Cargado de bártulos he emprendido viaje en coche con conducción
eficiente y rumbo oeste hacia el Ecocentro Mas Lluerna, en tierras de
Lleida bañadas por el río Noguera Pallaresa. Cuando visito este lugar,
proyecto de vida rural sostenible, siempre cargo también puesto a punto
el Sintonizador-Receptor Mental de Sensaciones, Conocimientos y
Experiencias Importantes, que lo abrevio como YUPI, en honor a la
infantil expresión de alegría y agradecimiento. Funciona llevando las
antenas, radares y sensores biológicos al máximo de potencia, evitando
esto que se escapen palabras, comentarios y explicaciones de humanos y
otras especies que conocen bien, incluso adoran, los entornos por donde
pululan. Hoy, antes de aparcar el coche en Más Lluerna ya llevaba rato con el YUPI a pleno rendimiento.
La
camada de patos del lugar coloca en el aire sus sonidos, que he llegado
a pensar que podrían ser de alegría, por el nuevo visitante pero que
quizás sean una llamada colectiva de atención ante el humano
desconocido recién llegado. Isel, la cuidadora del lugar anda con
mala pata, y es que el enyesado de su pierna fracturada hace unas
semanas la tiene limitada en movilidad, algo que en el campo y su
quehacer cotidiano genera más complicaciones que en la accesible ciudad.
La
primera alteración generada por un urbanita y fruto de la curiosidad ha
sido despertar a una lechuza que dormitaba en plácido sueño diurno.
Tienen los Lluernas en un alero de la vivienda una caja nido con
trampilla de observación, y yo pensando en que no debía de haber
ninguna rapaz le he cascao el sueño a la aliada alada de la casa que
mantiene a raya a roedores traviesos en perfecta convivencia con los
gatos del lugar. Hemos aprovechado para comprobar que sólo habita una
la morada, quizás la mama o una de las ultimas crías ya tirada pa
lante. Ricard le ha hecho el retrato donde se observa perfectamente que
andaba en sueños, después en un árbol. En fin, he aprendido que en el
campo hay que tener cuidado donde se meten las manos y la curiosidad,
sobre todo para no molestar.
Hoy ha tocado prueba solar, y
ante un sol no a pleno rendimiento un destilador solar flotante venido
de tierras de los USA se ha sometido a test en la balsa de la finca,
entre patos extrañados. El supuesto diamante solar, de plástico dudoso,
ha entregado después de algunas horas un vasillo de agua imbebible, y
es que todo lo nuevo necesita rodaje, pero ha funcionado que es lo
importante. Seguiremos probando, catando y observando como la
tecnología y el sol se relacionan siempre para llevar a cabo servicios
importantes.
En pleno lavabo de manos y ante la pregunta de la
procedencia del jabón líquido los Lluernas me han comentado que es de
producción casera sin petroquímicos. El YUPI a plena potencia ha
captado los datos de la receta y los procesos con los que nada más
llegue a BCN me pongo a ecojabonear.
Se dice aquello de que hoy
lo más revolucionario es tener un huerto, recomendable claro con
gestión ecológica. Seguro, de eso sí estoy, de que es lo más sabroso y
saludable, de ello doy fe laica. Una ensalada con cebolla crujiente y
tomates recién cogidos y aceite ecológico de la zona junto a un batido
sopa fría con remolachas y zanahorias (las que no se han zanpao los
traviesos topillos del huerto), más pepino y cebolla todo en la
batidora movida por electricidad verde (solar fotovoltaica y
minihidraúlica made in el lugar) para en los postres gozar de una
sandia, pequeña pero jugosa y unas peras con proteína animal
incorporada, vamos, todo junto ha sido un menú de delirio frugal y
nutritivo.
Unas peras con inquilinos temporales han formado
parte de una de las lecciones más fascinantes de ciclos de vida que me
he disfrutado al mismo tiempo que me he comido algunas piezas sin
hincar el diente donde no era prudente. Cuando uno vive y come del
huerto y además le sobra algo de producción, las mejores piezas se
guardan para obtener algo de recursos extras. Y en la mesa del
campesino, las piezas taradillas son delicia y síntoma de sana cosecha,
y el concepto de la falsa calidad se pierde. En las peras que hemos
comido había o ya se había marchado, la Carpocapsa, donde
una mariposa después de aparearse pone los huevos encima de la hojas y
frutos, las pequeñas larvas inician su largo viaje en busca de su
tesoro comiendo primero la dura piel y despues continuando hasta el
corazon donde se encuentra su preciado manjar. Bien nutridas y con
fuerzas para seguir su ciclo vital salen de nuevo a la luz, se
convierten en mariposa y vuelta a empezar desde la nueva generación. La
agricultura con venenos lo tiene claro, y se centra en conseguir
lustrosas frutas sin indeseables. Aquí en Más Lluerna, solo entran
venenos inevitables por el aire desde los campos vecinos, pero nunca
por acción directa. Asumen un porcentaje de perdida, que no lo es tanto
si se piensa pues todas las demás especies tienen su derecho a estar
con nosotros. Aunque para que tomen solo su parte, aquí tienen sus
propios sistemas de control biológico de la carpocapsa y otros glotones
naturales.
Atardecer de lujo y cena ligera, final perfecto para un primer día ecorevelador.
Parte Segunda
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