Cuando cortamos un árbol, ¿siente dolor? ¿Tenemos que tener remordimientos cuando nos comemos una ensalada vegetal?. Son preguntas que no podemos contestar con los paradigmas que nos conciernen por nuestra condición animal. Al final el concepto de dolor sólo es definible desde una cuestión emocional propia del mundo animal.
Las plantas puede que dispongan de una emoción parecida, pero desconocemos su funcionamiento fisiológico. El porqué es sencillo. No disponen de las células ni las sustancias químicas, nociceptores, que en el mundo animal relacionamos con el dolor. Por tanto, no tenemos en que apoyarnos en términos de citología. También sabemos que el dolor forma parte del proceso evolutivo en el mundo animal. Puede que en las plantas el dolor no sea un factor de supervivencia como en el mundo animal. Sin embargo, podemos imaginar que ya que una forma u otra, la vida conlleva emociones, en las plantas existan también emociones que no podemos captar con nuestro paradigma científico actual.
Las células vegetales están dotadas de una miríada de centinelas moleculares capaces de percibir o captar información del medio (variaciones de temperatura, presiones mecánicas, humedad, luz, etc.). La biología molecular ha avanzado mucho en este campo y ha demostrado que los iones del calcio son mensajeros tanto en las plantas como en las neuronas. Se ha constatado que al menor cambio en el entorno de las plantas se sueltan una oleada de iones de clacio que invaden el citoplasma vegetal. “La amplitud y la frecuencia en la que se mueven estos iones nos dan una idea de la naturaleza de la señal” explica el Dr. Michel Thellier quien ha definido que estos mensajeros químicos son la clave del modelo de funcionamiento de la memoria de las células vegetales.
Cómo si se tratara de una colonia de hormigas, cada terminación celular vegetal se comporta como una hormiga verde que informa sobre el estado del entorno al resto y así se gesta una respuesta colectiva consensuada. Es ahí donde se puede afirmar que emerge una forma de pensamiento superior en el organismo similar al de una colonia y capaz de un sistema autoorganizado de comportamiento colectivo que supera a la capacidad de los “individuos” o células.
Las plantas nos sorprenden a cada paso que seguimos investigando. A corta distancia cada célula dispone de miles de microcanales (de 20 a 40 nanómetros de diámetro). Es una red que no existe más que en las plantas, pero que permite una comunicación óptima a distancias de varias milímetros, que es suficiente para la comunicación entre la mayoría de las terminaciones radiculares más próximas. Pero está claro que la comunicación entre el extremo de una rama y las raíces deben de existir otros canales.
Las últimas investigaciones en este campo nos muestra que la idea que teníamos de la estructura del tronco de una planta, con el floema y el xylema está quedando obsoleta. Así, las células “muertas” del xylema las considerábamos como simplemente soportes estructurales a modo de una cañeria para canalizar el agua y los minerales de las raíces hasta las máquinas fotosintéticas de las hojas. Hoy empezamos a percibir que estos canales sirven a la difusión de mensajes químicos que informan la parte aérea con las raíces. En este caso, simples variaciones en la presión hidráulica informan con precisión a las raíces sobre el viento que se cierne sobre las hojas.
En sentido inverso, el floema, que sirve para pasar la savia de las hojas hasta las raíces también conduce innumerables mensajeros químicos propagando señales eléctricas por toda la planta. Algo no muy distinto de lo que hacen las terminaciones neuronales y la red nerviosa en un ser animal. La velocidad de transmisión de una señal eléctrica en una planta se desplaza en el floema a velocidades de 0,5 a 40 cm por segundo. Sin duda una velocidad muy inferior a la transmisión eléctrica en un animal, pero también es cierto que la vida de las plantas tiene un tiempo de vida muy superior.
Corte transversal de tallo de Tilia sp., con xilema heteroxilado con alto contenido de fibras. Nótese el ensanchamiento de los radios a nivel del floema y la gran densidad de fibras en este último. Foto: Laboratorio de Botánica. Facultad Agronomía UDELAR.
Esta vasta red celular vegetal ultraconectada surcada por señales hidráulicas, eléctricas o químicas es igual de compleja a la del sistema nervioso animal. Es precisamente, esta realidad que hace pensar en que las plantas “sienten” como cualquier ser vivo. La biología está sumergiéndose en dilucidar cuales pueden ser las bases para poder comparar. Pero como afirman algunos botánicas, en realidad, para los animales las plantas son como extraterrestres y por tanto a menudo tenemos más preguntas que respuestas a cada paso.
Las plantas además tienen capacidad regenerativa, algo que en los animales es excepcional. Así que puede que no oigamos el grito de un árbol cuando le cortamos una rama, pero puede que lo que nos muestre el dolor padecido sea el tiempo en el que tarda en regenerar la estructura comunicativa que acaba de perder.
La artista Caren Alpert visualiza imágenes al microscopio electrónico que muestran la belleza de algunos de alimentos. En este caso, la rodaja de una piña tropical.
Es difícil ilustrar de forma simple lo que en la actualidad mueve el interés de miles de investigadores botánicos centrados en la neurología vegetal. Sin embargo, es interesante que por primera vez empecemos a observar las plantas como un ser vivo completo y no meramente un "vegetal". Aunque esta visión todavía primitiva es un gran avance ya que si una metáfora nos sirviera para valorar lo aprendido, esta no sería muy diferente de la aproximación a un lenguaje extraterrestre no basado en la lingüística humana como nos muestra la película La Llegada (2016) de Denis Villeneuve.
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Artículo elaborado por la redacción de terra.org. Fotos: Fundación Tierra y archivos.