10 junio 2004.
La necesidad de una política mundial sobre el agua es una realidad cada
vez más evidente. La contaminación de ríos, lagos y aguas freáticas, la
desertización o los conflictos entre agricultores por el suministro y
consumo de agua son algunos de los factores que explican la creciente
preocupación sobre el agua del planeta. Sin embargo, no nos puede
pasar inadvertido que alrededor de 15 millones de seres humanos mueren
cada año ya sea por falta de agua o por enfermedades causadas por su
mala calidad; más de 1.400 millones de personas no tienen acceso al
agua potable. El pronóstico de los expertos para el 2020 o 2025
es que esta cifra puede elevarse a más de 3.000 millones los seres
humanos (de un total de 8.000 millones) que no tengan acceso a un
elemento clave para la vida como es el agua. No hay ninguna razón
tecnológica, financiera, económica, cultural, política ni religiosa
válida por la que las sociedades humanas deberían permitir que el agua
se convierta en una fuente creciente de conflictos, enfermedades,
muerte, destrucción ecológica, degradación urbana y desaveniencias
sociales. Hay que aunar esfuerzos para mantener la calidad de las
aguas. Hay que empezar por conservar los ríos y lagos y reducir los
vertidos tóxicos. Hay que ahorrar agua en casa y hay que aprovechar el
agua de la lluvia. La humanidad tiene una asignatura pendiente con el
agua.