“Pero esos otros que somos pugnan por asomar la cabeza ¿Qué hacer, forzarlos o seducirlos y jugar con ellos? Somos las preguntas que vivimos. Algunos nos pasamos la vida sin habernos atrevido a expresarlas o darles forma. Otros ansiamos la pasividad del fanático que prefiere respuestas incuestionables. Cada uno se busca el oficio más apropiado para darle forma a su pregunta. Para buscarle un sentido a su vida”. El grupo de investigadores del Teatro de los Sentidos han explorado con preguntas y juegos en su original obra La Trastienda del Polvorín y Café Fatal.
Un sabor: la alcaparra, esa flor que cuando se abre hace resplandecer las paredes donde crece.
En esta historia de una búsqueda me han metido las personas que me acompañan en esta aventura ecológica para celebrar mi cumpleaños. Una celebración para encontrar los pequeños gestos que nos incitan al buen vivir y los que nos permiten el buen morir. Así empezaba el espectáculo de esta propuesta del Teatro de los Sentidos. Por supuesto nadie se atrevía a entrar por la puerta del buen morir. Pero al final todos estábamos invitados al buen vivir o al buen morir porque a través de una puerta nacemos a la vida y a través de otra morimos, ¿o es al revés?. Así que lo primero ha sido escoger el olor que nos recordara nuestra mejor experiencia. Yo he escogido, por supuesto, la del albahaca, aunque la canela también me seducía. Una vez dentro del mundo oscuro donde todo es posible hemos enterrado nuestro mejor olor en la tierra mientras expresábamos que queríamos celebrar. Para mi un año más en esta vida dedicada a las trincheras por la ecología.
Un color: el de la hojarasca otoñal del árbol Ginkgo.
“Yo quiero ser uno y soy la mitad, la parte que me falta me hace caminar”. Y dentro del Polvorín (uno de estos lugares ignotos de la ciudad) situado en la mágica montaña barcelonesa de Montjuic, unas docenas de participantes renacíamos a través de los sentidos, de la oscuridad, de los sonidos del agua, de la cotidianidad, del nacimiento y también de la muerte, pero al final, no había más que una sola posibilidad: la celebración, el compartir una exquisita propuesta de conocidos sabores, exquisitos olores y agradables sonidos para compartir correteos bajo una catedral de ropa blanca usada aportadas por muchas personas, de esto estoy seguro.
Un sonido: el croar de las ranitas en una charca.
“Había una vez un caminante que no estaba seguro si su historia era la que quería vivir. Algo faltaba, así que decidió buscar otra historia. Una que realmente le gustara. Una de la que pudiera decir: ésta es mi historia”. A estas alturas, una parte de mi historia está escrita en estas páginas, las pasadas que perduran y las futuras que se escriben en el presente obstinado. Estamos hechos de aquellos momentos que nos producen curiosidad, asombro, duda o de los que nos enfrentamos al misterio. En esta búsqueda la convicción de la necesidad de asumir una relación más armoniosa con nuestro entorno, de saber escuchar a la naturaleza, de luchar contra la crisis ecológica, han transcurrido para mi más de cinco décadas. Hoy simplemente, me he dejado llevar por la dramaturgia dirigida por Enrique Vargas para el Teatro de los Sentidos. Al final, de esta historia inconclusa nos hemos llevado una pequeña semilla, algo casi simbólico, un trozo de nuestra historia en la que buscar un sentido a la vida.
El tacto: la sedosa piel del melocotón.
Soy lo que me falta, y sigo caminando buscándolo. Buscando entre los avatares de la lucha diaria por unos ideales, satisfaciendo los mejores anhelos de los que me acompañan. Y me emociona cuando el resultado es que, a pesar de lo precipitado, me regalaran esta interesante propuesta teatral en la que descubrirse a través de la celebración de la buena vida y la buena muerte. Mientras los participantes al ágape sensorial acariciábamos lo que aparentaba ser un óbito cubierto por una sábana blanca, en realidad era un precioso pan redondo, preludio del mejor manjar par el buen vivir.
Al final, tras esta propuesta vital y teatral nos han invitado a expresarnos sobre un trozo de papel en blanco. Un papel en el que celebrar para mi un cumpleaños con un regalo incógnito que sólo puedo agradecer con amor correspondido a las personas que me rodean y lo han hecho posible. Y eso que mi fiesta no ha empezado cómo estaba planificado pues mi acompañante me ha tenido que dejar en el último minuto sólo frente a mis sentidos debido a la otitis de una de sus hijas. Pero, como sucede a menudo, lo importante no reside sólo en la compañía física sino en la del espíritu y en lo que la ausencia ha hecho posible. Ni ella ni yo vamos apenas al teatro y aunque era una oportunidad, lo importante es seguir caminando. Estamos demasiado sumidos en nuestra lucha diaria por los ideales que compartimos en espíritu. Así que esta crónica, una más de las historias de una búsqueda, es tan sólo un retal, como las centenares de ropas blancas, que ofrecían una visión metafórica de lo poliédrico en lo que la razón no encuentra sentido y sólo a través de los seis sentidos podemos hallar.
Un olor: el aroma de la albahaca.
No me queda más que agradecer que el ingenio humano siga vigente (más allá de las falsas crisis) en propuestas como la del Teatro de los Sentidos, en el amor de los que me acompañan y en las vicisitudes de los protagonistas de todos aquellos que todavía no hemos encontrado lo que nos hace falta y por eso seguimos caminando. A todos ellos mil gracias y feliz verano.
Yo además de la experiencia sensorial de algo más de una hora en tiempo solar me he llevado una libreta para ir llenando este verano con las vivencias de más historias vitales y agradecido por el regalo de mis compañeras/os en esta aventura vital desde las trincheras de la Tierra (Sandra, Vicenç, Marta, Carles, Thaïs). Seguiremos tras esta merecida pausa canicular...