enero, café y plátanos que vienen
de otros continentes (a precios asequibles). Para nosotros todo es
posible. El agua que bebíamos nosotras para no enfermarnos de colitis
venia…. ¡de la Provenza!. ¡Qué viaje ha hecho y que impacto ambiental!
(sin que el precio fuera prohibitivo para nosotras). Las botellas luego
se las hemos regalado a las mujeres, que estaban encantadas.
Os cuento algo del proyecto que he ido a seguir allí. Se trata de un
proyecto que se ha inventado Cecilia, una joven de 25 años, después de
haber visitado el año pasado durante dos meses los campamentos tuareg
de la zona preguntando a las mujeres: ¿para qué tipo de proyecto
queréis que busquemos fondos? Y ellas respondieron: “necesitamos
espacios para nosotras”. Bueno, pues ella ha conseguido financiación
para ofrecer a 90 mujeres en 6 turnos, la ocasión de pasar 5 días
juntas (dos de cada tribu, las mujeres más sabias), dejando sus
quehaceres domésticos (pagaban algo a otra mujer que se encargaba de
traer agua, leña y comida a su familia). Durante esos días, Cecilia ha
hecho con ellas un trabajo de autopromoción. Juntas han aprendido a
trabajar en grupo, han reflexionado sobre los problemas de la
trashumancia, sobre las causas y las consecuencias, sobre los recursos
que tienen para crear redes de solidaridad, sobre los pasos necesarios
hacia alguna solución. Una casucha de cemento (gran lujo: muchas
de ellas era la primera vez que entraban en una construcción de
cemento) construida por una asociación italiana nos ha dado cobijo, y
cada una de ellas recibía una pequeña suma para comer. Y teníamos
letrina y grifo, ¡un lujo asiático!. El jeep fue a buscarlas a sus
tribus, muy lejos, y llegaron cansadas pero con el vestido de fiesta
(el único que tienen, a diario visten unas telas negras). Las mujeres
no llevan reloj, pero todas las mañanas se presentaban puntuales a las
9 en punto, como se les había pedido. ¿Cómo era posible? Y cada día
trabajaban durante la mañana y la tarde. ¿Qué significa ser un
“grupo de mujeres”? ¿qué es ser líder? ¿qué problemas vivimos en
nuestra tribu?... Cecilia conduce el grupo con la preciosa ayuda de
Seidi, un tuareg que traducía del tamaschek al francés y
viceversa. El hecho de que fuera un hombre inhibía a las mujeres, que
se cubrían con sus telas color añil, pero no es fácil encontrar una
mujer que haya estudiado. Para todas estas mujeres ésta era la primera
vez que dejaban el campamento y la familia, que trabajaban en un grupo
de mujeres, que dibujaban sobre carteles, que pasaban la jornada si
tener que ir a coger la leña, el agua,… ¡Y han trabajado fenomenal en
el grupo! Todas decían en el momento de la evaluación: « cuando vuelva
al campamento voy a reunir a todas las mujeres y les voy a contar todo
lo que he aprendido. Y vamos a intentar resolver uno de los problemas
sobre los que hemos reflexionado! » Yo me he sentido privilegiada
por poder asistir a este pequeño milagro llamado en inglés «
empowerment ». Sobre todo porque detrás de este proyecto (6 semanas de
formación para mujeres de 45 tribus dispersas) hay un enorme trabajo,
muchas horas de encuentro, contactos, visitas a los campamentos,… y la
testadura de Cecilia, que a pesar de su frágil salud ha imaginado una
respuesta creativa a la petición de “espacios para nosotras”. A mí me
ha enviado la organización holandesa que financiaba el proyecto (IFOR,
MIR internacional) a supervisar la conducción de Cecilia, que está
realizando con ellos un curso anual. El último día, acabada la
formación, me subí al jeep para acompañar a las mujeres de vuelta a sus
campamentos, que estaban lejìsimo. Con estupor me preguntaba cómo
sabían el camino, pues todo el paisaje parece igual. El caso es que
llegamos. ¡Su capacidad de orientarse en el espacio y en el tiempo es
excepcional! Pero lo que es increíble es lo que ellos llaman
campamento. No un poblado de tiendas, sino una tienda aquí, bajo un
arbusto, otra allá lejos,… y con nada. Bajo la tienda de pieles de
cabra cosidas, unas maderas sostienen una estera dura para poder dormir
protegidos de los bichos. Algún baúl para la ropa, y muchísimos niños
sucios sorprendidos de nuestra llegada, felices de volver a ver a las
madres. Un charco de agua putrefacta,… Por suerte, cerca ( a un
kilómetro) del último campamento la asociación italiana había
construido recientemente un pozo, en colaboración con la organización
local. ¡Un lujo que cambia la vida! Volviendo a Abalak, en
el jeep, ¡me he llevado un corte! Mientras corríamos por la única
pista asfaltada que atraviesa Níger de Norte a Sur hemos vimos a
algunos tuareg que levantaban un brazo hacia nosotros. Pensé que hacían
autostop, para adelantar camino, pues no pasan casi coches (de hecho
los espejos retrovisores no se usan nunca y están doblados). Le
pregunté al chofer: ¿les cogemos? Y él: no, no quieren subir, ¡sólo nos
están saludando! Casi nunca ven coches… Y yo le pregunto: pero ¿qué
hacen aquí en medio? Y él: pues nada, caminan... Otro mundo...
