La muerte se aprecia como desafio a nuestro propio poder terrenal y por eso luchamos contra ella en lugar de verla como la oportunidad para dejar que otras 'identidades' contribuyan a construir un proyecto común como especie en este universo material que nos permite experimentar. Cómo afirma Geneviève Azam en su libro 'Osons rester humain', queremos controlar la naturaleza hasta doblegarla como si de una esclava se tratara por pura venganza ante nuestra condición de seres mortales.
Hay una realidad innegable en nuestra sociedad, el proceso de invisibilidad social de la muerte. En España, esta es todavía más notable dado que por la legislación actual las ceremonias de despedida del difunto deben realizarse con una gran celeridad (menos de 72 horas) y esto no da tiempo ni para programar más que elegir entre los estándares que ofrecen las funerarias.
En otros países (recordemos que en España la legislación básica funeraria es todavía de la época de la dictadura del General Franco), aunque este proceso de dificultad de aceptar la muerte forma parte de la evolución socioeconómica actual. Con una ceremonia de despedida escogida y preparada por los seres queridos tiene más posibilidades para evolucionar hacia una nueva concepción de la finitud humana.
Como reconoce Maurice Godelier en su libro La mort et ses au-delà, “todo pasa como si la humanidad desde que existe, haya inconscientemente o conscientmente negado la muerte, haciendo de ella una especie de fatalidad inevitable, pero sin que sea realmente el fin definitivo de la vida sinó simplemente el inicio de otra forma de existencia humana en otra dimensión diferente de la terrenal”.
En este sentido señala también que este punto de no ceder a esta convicción fácil respecto a la muerte surgida en el Occidente moderno que por otro lado no es muy diferente de la llamada sabiduría ancestral de otras sociedades. Y es que la voluntad de vencer a la muerte existe en todos los aspectos, en todas las tradiciones filosóficas y religiosas a través de todo el mundo.
Lógicamente, en el mundo occidental se ha conseguido una cierta secularización de la búsqueda de la inmortalidad gracias a la ciencia y la técnica. De ahí que se plantéen hoy en día técnicas como la criogenización para ser “resucitado” cuando la ciencia encuentre la forma.
La vida eterna, el milagro esperado
Muchos son los movimientos que actualmente invierten sumas desorbitadas para abolir la muerte. El caso de Google en el campo de las investigaciones sobre la inmortalidad biológica es quizás el más inquietante y que tiene además un pico de oro como es el Dr. José Luis Cordeiro.
Otra posibilidad es la de telecargar el "espíritu de la persona" junto con sus "experiencias" en un ordenador como plantea de forma insólita uno de los capítulos de Black Mirror en el que toda la vivencia humana puede guardarse en un ordenador y por tanto ser revivido nuevamente. Todo esto no muestra sino este fantasma que persigue al ser humano que quiere escapar a su propia naturaleza.
Muere el individuo, pero no la especie, evoluciona el ser humano gracias a las identidades que lo conforman de forma efímera pues de otro modo no podrían aparecer nuevas experiencias que enriquezcan la humanidad. La naturaleza nos muestra a diario que nuestra esencia es inmortal gracias a la mortalidad de sus identidades propias pero no de sus diseños y del que cada ser humano es un de ellos.
Adaptarse a los límites del planeta
Detrás de la actual crisis ecológica planetaria subyace una única realidad: la de no querer aceptar que el planeta que acoge nuestra especie es finito para satisfacer de forma inmortal los deseos más inimaginables. Ya en 1972 algunos científicos advirtieron sobre los límites del crecimiento y llevamos más de cuarenta años incrementando la depredación sobre todos los recursos del planeta, tanto vivos como estructurales. Este comportamiento compulsivo de depredación para mejorar en tecnología no es más que una solemne excusa para avanzar hacia la inmortalidad individual aunque amenace la de nuestra estirpe humana.
La medicina ha puesto mucho en este empeño de alcanzar la inmortalidad, ahora tiene además la ayuda de la bioingeniería y la propia cibernética. Por eso se desprecia la naturaleza y hemos hecho nuestros propios hábitats. Acumularse en metrópolis lejos del medio natural, en definitiva es un intento de diferenciarnos del resto de los seres vivos del planeta. Esta actitud va asociada al fantasma de una humanidad que esté liberada de la muerte. Lamentablemente, no hay posibilidad de supervivencia como especie sin hermanarse nuevamente con la naturaleza.
¿La crisis ecológica, una representación de la muerte?
Una pléyade de científicos de todo el mundo lanzaban a finales del 2017 una segunda advertencia a la humanidad reclamando a la humanidad que frene la destrucción ambiental y avisaban de que es necesario un gran cambio en nuestra forma de cuidar la Tierra y la vida sobre ella, si queremos evitar la enorme miseria humana que pende sobre nosotros.
Y es que no es posible habitar la Tierra sin apreciar la condición de “habitar la muerte”, es decir, de asumir que la vida terrestre sólo es posible con la idea de la finitud, del tránsito como identidades conscientes efímeras en el tiempo, es decir, de una realidad física que no existe más que como forma de organizar los eventos vividos en un presente infinito por la consciencia humana.
Los seres humanos, los seres vivos por condición son mortales pues es el propio cuerpo en el cual nos identificamos que forma parte de un proceso material de permanente reciclaje de los elementos del universo. Por eso el cuerpo que habitamos es parte de la naturaleza, es su materia. Aceptar el cuerpo implica aceptar la muerte y por tanto la naturaleza misma.
El respeto por el resto de los seres vivos del planeta sólo es posible cuando uno respeta el propio cuerpo, no desde un punto de vista estético sino como parte esencial del proceso vital. Un respeto que como argumentaba Hipocrates y otros sabios, empieza con la selección de la comida que más allá de la función nutritiva es también nuestra medicina o nuestro combustible para un funcionamiento armónico de toda nuestra fisiología.
Al fin y al cabo, nuestro cuerpo es como el dron que sirve a la exploración de una parte de la consciencia universal de la que formamos parte. El proyecto de la civilización racional que hemos construido no sólo menosprecia la naturaleza sino nuestro propio ser. Ninguna animal, como dice el proverbio indio, “se bebe el agua de la charca donde vive”. Y sin embargo, esta es en la encrucijada en la que nos hemos estancado. La muerte es, por tanto, una cuestión profundamente ecológica. Sólo asumiendo la muerte como parte del ciclo vital del universo podremos sobrevivir como especie.
Reinventar la muerte
Hay una impotencia en el corazón de la condición humana que parecen atenazar nuestra existencia, el nacimiento y la muerte. Asumimos que nacemos sin “quererlo”, pues eventualmente, lo mismo debería ser con la muerte. Sabemos que algunas culturas indígenas saben no sólo aceptar la muerte sino “decidir” cuando es el “momento de partir”. La actitud de eternidad que parece perseguir nuestra civilización no es más que una actitud infantil o incoformista cuyas consecuencias van más allá de lo que como individuos podemos realizar puesto que están afectando al “hogar” de las futuras generaciones.
La muerte se aprecia como desafio a nuestro propio poder terrenal y por eso luchamos contra ella en lugar de verla como la oportunidad para dejar que otras “identidades” contribuyan a construir un proyecto común como especie en este universo material que nos permite experimentar. No podemos controlar a la naturaleza hasta doblegarla como si de una esclava se tratara, por pura venganza ante nuestra condición de seres mortales.
Artículo publicado en funeralnatural
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