Curiosamente,
mientras en el exterior nos acechan los gases invernadero, el monóxido
de carbono o hidrocarburos diversos, en el interior de nuestro hogar la
invasión química es tal que puede acabar tanto o más contaminado que el
medio ambiente exterior. Un informe reciente de Greenpeace advertía que
en cada gramo de polvo del hogar se halla un miligramo (una parte por
cada mil) de cinco tóxicos químicos peligrosos. El informe, de carácter
europeo, incluía 22 muestras en cinco zonas de España. En otro informe
menos reciente, Greenpeace advertía que había hallado ftalatos,
aditivos para reducir la rigidez de plásticos como el PVC en pijamas.
Estas sustancias se señalan como disruptores endocrinos que dañan los
órganos reproductores e interfieren en el crecimiento y en el sistema
inmunológico. Sin embargo, en España los ftalatos sólo han sido
prohibidos en mordedores, tetinas y chupetes para niños menores de 18
meses, porque causan daños en el hígado, los riñones y los testículos.
Las
sustancias químicas emanan de pinturas, aparatos electrónicos,
pegamentos, cosméticos o juguetes, pero también de los detergentes y
otros productos de limpieza de la casa los cuales expanden numerosos
productos tóxicos. Su uso se justifica por diversos motivos, ya sea
para mejorar la calidad de los plásticos, fijar perfumes, retardar el
fuego o acabar con los ácaros. Sin embargo, con el tiempo, se
volatilizan, se descomponen y algunos persistirán por décadas o siglos
en el medio ambiente.
Todos
ellos tienen la capacidad, precisamente, por ser volátiles de penetrar
a través de la piel, las vías respiratorias y el torrente sanguíneo. Lo
más preocupante es que algunos tienen la capacidad de bioacumularse.
Sustancias cancerígenas como el triclosán usado en dentríficos y
detergentes como bactericida ha sido detectado en la leche materna. Las
tóxicos se acumulan en nuestros hogares a un ritmo trepidante. Los
almizcles artificiales de algunos ambientadores se liberan y al ser
inhalados o absorbidos por la piel acaban formando parte de nuestro
cóckel biológico. El principal problema es no tanto su exposición en un
momento determinado sino su permanente presencia en nuestro ambiente.
Las sustancias bromadas, empleadas para retardar las llamas en aparatos
electrodomésticos, en tapicerías y cortinas o los compuestos a base de
estaño, empleados como fungicidas en alfombras y moquetas, están
incluidos en las listas de disruptores endocrinos.
Lo
más preocupante es que amparados en la sacrosanta estadística los
científicos retardan cualquier conclusión ejecutiva que facilitase su
prohibición a tiempo. De las más de 130.000 sustancias químicas
presentes en el mercado tan sólo de unas pocas se identifican como
cancerígenas y mutagénicas. Sin embargo, las consecuencias que su uso
puede conllevar para la salud de los humanos o el medio ambiente es
prácticamente desconocida en la mayoría. La situación puede cambiar (a
partir del 2005) con la directiva europea Reach (registro, evaluación y
autorización de productos químicos). Se supone que con este
procedimiento normativo más estricto las sustancias podrán ser
prohibidas con más facilidad. Sin embargo, los grupos ecologistas
advierten que someter a este fabuloso arsenal químico legal a revisión
puede conllevar años y mientras puede que el daño ya sea irreversible. |