La familia que vive cerca de la sede de la asociación local que nos
ha hospedado se ha construido una cabaña circular con adobe y ramas en
el techo (en cambio las familias más pobres se montan sólo una
estructura con palos y esteras.) El padre hace cuerdas
retorciendo bolsas de plástico, construye camas de cañas, hace cestos,…
es un manitas. Pero con nuestros ojos no se entiende porqué vive en esa
suciedad y pobreza. Nosotros lo llamaríamos “falta de iniciativa
emprendedora”. Él vende algunas cuerdas en el mercado. Gana lo
suficiente para comer hoy, y se tumba a jugar con sus niños, o a
dormitar. Mañana se verá… Otro mundo…. Otro mundo es también
el que he visto durante la noche. La oscuridad más total. No creo haber
visto nunca el mundo tan oscuro, ¡sin electricidad! Sólo a lo largo de
la carretera principal que atraviesa Abalak hay alguna bombilla, y
alguna más en el centro de las ciudades importantes. El resto es
oscuridad. La gente camina por la calle a oscuras, y se orienta muy
bien, sin chocar, sin miedo a que te hagan algo… De vez en cuando se ve
a alguien con una linterna... He dormido casi siempre al aire libre, ¡y
me parecía que las estrellas se me caían encima, de tantas que
eran! No dejaba de mirar ese cielo extraño, sin horizonte, todo
uno con la tierra. No quería dormirme para no perderme el espectáculo.
Se me antojaba que el continente estuviera todo apagado, ¡para gozo de
los astrófilos! Sólo horas más tarde aparecería la luna,
majestuosa iluminando todo ese mundo silencioso como si fuera de día. Otra
ventaja de la noche es que no se ve la basura. En África no hay
servicio de recogida de basuras (tal vez en las capitales grandes lo
haya). Por tanto, todo se tira fuera de la puerta y se queda allí
hasta que el viento se lo lleva. Me han impresionado las cantidades de
pilas por los suelos, ¡con lo que contaminan! Y luego las bolsas
negras, que vuelan por todos lados, de modo que acaban pinchadas en los
pocos árboles existentes, ¡y parecen pajarracos!.
Y luego está el tema de los móviles. Como no existe red de
telefonía, el único modo de comunicar es a través de los teléfonos vía
satélite, que se encuentran en pequeñas centralitas improvisadas. Me
impresionaba pensar que tanto para llamar a 10.000 km o a 10 metros
tenía que pasar por el satélite. No cuesta poco, es cierto, pero
resuelve algunos problemas. Pero sobre todo, ahora todos quieren un
teléfono, aunque no tengan a quien llamar…. Una noche,
después de cenar fuimos a visitar a la familia del Amenokal, el jefe
tradicional del poblado. Estaba todo oscuro y bajo la tienda de trapos
cosidos encontramos sentada a toda la familia sobre mantas y cojines
(como en las películas) y con la única luz de un candil de
petróleo (cuyo precio se ha duplicado en los últimos meses). Estaban
ahí, en silencio, a ver pasar las horas, las estrellas,... Pasamos una
noche preciosa, charlando, viendo las fotos que habíamos hecho… El
padre es una persona muy culta y sabia. Pero mientras estaba
sentada me imaginaba el hormiguero de nuestras ciudades, llenas de
luces, de coches que corren, el follón… siempre necesitados de algo
estimulante que nos llene el silencio, ante la televisión o donde sea…
Se me antojaba tan lejano este silencio, tan inalcanzable y poco
apreciado en nuestro mundo (solo en las iglesias y en las bibliotecas,
dice mi madre, se encuentra aún el silencio, y ahora en algunos templos
de la “new age”). Tenía la sensación de estar ante algo
precioso y escaso, que sólo quien no ha entrado en el vertiginoso usar
y tirar consigue apreciar profundamente. He gozado ese momento, pero no
estoy segura de que hubiera conseguido aguantar un cambio tan radical
para siempre. Me preguntaba si son felices. Creo que los adultos sí,
con todas las dificultades. Y también muchos de los jóvenes, sobre todo
las mujeres. Pero para muchos jóvenes la radio (pues la tele casi no
llega, y no hay televisores) está mostrando otros mundos deseables,
