Puede parecer casi un mantra, pero recordarnos a diario que cada uno es la solución tiene un poder que no siempre llegamos a valorar. Somos la solución cuando sabemos lo que pesamos para el planeta, algo que puede visualizarse con la llamada huella ecológica que dejamos a nuestro paso.
Hemos incrementado nuestro consumo a expensas de poner en riesgo las próximas generaciones. De ahí que, por amor a ellas, deberíamos emprender este simple cálculo para luego adoptar las medidas que reduzcan nuestra deuda ecológica. Epicuro advertía que “nada es suficiente para el hombre al que lo que es suficiente le parece poco” y Séneca remataba con “no es pobre el que tiene poco, sino el que más desea”. En realidad, la solución ha estado siempre frente a nosotros y es tan sencilla como asumir cuánto es suficiente. Sortear el poder mediático que nos bombardea con nuevos deseos no es sencillo, pero todo cambio empieza con echar cuentas.
La gran verdad incómoda es reconocer que hay límites para nuestro comportamiento como civilización.
Cuánto pesa la ropa de nuestro armario; cuánta energía se consume en nuestro hogar; cuántos regalos se acumulan en estanterías y cajones; cuántos kilómetros recorremos por placer y su estela contaminante; cuánta carne podríamos sustituir por verduras, hortalizas y verduras; cuánto gastamos en ocio y caprichos tecnológicos… Y así podríamos seguir hasta completar nuestro cuaderno de contabilidad ecológica en números. A medida que nos quitamos peso de encima, nuestra realidad se hace más liviana y experimentamos su poder.
La gran verdad incómoda no es el cambio climático, eso es tan sólo el rojo escandaloso de la sangre de la herida planetaria. La verdad incómoda es reconocer que hay límites para nuestro comportamiento como civilización; que hay límites para nuestra capacidad de consumir alimentos, bienes e incluso información. También hay límites para nuestra capacidad de ser felices consumiendo, porque la vida no es una fuente de placer infinito material, de tener, sino una dicha inmensa de ser, de vida consciente.
Parte de la solución pasa por avivar el sentido espiritual o la interconexión vital con la Madre Tierra. La suficiencia colectiva exige abrazar la economía solar, la economía del acrecimiento y la economía basada en los límites termodinámicos. No es sencillo rechazar los avances tecnológicos y sus cantos de sirena de que todo se solucionará. La solución plausible, la de hoy en presente, es afrontar la frugalidad vital para ser la solución colectiva. Ignoramos la sabiduría del pasado que ha permanecido fiel a la simplicidad vital y a la dicha espiritual de comunión con la naturaleza de la cual formamos parte. Ignoramos lo aprendido porque el mundo actual enfatiza las diferencias en lugar de acercarnos a lo que compartimos.
La verdadera libertad consiste en dedicar nuestro tiempo a mejorar nuestra propia esencia como seres para aplicarla luego al cambio del entorno social y ecológico. Sólo multiplicando el número de individuos que sumen a favor de la austeridad y de la interiorización se expandirá esa sensación de que somos capaces de conseguirlo. Que los pequeños cambios son poderosos es evidente, pero también lo es que se precisan cambios estructurales. Cambios que sólo serán posibles siendo nosotros el verdadero cambio. Los gobiernos, la sociedad en general solamente reacciona frente a la tenacidad de los individuos. Mientras seamos esclavos del poder económico, la única forma de debilitarlo es objetar del consumismo. Porque somos cada uno de nosotros la verdadera solución cuando asumimos la simplicidad vital.
Todo cambio de paradigma sólo es posible con conciencia colectiva. Siempre hay que empezar por uno mismo, no hay que esperar que lo hagan los demás primero!, no podemos autoengañarnos más. Asumir que soy la solución es una buena opción para no demorar más el camino de la sociedad ecológica que garantice un futuro saludable para nuestros herederos.
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