aunque a nosotros nos resulten a menudo tan absurdos… Me entristece
pensar en un tuareg en medio de nuestro mundo histérico. Creo que se
sentiría tan extraño como yo en medio del desierto y ante la papilla de
sorgo. En Abalak intenté construir uno de los
modelos más sencillos de cocina solar (con cartón y aluminio). Lo
conseguí, pero el viento era tan fuerte que llenaba de arena el
aluminio y hacía volar la cocina. En cambio ha sido muy útil la lámpara
solar. La cargábamos durante el día. Se la he regalado al Amenokal, que
la apreció muchísimo, pues es un anciano consciente de los problemas
del medio ambiente y ha plantado muchos árboles. En seguida la
puso a cargar ¡sobre el bidón del agua para que no se la comiera una
cabra!. Una vez acabada la formación con las mujeres
inicié mi viaje de regreso, pasando dos días en Agadez, haciendo de
turista “irresponsable”. Me busqué un hostal sencillo pero con ducha, y
disfruté de la comodidad de una gestión occidental (la dueña es
francesa, casada con un tuareg). Lo más incomodo de viajar sola
en África, como mujer blanca, es que todos te asaltan. Los niños:
¡cadeau, cadeau! Los jóvenes, que quieren trabajar como guías; los
taxistas, los artesanos… ¡Hubiera deseado ser negra y vestir como ellos
para pasar inadvertida! La arquitectura local es
bellísima, cuando se lo pueden permitir. Esas casas de adobe, con
decoraciones de fango y volúmenes suaves. Todo de color arena. La
mezquita, los palacios de los sultanes… He fotografiado los recintos de
adobe que ponen entorno a los árboles pequeños, para protegerlos
de las cabras, súper graciosos. Y hay algún rico que ha reestructurado
edificios antiguos preciosos, erosionados por el viento y la poca
lluvia. Todo el centro de Agadez es Patrimonio Mundial. Por
lo demás, la ciudad parece improvisada, vive en la calle, repara todo,
vende de todo, cualquier cosa…. El mercado es impresionante, la
capacidad de revender, reparar, reciclar, sobrevivir… Todo
fascinante excepto el espectáculo de la carne puesta a secar al sol en
medio de la calle y llena de moscas, que no es de nuestro gusto
occidental. Quizá incluso la haya comido sin saberlo… y estaría
buenísima. La guía Lonely Planet, que me ha regalado Guido,
se ha revelado estupenda, y he probando cosas buenísimas en lugares
populares e indecentes que costaban poco. Visité el mercado de los
camellos, haciéndome acompañar por uno de los jóvenes que se ofrecen en
cada esquina. Me hice acompañar también a la Mission Catolique, a
visitar a los redentoristas, muy majos y acogedores. Y a casa de las
Hermanitas de Foucauld, que viven allí desde hace 40 años y hablan el
tamaschek. Con su vida silenciosa en medio de la gente son muy queridas
y respetadas. Su capilla es maravillosa, sencilla, en estilo Hausa
(otra etnia, distinta de los tuareg) También la iglesia católica era
muy bonita, en estilo local, y la misa, preciosa, participada y viva
(¡estuvo también Dios!). Decía Mathias, el cura burkinabé que
celebraba: “Hoy la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre
la acogida. Esta palabra tan importante en África, que está perdiéndose
detrás de la carrera por el dinero…”. Los redentoristas hacen un
trabajo muy bueno en Agadez, en colaboración con los musulmanes. Entre
otras cosas han creado (hace ya 40 años) Cáritas, cuyas presidentas son
dos musulmanas (el Islam tiene la limosna como precepto pero no está
organizada). Os he contado cosas un poco desordenadas,
como me salen. Vuelvo a Italia con muchas preguntas, con pocas
respuestas. Con una incómoda sensación de que nuestros dos mundos
no se encontrarán nunca (sé que no debería decirlo…) por lo menos no
antes de que lo destruyamos… Vuelvo con un cierto pesimismo, no os
ofendáis, sobre nuestra capacidad (del Norte) de renunciar a la parte
de heredad que no nos tocaría ya gastar, pero como ya nos hemos comido
la nuestra y estamos acostumbrados a comer todos los días de todo…
Un abrazo enorme.
Merche
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